sábado, 15 de febrero de 2025

TRUMP: ARANCELES, MIGRACIÓN Y DECADENCIA

TRUMP: ARANCELES, MIGRACIÓN 

Y DECADENCIA

DUALÉCTICA.

 

  • De próxima aparición en el nº 3 de la revista Dualéctica, impulsada por militantes de Red Roja

Desde que Donald Trump emergió en el escenario político con su icónico lema Make America Great Again (MAGA), su retórica ha sido un canto de sirena para los capitalistas que extrañan un pasado dorado que, ni nunca fue tan brillante como lo pintan, ni ahora Estados Unidos está en la posición que estaba. En su segundo mandato, a través del mantra de America First, Trump busca reconfigurar un imperialismo estadounidense que ya no -solo- se esconde tras discursos de derechos humanos o democracia, sino que opera a través de la extorsión económica y las sanciones como única diplomacia.

La verdadera causa y consecuencia detrás de esta estrategia no es el ascenso imparable de Estados Unidos, sino su decadencia. Occidente, subyugado por Estados Unidos, enfrenta una crisis estructural: el dominio del dólar está en jaque a raíz de las nuevas alternativas que están sembrando alianzas como BRICS, la producción ha sido desplazada hacia Asia y la economía estadounidense se ha convertido en un gigante con pies de barro, sostenido por la financiarización y el parasitismo. Trump intenta frenar el declive mediante políticas económicas agresivas que buscan reordenar el comercio global a su favor, incluso si eso significa el empobrecimiento de sus propios aliados. El magnate pretende estabilizar la desestabilización global. Para quien nos haya estado leyendo a lo largo de los años, esta frase no es contradictoria, como ya adelantábamos en otro número: “Estados Unidos ha buscado en la desestabilización mundial el respaldo que en su día jugaba el oro.”

La guerra comercial con China es un síntoma de este problema. En su afán por detener el ascenso chino, Washington ha impuesto sanciones, aranceles y bloqueos a empresas tecnológicas, como por ejemplo restringiendo su acceso a semiconductores avanzados. El más reciente ha supuesto la aplicación de un arancel general del 10% a todas sus importaciones. Cometen un error creyendo que China es tan sumiso como la Unión Europea o sus vecinos México y Canadá. En respuesta, Xi Jinping ha respondido con un arancel del 10-15% a productos como el petróleo, el gas licuado, la maquinaria, y otros productos estratégicos para Estados Unidos. Y no solo eso. A raíz de los continuos ataques del Tío Sam, el gigante asiático ha impulsado su industria tecnológica a través de la planificación económica local bajo programas como Made in China 2025, ha diversificado su mercado hacia el Sudeste Asiático o América Latina, y está promoviendo el comercio en yuanes para romper con la dependencia del dólar. Por tanto, el resultado está siendo el opuesto al esperado: lejos de debilitar a China, están creando una potencia inmune a las injerencias de Occidente.

Como ya hemos introducido en el artículo EE UU: el perverso arte de saber cómo subordinar a la Unión Europea, la política de aranceles de Trump es contradictoria. En un vago intento de frenar el parasitismo e industrializar el país, busca revertir el déficit comercial estructural de Estados Unidos, pero al mismo tiempo intenta mantener al dólar como la moneda de reserva global, lo que requiere que otros países tengan acceso constante a dólares. Si EE. UU. cierra su economía y restringe el comercio, impide que otros países obtengan los dólares que necesitan para pagar sus deudas al país norteamericano, el cual entraría en crisis, generando así un efecto boomerang.

Es la financiarización de su economía la que hace compleja la efectividad de una política comercial agresiva. Si tenemos en cuenta que la deuda actual de Estados Unidos se sitúa en un 120% del PIB, no hace falta ser un lince para darse cuenta del efecto que causaría un posible impago de deuda. Además, el resultado más inmediato tras aplicar aranceles a la importación en el país más deficitario del mundo sería sin duda el encarecimiento general de los productos más básicos, resultando en un aumento de la inflación.

Otro punto de vista que quizás no se tiene en cuenta es que la política comercial probablemente conlleve una apreciación del dólar. No solamente por el “atractivo” que supone ser la moneda global, sino que, al reducir la cantidad de importaciones, se reduce la oferta de dólares y al haber menos cantidad de esa divisa, conlleva una apreciación de la moneda. Contraproducentemente, esto haría que las exportaciones estadounidenses sean más caras y por ende menos competitivas, lo que llevaría a que socios habituales quieran optar por opciones más atractivas, minando la propia economía que Trump dice querer proteger.

En el plano migratorio, la retórica de Trump sugiere un endurecimiento de las políticas contra los inmigrantes, pero la realidad es mucho más cínica. La economía estadounidense necesita mano de obra inmigrante, pero la necesita en una situación de vulnerabilidad extrema para garantizar su explotación. Mientras en el discurso oficial el inmigrante es el chivo expiatorio para todos los males del país, en la práctica se busca reducir a los inmigrantes a una condición de confinamiento, para que se conviertan en una mano de obra barata y desprovista de derechos políticos y laborales.

¿O acaso no resulta contradictorio que empresarios como Elizabeth y Richard Uihlein hayan sido los segundos mayores financiadores de Trump a la vez que dependen de trabajadores migrantes -y en buena medida indocumentados- en sus fábricas? Esta aparente contradicción no es un simple error de discurso, sino una fría y calculada estrategia: mantener a los inmigrantes en un estado de indefensión para hacerlos más explotables. Al criminalizarlos y marginarlos, se les impide organizarse y exigir derechos laborales, lo que permite a capitalistas como Liz y Dick Uihlein reducir costos y maximizar beneficios.

Las políticas de Trump, tanto en el comercio como en la migración, son un intento desesperado de salir a flote en una economía que lleva un ancla demasiado grande como para salvarse. Estos salvavidas quizás habrían funcionado el siglo pasado, pero el Tío Sam ya no está en las mismas condiciones que entonces. El parasitismo y la financiarización de su economía la convierten en un país dependiente de su moneda como reserva global, por lo que la desdolarización progresiva y la autonomía de las economías del Sur Global son amenazas demasiado graves para ella… de las que le será prácticamente imposible zafarse.

 

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