TIEMPOS NUEVOS, TIEMPOS SALVAJES
JAVIER VALENZUELA
Hay algo especial en estos tiempos.
Trump, Milei, Ayuso y los demás populistas ultras seducen a millones porque van
de frente y no ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Interpretan
sin desmayo sus personajes frikis
No son raros en la historia de la
humanidad los casos de gobernantes que estaban muy zumbados. De la Roma clásica
nos han llegado varios ejemplos. El más notorio, el de Nerón, acusado de
incendiar la capital imperial con tal de componer en vivo y en directo una oda
excelsa. En su 'Vida de los doce Césares', Suetonio contó que, al verse
obligado a suicidarse, Nerón habría exclamado Qualix artifex pereo!,
qué gran artista pierde el mundo. Pero Suetonio es una fuente dudosa: era un
historiador bastante parcial y le tenía mucha tirria al hijo de Agripina.
Menos lobos, Caperucita. Hitler, un desequilibrado de tomo y lomo, conquistó la cancillería de un país tan civilizado como Alemania porque fue el más votado en unas legislativas. Y los electores sabían que odiaba a los judíos y quería la expansión territorial del Reich. Lo había dejado claro en su 'Mein Kampf' y en todas y cada una de sus proclamas en las cervecerías. No diría yo que engañó a sus votantes. Diría más bien que mucha gente bienintencionada minusvalora la fascinación de las masas por el mal y la excentricidad.
Donald Trump tampoco ha engañado a los
77 millones de estadounidenses que volvieron a darle en septiembre las llaves
de la Casa Blanca. Estos días, amigos míos se llevan las manos a la cabeza
porque Trump ha comenzado a hacer lo que dijo que iba a hacer: expulsar manu
militari a inmigrantes, acabar con las políticas igualitarias, abrir
guerras comerciales con China y medio mundo, intentar anexionarse Groenlandia y
el Canal de Panamá, proponer la Solución Final para Gaza con la expulsión de
dos millones de palestinos y la conversión del territorio en un lugar de
veraneo… Pues bien, si Trump gusta a sus seguidores es precisamente por eso, porque
dice lo que piensa y hace lo que dice.
Algo ha cambiado en este siglo, sí, hay algo especial en estos
tiempos. Los populistas ultras seducen a millones porque van de frente y no
ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Teñido de zanahoria,
haciendo torpes movimientos mecánicos que quieren ser pasos de baile, Trump
suelta que los inmigrantes van a Springfield (Ohio) a comerse los perros y los
gatos. Cual gladiador en el Coliseo, Milei agarra una motosierra y anuncia que
con ella va a cortar los programas sociales de Argentina. Y a ambos les
votan a mansalva.
Los Calígula de ahora no son tan sangrientos como los de Roma,
ciertamente. Al menos en eso hemos ganado algo. Pero pueden ser igualmente
esperpénticos. Y es que, compañeros, terminó la era de Gutenberg, la de los
libros que pregonan la razón y el bien común, y llegó la era audiovisual, la de
las pantallas que exaltan el individualismo friki. Cuanto más delirante sea tu
narcisismo, cuanto más disruptiva sea tu propuesta, cuanto más gorda sea tu
mentira, tendrás más seguidores, más consumidores, más votantes.
Quien mejor lo hace en España es Isabel Díaz Ayuso, la más
estadounidense de nuestros políticos, y por eso le come la tostada una y otra
vez al sieso de Feijóo. Ella es la más choni, la más TikTok, la más lenguaraz,
y precisamente por eso la adoran los suyos. A los ancianos de las residencias
no había que atenderlos durante la pandemia porque se iban a morir de todos
modos. ¡Chúpate esa! Sí, mi hermano y mi novio ganaron un pastizal cobrando
comisiones con la venta de mascarillas, ¿y qué? Son grandes emprendedores,
hazlo tú también.
Como Trump, Elon Musk y Milei, Ayuso interpreta sin desmayo ni
empacho su propio personaje. Para dar miedo, la mirada torva de unos ojos
desquiciados. Para dar pena, la carita de una Purísima Concepción víctima de la
maldad de un Pedro Sánchez que quiere matarla -sí, matarla, ahí queda eso- y
usa poderes ocultos, tal vez telepáticos, para borrarle las conversaciones del
WhatsApp.
Ayuso es la persona con más poder en la Comunidad de Madrid
desde los tiempos de Franco. Le besan los pies sus muchos jueces adictos, sus
muchos empresarios agradecidos, sus muchos periodistas cortesanos. Se cargó en
un santiamén a un tal Pablo Casado, que era el líder supremo de su propio
partido. Quiere enviar a la cárcel al fiscal general, al presidente del
Gobierno y hasta a la esposa de ese presidente. Dice lo que le sale del moño en
los programas de las reinonas televisivas de las mañanas. Y hasta tiene su
Rasputín en la persona del llamado MAR. Pero, ay, compadezcámonos de ella,
virginal víctima de una tiranía satánica.
Tiempos nuevos, tiempos salvajes. En este Siglo de las Sombras
los excéntricos vuelven a tener su público, mucho público. Como en la antigua
Roma.
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