MUJICA, GARAMENDI Y
EL TIEMPO PARA VIVIR
NEUS TOMÀS
Si
con la reforma del horario laboral pasa lo mismo que con el impuesto a las
grandes energéticas habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende
que los intereses económicos son más fuertes que la política
El Gobierno da el primer paso para
reducir la jornada de trabajo a las 37 horas y media
La periodista Sarah Jaffe recuerda en el
libro ‘Trabajar. Un amor correspondido’ (Capitán Swing y
editado en catalán por Ara Llibres) que ya en el siglo XIX, el arquitecto y
activista británico William Morris (1834-1896) defendía que existen tres
esperanzas que hacen que un trabajo valga la pena: la esperanza del descanso,
la esperanza de la producción y la esperanza del placer del trabajo por sí
mismo.
Ese equilibrio entre las tres esperanzas es más fácil de teorizar que de llevar a cabo porque, como también recuerda Mujica, el neoliberalismo nos empuja a creer que todo lo que necesitamos o simplemente anhelamos se puede comprar con dinero. Y no es así aunque la paradoja es que probablemente con dinero incluso es más fácil comprar tiempo, algo que en determinados eslabones de la cadena es imposible proponerse.
La última vez que se modificó la jornada
de trabajo máxima en España fue hace 40 años y como recordaba la compañera
Laura Olías en este magnífico reportaje, entonces, como ahora, la patronal
también puso el grito en el cielo. “La filosofía de la CEOE en este sentido es
que si los asalariados trabajan menos, cobren menos, para que así colaboren en
el sacrificio que se pide a todos para crear empleos”, publicó el ABC en ese
momento. Tampoco ahora quieren oír hablar de la reforma que plantea el Gobierno
porque pronostican que bajará la productividad y la rentabilidad. Lo primero
está por ver y lo segundo debería ser al menos discutible. ¿Rentabilidad para
quién?
Además, el Gobierno ya dijo que estaba dispuesto a impulsar
ayudas a las pymes de los sectores más afectados y es probable que en el
trámite parlamentario esta opción vuelva a recuperarse porque grupos como Junts
ya han explicado que el texto actual no les basta y se han erigido en
defensores de las patronales, las grandes y las pequeñas.
Del mismo modo que algunas de las propuestas del texto aprobado
por el Gobierno son fáciles de implementar, hay otras en las que la dificultad
es evidente. Por ejemplo, en nuestro oficio, el periodismo, se ha abusado de
las jornadas maratonianas, y es algo que se ha ido corrigiendo aunque hay
margen de mejora. Este trabajo no se rige únicamente por nuestra capacidad de
organización puesto que existen informaciones sobrevenidas, desde tragedias a
convocatorias que nada tienen que ver con la racionalización de horarios. No
nos pasa solo a nosotros pero es un ejemplo de que hay ocupaciones en los que
probablemente es mejor apostar por la flexibilidad (siempre que se crea en ella
y no se quede en el campo de las buenas intenciones).
En ‘Maldito trabajo’ (Ariel),
su autor, Eduardo Vara, argumenta que pretender que la codicia humana se regule
por sí misma es como pretender que un fuego se controle por sí solo. “Acabará
deteniéndose cuando ya no quede más por devorar”, avisa. No es que la codicia
sea un sentimiento nuevo puesto que es intrínseco al capitalismo pero eso no
significa que no merezca ser acotado.
Veremos si en esta ocasión, como ya pasó con el impuesto a las
grandes energéticas, habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende
que los intereses económicos son más fuertes que la política.
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