LA VISITA(NARRATIVA) 7
DUNIA SÁNCHEZ
Llega el autobús, me subo con lo pesado de mi mochila. Es invierno y yo he defensor por lo que pudiera pasar, hasta un botiquín de primero auxilios llevado por si hay que trepar por esos senderos donde jamás sabremos de su ayer con certeza. Me siento al lado de una anciana. Me saluda. Saludos. Es mayor pero su vitalidad todavía promete en las estaciones venideras. A veces caracterizamos a las gentes por su rostro, por su presencia ante nosotros, pero no captamos el espíritu de su reconditez. Esta señora quizás sea más capaz de mucha de la juventud de hoy. Una generación en crianza de una sociedad patriarcal, machista y una dictadura que le quitaba la paz tal vez de sus despertares. Y no hace mucho, creo estar viendo en ella el espejo de esa represión que la ha esculpido con esta fortaleza del hoy donde su verticalidad permanece intocable. Es como un soplo de vida tras la calvicie de las ataduras, de las censuras, de las prohibiciones. Ella, es una mujer que se ha ido moldeando al paso de los años, al paso de innumerables azotes del vivir, de expresar lo que siente. Y , me detengo, la miro, le sonrío, volvemos hacia atrás, una descomunal cultura en ser todos autómatas, con el pensamiento crítico borrado de la manera de ser, imitando el comportamiento de quien tenemos al lado, imitando esos disparates que describen una sociedad de analfabetos del pensamiento.
Me habla, me dice algo del tiempo y yo asiento. No la he entendido muy bien y comienza a hablar conmigo así sin más. Me dice de su juventud, cuando iba a la isleta disfrazada en la huida de esa libertad arrebatada. Me dice de sus disfraces, en la época franquista, sacos de harinas rematados en los ojos de la fantasía, de esa ilusión y ganas que se tiene cuando volamos en la sombra de un pueblo, escapando a cada atizar que podría condenar en prisión. Sus ojos azules, sus ojos claros, sus ojos transparentes transmiten viveza y un regocijo que la llena y la hace caminar, seguir adelante. Se me hace ameno este viaje, la visita de ese saber de épocas pasadas. Las inhala, las vivo como si de mi se tratara. Sube por las calles de esa vieja Isleta donde todos se reúnen. Una congregación para celebrar los abismos de una religión, de una política que llevo a muchos a la marcha, a los calabozos, a la muerte. Una época donde la miseria imperaba, pero sobre todo esa unión pacíficas de sus manos en la lucha, en la resistencia. Si, resistió, tanto. Que ahora el placer de su felicidad la lleva de autobús en autobús como si fuera una segunda, una tercera juventud embarcada donde la vio parir. Otros muchos se fueron, me dice, se embarcaron rumbo a las américas en busca de la buena fortuna. Y esos muchos otros, se olvidaron de sus familias, de sus mujeres, de sus hijos. Otros, y esos otros volvieron no sin con alguna sorpresa y de nuevo se iban y de nuevo regresaban y de nuevo la nada. Mientras los más listos hacían trapicheos en el muelle, este muelle edificado con las ganas de una Europa. Y ellos eran los cambulleros y se hicieron ricos, hija ¡Qué si se hicieron ricos? Ricos y avaros. Ese intercambio de mercancías por dinero. ….Esos alemanes, esos ingleses…aun conserva objetos de la época hija. Aquí está mi parada. Se va, casi sin despedirse, se siente orgullosa de la época que vivió y sobrevivió. Sigo en mi ruta hasta la estación. No queda mucho…pero no hay prisas…no hay que tener ganas de correr…todo a su debido tiempo y allí tendré que esperar hasta la guagua que me lleve próxima donde los ancestros ovacionaban las montañas…las montañas sagradas. Miro por el cristal de la guagua, miro cada persona que entra y visiono un mundo distinto al mismo, una visión cambiante a medida que van pasando. El cielo se ha vuelto a nublar, así somos, estamos bien, estamos más o menos y estamos bloqueados. Así es la vida, una vida recorriendo las sombras y luces del tiempo que no volverá. Hay que aprovechar cada instante como si fuera eterno, como si fuera un filamento de oxígeno, de agua, de oro. La anciana, ya no está. Cualquiera sabe si me la encontraré otra vez, me ha enriquecido, un gusto charlar con ella. Con su maquillaje desfazado, con sus arrugas aumentando cada situación de su vida, con sus manos de anillos que quien sabe de donde provienen. De un barco extranjero, de algún emigrante de sus antepasados, de algún amor perdido.
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