TRUMP: ARANCELES, MIGRACIÓN
Y DECADENCIA
DUALÉCTICA.
- De próxima aparición en el nº 3 de la revista
Dualéctica, impulsada por militantes de Red
Roja
Desde que
Donald Trump emergió en el escenario político con su icónico lema Make
America Great Again (MAGA), su retórica ha sido un canto de sirena
para los capitalistas que extrañan un pasado dorado que, ni nunca fue tan
brillante como lo pintan, ni ahora Estados Unidos está en la posición que
estaba. En su segundo mandato, a través del mantra de America First,
Trump busca reconfigurar un imperialismo estadounidense que ya no -solo- se
esconde tras discursos de derechos humanos o democracia, sino que opera a
través de la extorsión económica y las sanciones como única diplomacia.
La verdadera causa y consecuencia detrás de esta estrategia no es el ascenso imparable de Estados Unidos, sino su decadencia. Occidente, subyugado por Estados Unidos, enfrenta una crisis estructural: el dominio del dólar está en jaque a raíz de las nuevas alternativas que están sembrando alianzas como BRICS, la producción ha sido desplazada hacia Asia y la economía estadounidense se ha convertido en un gigante con pies de barro, sostenido por la financiarización y el parasitismo. Trump intenta frenar el declive mediante políticas económicas agresivas que buscan reordenar el comercio global a su favor, incluso si eso significa el empobrecimiento de sus propios aliados. El magnate pretende estabilizar la desestabilización global. Para quien nos haya estado leyendo a lo largo de los años, esta frase no es contradictoria, como ya adelantábamos en otro número: “Estados Unidos ha buscado en la desestabilización mundial el respaldo que en su día jugaba el oro.”
La guerra
comercial con China es un síntoma de este problema. En su afán por detener el
ascenso chino, Washington ha impuesto sanciones, aranceles y bloqueos a
empresas tecnológicas, como por ejemplo restringiendo su acceso a
semiconductores avanzados. El más reciente ha supuesto la aplicación de un
arancel general del 10% a todas sus importaciones. Cometen un error creyendo
que China es tan sumiso como la Unión Europea o sus vecinos México y Canadá. En
respuesta, Xi Jinping ha respondido con un arancel del 10-15% a productos como
el petróleo, el gas licuado, la maquinaria, y otros productos estratégicos para
Estados Unidos. Y no solo eso. A raíz de los continuos ataques del Tío Sam, el
gigante asiático ha impulsado su industria tecnológica a través de la planificación
económica local bajo programas como Made in China 2025, ha diversificado
su mercado hacia el Sudeste Asiático o América Latina, y está promoviendo el
comercio en yuanes para romper con la dependencia del dólar. Por tanto, el
resultado está siendo el opuesto al esperado: lejos de debilitar a China, están
creando una potencia inmune a las injerencias de Occidente.
Como ya hemos
introducido en el artículo EE UU: el perverso arte de saber cómo subordinar
a la Unión Europea, la política de aranceles de Trump es contradictoria. En
un vago intento de frenar el parasitismo e industrializar el país, busca
revertir el déficit comercial estructural de Estados Unidos, pero al mismo
tiempo intenta mantener al dólar como la moneda de reserva global, lo que requiere
que otros países tengan acceso constante a dólares. Si EE. UU. cierra su
economía y restringe el comercio, impide que otros países obtengan los dólares
que necesitan para pagar sus deudas al país norteamericano, el cual entraría en
crisis, generando así un efecto boomerang.
Es la
financiarización de su economía la que hace compleja la efectividad de una
política comercial agresiva. Si tenemos en cuenta que la deuda actual de
Estados Unidos se sitúa en un 120% del PIB, no hace falta ser un lince para darse
cuenta del efecto que causaría un posible impago de deuda. Además, el resultado
más inmediato tras aplicar aranceles a la importación en el país más
deficitario del mundo sería sin duda el encarecimiento general de los productos
más básicos, resultando en un aumento de la inflación.
Otro punto de
vista que quizás no se tiene en cuenta es que la política comercial
probablemente conlleve una apreciación del dólar. No solamente por el
“atractivo” que supone ser la moneda global, sino que, al reducir la cantidad
de importaciones, se reduce la oferta de dólares y al haber menos cantidad de
esa divisa, conlleva una apreciación de la moneda. Contraproducentemente, esto
haría que las exportaciones estadounidenses sean más caras y por ende menos
competitivas, lo que llevaría a que socios habituales quieran optar por
opciones más atractivas, minando la propia economía que Trump dice querer
proteger.
En el plano
migratorio, la retórica de Trump sugiere un endurecimiento de las políticas
contra los inmigrantes, pero la realidad es mucho más cínica. La economía
estadounidense necesita mano de obra inmigrante, pero la necesita en una
situación de vulnerabilidad extrema para garantizar su explotación. Mientras en
el discurso oficial el inmigrante es el chivo expiatorio para todos los males
del país, en la práctica se busca reducir a los inmigrantes a una condición de
confinamiento, para que se conviertan en una mano de obra barata y desprovista
de derechos políticos y laborales.
¿O acaso no
resulta contradictorio que empresarios como Elizabeth y Richard Uihlein hayan
sido los segundos mayores financiadores de Trump a la vez que dependen de
trabajadores migrantes -y en buena medida indocumentados- en sus fábricas? Esta
aparente contradicción no es un simple error de discurso, sino una fría y
calculada estrategia: mantener a los inmigrantes en un estado de indefensión
para hacerlos más explotables. Al criminalizarlos y marginarlos, se les impide
organizarse y exigir derechos laborales, lo que permite a capitalistas como Liz
y Dick Uihlein reducir costos y maximizar beneficios.
Las políticas
de Trump, tanto en el comercio como en la migración, son un intento desesperado
de salir a flote en una economía que lleva un ancla demasiado grande como para
salvarse. Estos salvavidas quizás habrían funcionado el siglo pasado, pero el
Tío Sam ya no está en las mismas condiciones que entonces. El parasitismo y la
financiarización de su economía la convierten en un país dependiente de su
moneda como reserva global, por lo que la desdolarización progresiva y la
autonomía de las economías del Sur Global son amenazas demasiado graves para
ella… de las que le será prácticamente imposible zafarse.
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