LA MARCHA DEL ORGULLO EN ARGENTINA,
UN GRITO ANTIFASCISTA
La comunidad LGTBIQ+, junto al movimiento feminista y los sindicatos de la
CGT y la CTA, se posicionan frente a las políticas de odio de Javier Milei en
una jornada de manifestaciones a lo largo y ancho de todo el país
Cientos de ciudadanos se manifiestan en la Marcha Federal del Orgullo
Gay de Buenos Aires, el sábado 1 de febrero. / Clarín
La
mano alzada de Elon Musk, el rey de los villanos nerds, fue –además de todo–
una señal para Javier Milei. Una barrera levantada para que el presidente
acelere la nueva fase de disciplinamiento, que ejecuta –en distinto orden y
desde siempre– con tres herramientas precisas: censura, amenaza y persecución.
Milei lee la señal de Musk como una aprobación. El canto de su sireno. El más
villano de todos lo quiere, lo necesita, lo desea. Milei escucha “vamos,
Javier, anímate, es ahora, muestra todo lo que tienes”. Y ahí va Javier a
Davos, excitado por su nuevo rol de pequeño villano pero villano al fin. Así
que después de defenderlo y amenazar a los zurdos –todo en un mismo tuit–, le
da al play de la nueva fase de disciplinamiento y desde el atril del meeting
suizo y para todo el planeta, presenta la declaración de una guerra que –hasta
ahora– no había explicitado un enemigo tan claro.
El primer año, el gobierno las utilizó para disciplinar la calle. Hoy busca disciplinar la intimidad. Que el miedo vuelva otra vez a hacerse carne, piel, huesos; que el miedo se corporice del mismo modo que lo hizo en el siglo pasado. Y en el anterior. Y en el anterior. Como un Leviatán vuelto a zurcir con los peores restos que le quedaron el doctor Víctor Frankenstein, el gobierno de Milei usa su investidura y el Estado nacional para perseguir hasta el rincón más oscuro a cualquiera que intente expresar una disidencia. En Argentina, en estos momentos, la más vital y potente es la comunidad LGTBIQ+, y en alguna medida también podría decirse que el movimiento feminista. Ambos constituyen los sujetos colectivos más revulsivos para el statu quo que instauró Javier Milei hace más de un año. La primera línea de un gran frente antifascista que aún está en ciernes.
Con
cientos de miles de personas en la calle en todo el país y con 40 grados de
calor a la sombra, la Marcha Federal del Orgullo Gay se transformó rápidamente
en la Marcha del Orgullo Antifascista. Y no sólo acá. El grito de “Milei,
basura, vos sos la dictadura” se replicó en más de 20 ciudades. Lo novedoso es
que no se trató de una reacción de solidaridad de una parte de la sociedad para
con la comunidad gay, lesbianas, trans y no binaries. Por primera vez se
invirtieron los roles. Fue la comunidad LGTBIQ+ la que se puso al frente de la
lucha antifascista y no al revés.
En
Argentina, la más vital y potente es la comunidad LGTBIQ+, y en alguna medida
también podría decirse que el movimiento feminista
Los
colores del arcoíris se mezclaron con los colores de sindicatos de la CGT, que
en un comunicado remarcó su “apoyo y adhesión”. También se sumó la CTA, la
segunda en importancia. Los muchachos le dieron a los bombos hasta reventar
mientras pasaban los clásicos micros de la Marcha del Orgullo con música
electrónica y lluvia de brillitos para todos. Purpurina y bombos.
Esta
vez no fue solamente un ataque lleno de insultos, burlas, amenazas. Llevaba
información sobre un supuesto caso de una pareja homosexual en Estados Unidos
desde la cual Milei concluyó que la “ideología de género constituye lisa y
llanamente abuso infantil”, además de lanzar una diatriba y, básicamente,
echarles la culpa a las mujeres, gays y trans de los males del mundo. No se
trató de una oratoria desbocada del loco sino de una premeditación con un fin
en particular.
Milei
y Musk demuestran un odio en general hacia cualquier persona que no piense como
ellos
El
trabajo de manipular un hecho y con eso salir a disputar el sentido común se
notó demasiado. Es cierto que la maquinaria de las fake news–amplificado
por el vocero X– le ayudó a ganar la presidencia e incluso todavía ayuda a
mantener la credibilidad en gran parte de la población. Pero esta vez las
costuras quedaron expuestas. Imponer su realidad le volvió en contra con
fuerza; como un jardinero distraído que pisa el rastrillo y se come el palazo
en la cara.
Ambos,
Milei y Musk, demuestran un odio en general hacia cualquier persona que no
piense como ellos y en particular para cualquiera que quiera decidir sobre su
sexualidad, sobre su género, sobre su identidad. No sólo piensan. Lo
transforman en una herramienta política.
El odio de Musk tiene un origen que él mismo hizo público: su hija trans pidió
a la justicia de su país que le permitiera cambiarse el apellido. El villano
nerd entonces, loco de ira, dijo: “Mi hijo murió asesinado por el virus woke”.
El origen del odio de Milei es más difuso. Lo que no es difusa es su obsesión
por el uso de analogías sexuales, que incluyen niños vejados y mujeres
violadas. Su especial fijación con las metáforas anales. Su relación de apego
extremo con su hermana Karina. Su explícita misoginia.
Quizá
entre todos los cantos que nacen en el límite entre el asfalto y el empedrado,
la nueva estrofa de unidad ya haya comenzado a sonar
Donald
Trump acaba de iniciar una política de ajuste para con el mundo entero. Algo
así como un plan Milei pero con Estados Unidos y el mundo. Subida de impuestos
para México, Canadá y la Unión Europea. Recorte de fondos para la cooperación
internacional, con el que se sustentan muchas revistas progresistas de América
Latina, entre ellas la argentina Revista Anfibia. Persecución, fomento
de odio y racismo para con las minorías, sobre todo contra los inmigrantes de
América Latina, a quienes ya comenzó a deportar. Va a ir a por el Canal de
Panamá y quiere robarse Groenlandia de una vez por todas. Javier Milei
participó de la asunción de Trump. Lo recibieron como se recibe a una estrella.
Luces y flashes. Gritos de fotógrafos, gritos de fans. Sobre todo, mucha luz.
Justo a él, que solía pedir que apagaran las luces de los estudios de
televisión y de las cumbres de economistas que nadie escuchaba. Ahora, hasta
Donald Trump había tomado nota de su agenda. De ahí viajó a Davos para dar ese
discurso. Mareado quizá de tantas luces, sintió que era el momento de marcar la
agenda internacional con su voz de mando. Lo que no tuvo en cuenta es que mucha
luz también puede cegar.
En
la crisis de 2001 la calle gritaba “piquete y cacerola, la lucha es una sola”,
una alianza de clases que si bien rápidamente se rompió demostró la síntesis
del momento histórico. Quizá, por estos días, entre todos los cantos que nacen
en el límite entre el asfalto y el empedrado, la nueva estrofa de unidad ya
haya comenzado a sonar.
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