SE ACABÓ EL CHOLLO, QUERIDAS
Tener un amigo negro, ser una persona trans o un progresista de izquierdas
no quita lo racista, ni lo xenófobo, ni el resto de las categorías indecentes
en las que se puede incurrir
Avispero. / Boca del Logo
Todo
llega. Parece imposible cuando se está atravesando una situación difícil o
desagradable, pero ocurre. Bien es cierto que las cosas no cambian o se
resuelven habitualmente por ciencia infusa y en la mayoría de las ocasiones,
salvo golpe de suerte o intervención sobrenatural, los grandes cambios son el
resultado de grandes esfuerzos; así ha ocurrido con el lenguaje y las formas de
expresión.
De todo esto son conocedoras las personas que se alejan de lo normativo por diversas circunstancias, ya sean raciales, físicas, de orientación sexual o capacidades especiales (por mencionar algunas), porque la gran mayoría ha convivido desde que tienen uso de razón con un catálogo de expresiones peyorativas, chistes o bromas que siempre refieren a su condición; son conocidos por todos los chistes sobre negros y las expresiones hipersexualizantes sobre sus genitales masculinos, así como la inagotable sexualidad de las mujeres negras, también la fortaleza, entendida como bestialidad, a la que refiere “trabajar como un negro” o la falta de intelecto a la que alude la expresión “merienda de negros”. Por supuesto, también forman parte de este intolerable compendio al que algunos se atreven a calificar como parte de la cultura patria, las bromas sobre la diversidad sexual que recomendaban no agacharse a recoger el jabón en la ducha o señalaban “la pérdida de aceite” o las infinitas expresiones humillantes hacia las personas obesas y/o gordas.
Y
este compendio de lo impresentable se amplía continuamente e incluye cualquier
diversidad o disparidad que pueda resultar objeto de chanza o azote, por
decisión de una suerte de iluminados que se creen en posesión de la verdad, la
razón y el sentido del humor; solo faltaba. Muestra de ello es la condición de
migrante, que viene que ni pintada para la práctica xenófoba.
Los
interlocutores de lo impresentable siempre han campado a sus anchas, jaleados
por muchos, con la connivencia velada de otros y ante la indefensión del
receptor, que, normalmente, se encuentra con el desamparo de quien se siente en
minoría, paralizado por la sorpresa de lo sobrevenido, por la vergüenza de que
ocurra en público o simplemente por el hastío de sufrir exabruptos continuados
sin entender el porqué.
En
este marco, el interlocutor no solo se ha tomado la libertad de decir cómo y lo
que le venga en gana, sino que también ha dictaminado cómo debe tomárselo el
receptor e incluso increparlo por su falta del sentido del humor si reacciona
de forma airada. Ahí es nada.
Pues
se os acabó el chollo, queridas.
Ha
hecho falta tiempo, trabajo, aunar fuerzas y alzar la voz en muchas ocasiones,
para llegar al momento en el que decir “vivir como los gitanos” para referir
unas condiciones de vida indeseable o referir “la expulsión de moros de España”
como solución a problemas de calado social, obtiene una respuesta contundente
por parte de los colectivos agraviados y, ahora, hasta cierto reproche social.
Sea quien sea.
Porque
tener un amigo negro, ser una persona transgénero o un progresista de
izquierdas no quita lo racista, ni lo xenófobo, ni el resto de las categorías
indecentes en las que se puede incurrir y para dejar de serlo, no queda otra
que empezar por reconocerlo. Y –¡sorpresa!– quienes usan expresiones racistas,
machistas, xenófobas u homófobas no se consideran como tal y, más aún, se
indignan con vehemencia ante lo que entienden como una acusación gravísima y
hasta se consideran víctimas de unos tiempos en los que “no se puede decir
nada”; no logran entender que las expresiones racistas o xenófobas lo son,
aunque formen parte de una nefasta costumbre popular “de toda la vida”, hayan
sido incluida en la RAE o a tu amigo el negro no le molesten.
Que lo son. Y si las usas, lo eres.
Esta
situación podría subsanarse con un mínimo ejercicio de autocrítica, revisión y
formación, pero, paradójicamente, el interlocutor de lo impresentable, el que
reclama libertad arrasando la dignidad del otro y que se permite elucubrar
sobre sensibilidades que no le pertenecen, no soporta ni que el aire roce su
ideario vital, social o religioso; de repente, esa piel fina que afea a quien
no se toma a bien sus formas deleznables se convierte en propia y para
defenderse no duda en tomar las medidas que hagan falta.
Pues
en esas estamos todas, amigas.
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