MARLASKA FRENTE AL ESPEJO
POR SATO
DÍAZ
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, durante una sesión de control al Gobierno en el Senado, a 11 de febrero de 2025, en Madrid.Gabriel Luengas / Europa Pres
Qué duda cabe, hacer política es cabalgar contradicciones, tal y como aseguraba Pablo Iglesias cuando, incluso, ni siquiera había arrancado Podemos. Pero hay contradicciones y contradicciones. Que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, desatendiera las advertencias de abusos policiales contra el colectivo LGTBIQ+ en Madrid, tal y como refleja una exclusiva de Público de esta semana, podría no ser una contradicción en sí misma. Podría ser solo una cuestión de insolvencia, si no hubiera sido capaz de frenar estas actuaciones policiales siendo el responsable ministerial del tema, o de mala fe, si la inacción hubiera sido fruto de una decisión política, la de desoír a un colectivo vulnerable para no abrir un conflicto con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Podría, pero en el caso concreto de Marlaska, es también una contradicción.
El
actual ministro ha sido una persona reconocida dentro del movimiento
LGTBIQ+ desde hace décadas, y sabe mejor que nadie que en este colectivo,
tal y como recuerda Paco Tomás en su opinión en este
periódico, "la mayoría de las personas LGTBIQ+ hemos tenido
una experiencia desagradable con la policía, sea nacional o municipal".
Cabe recordar que el mismo origen del Orgullo LGTBIQ+ está en unos disturbios
contra la policía neoyorkina un 28 de junio de 1969, cuando personas trans y
racializadas se pusieron frente a una comunidad harta de sufrir redadas
discriminatorias y detenciones por parte de los agentes en el Stonewall Inn y
otros bares del Greenwich Village. "El hostigamiento sistemático que
sufren las comunidades LGTBIQ+ por parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad
del Estado es tan antiguo como la homofobia que reside en ellos, de manera
estructural", añade Tomás.
El
propio Marlaska, allá por 2007, ejerciendo como juez en la Audiencia Nacional,
fue protagonista, junto a los presentadores Boris Izaguirre y Jesús Vázquez, de
una campaña del Gobierno de José
Luis Rodríguez Zapatero para frenar el SIDA. El ministro es, por
tanto, y tal y como ha explicitado en su participación en actos y
manifestaciones por el Orgullo, no solo un hombre homosexual, sino que
también muestra una voluntad de ser activista. Y, como tal, no puede
esconderse tras la justificación de una "guerra contra las drogas"
para perseguir a personas por pertenecer
al colectivo LTGBIQ+ como si fueran narcotraficantes y
materializar una nueva discriminación. Como también refleja Tomás en su
artículo en Público: "Si una sociedad ha asumido que las adicciones
son un problema de salud, ¿qué hace la policía deteniendo a personas que lo que
necesitan es un acompañamiento terapéutico?".
Seguimos
cabalgando contradicciones del juez-ministro socialista y, al volver la vista
atrás, no podemos evitar recordar su papel tras la tragedia ocurrida en Melilla el 24 de junio de 2022,
cuando centenares de personas intentaron saltar la valla que separa España de
Marruecos. Más de una veintena murieron tras la actuación y una de ellas en
suelo español, tal y como se pudo comprobar después.
El
ministro se encerró, en diferentes intervenciones en el Congreso y en los
medios de comunicación, en explicaciones en defensa de la actuación de los
agentes españoles en la frontera. Hasta tal punto, que investigaciones
periodísticas demostraron las mentiras del ministro,
que siempre ocultó violaciones de derechos humanos por parte de policías
españoles. Las imágenes mostraban, sin embargo, la brutalidad policial en la
valla y devoluciones en caliente. Este diario demostró cómo agentes marroquíes entraron para
operar en suelo español y realizar detenciones.
El
Marlaska juez siempre se posicionó en defensa de los derechos humanos. Conocida
es su sentencia, como magistrado de la Audiencia Nacional, sobre el Sáhara
Occidental de julio de 2014 en el que reconocía que España sigue siendo de
iure la potencia administradora de la excolonia. Por este motivo, y
basándose en el principio de territorialidad, reconoce la jurisdicción española
sobre el Sáhara, que le permite juzgar crímenes sobre la
población saharaui cometidos por la ocupación marroquí. En su texto,
implícitamente, expresa que el Sáhara no es Marruecos, pues este es simplemente
la potencia ocupante. Cómo cambian las cosas, el ministro calló cuando, en
marzo de 2022, el presidente del Gobierno del que formaba parte, Pedro Sánchez,
a través de una misiva al rey alauí Mohamed VI, aceptaba la autonomía del Sáhara
integrada en Marruecos.
Desde
entonces, el ministro siempre se ha regodeado en loas y agradecimientos a las
fuerzas policiales marroquíes que son conocidas por las violaciones de los
derechos humanos en sus actuaciones contra personas migrantes que cruzan
Marruecos para llegar a Europa, contra saharauis, rifeñas o la propia población
marroquí. Para no contravenir su idilio con las autoridades del país vecino, no
dudó el pasado mes de septiembre en deportar a un grupo de saharauis
solicitantes de asilo en el aeropuerto de Barajas, entregándolos
de nuevo a sus opresores, una forma de no reconocer las atrocidades que el
régimen alauí comete contra la población saharaui en los territorios ocupados
del Sáhara Occidental. Marlaska cabalga muchas contradicciones, sí, pero parece
que en ellas siempre acaban perdiendo las personas más débiles.
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