viernes, 14 de febrero de 2025

TENTACIONES IMPERTINENTES

TENTACIONES IMPERTINENTES

POR DAVID TORRES

 

Montoya en La isla de las tentaciones.X

Por una vez, y sin que sirva de precedente, Telecirco ha apostado por la alta cultura en la confección de uno de esos productos audiovisuales que denominamos realities a falta de mejor nombre. Lo hicieron en secreto, por supuesto, sin advertir a nadie que estaban adaptando libremente un fragmento del Quijote, ya que el anuncio, con toda seguridad, hubiese ahuyentado en masa a la audiencia hacia algún otro lodazal catódico. Tan sutil resultó la referencia cervantina que ni siquiera los propios guionistas de La isla de las tentaciones se percataron de que habían hecho un homenaje a El curioso impertinente, la novelita intercalada que un cura lee en la venta de Palomeque y que interrumpe la acción del Quijote hasta el punto de que varios comentaristas sospechan que no tiene ningún sentido, ni temático ni estructural, dentro de la novela, y que Cervantes la incluyó sólo porque el editor le pedía más páginas. 

El curioso impertinente narra la historia de Anselmo, que quiere poner a prueba la fidelidad de su esposa, Camila, con la ayuda de su mejor amigo, Lotario. Al principio, Camila rehúye sin contemplaciones las insinuaciones de Lotario, quien finge estar enamorado de ella, pero no contento con el resultado, Anselmo insiste en que Lotario vuelva a la carga, una insistencia que concluye en adulterio, desengaño y tragedia. A bote pronto, la única analogía que se me ocurre con el resto de la novela es el momento en que Alonso Quijano, al emprender su transformación en caballero andante, prueba la celada de su armadura y la parte de una cuchillada. Contrariado, el hombre refuerza la celada rota con unas barras de hierro, pero decide no volver a probar su resistencia con más golpes y la da por buena. Lo cual demuestra que un loco -si es que don Quijote está realmente loco- no es necesariamente un imbécil.

No parece probable que ninguno de los concursantes de La isla de las tentaciones conozca este argumento clásico, repetido con diversas variaciones en El conde Lucanor, en El Decamerón o en Cosí fan tutte, la ópera de Mozart. Sin embargo, dicha trama sostiene todo el entramado de un espectáculo televisivo basado en el morbo de ver las reacciones de unas personas sometidas al degradante experimento de comprobar si sus parejas les son fieles. Hay, además, una cámara a la tercera potencia, otra televisión donde los participantes pueden observar la consecución (o no) del adulterio en directo: una constatación más, como si hiciera falta, de que la telerrealidad no es más que teleteatro de la peor especie.

En el supuesto de que ignorasen la existencia de esas cámaras que van grabando todos sus movimientos, los concursantes serían ratas de laboratorio en un experimento sociológico de casquería erótica. Pero no sólo saben que la televisión está ahí, sino que ellos mismos son protagonistas de una burda pantomima, guionizada y orquestada de antemano, una tediosa payasada a la que se prestan a cambio de cinco minutos de fama, quizá del salto a una de esas sillas parlantes de tertulias rosas donde comer eternamente la sopa boba. Nunca hay que olvidar que Belén Esteban alcanzó su estatus de esperpento legendario, que ya rebasa ampliamente las dos décadas, al comentar con pelos y señales su breve romance con un torero.

Los aspavientos de Montoya llorando, gritando, partiéndose la camisa como en la canción de Camarón y corriendo por la playa como un loco, han dado la vuelta al mundo, certificando uno de los grandes absurdos de nuestra época: el descrédito de la ficción en aras de una realidad amañada, una farsa improvisada por comediantes de tres al cuarto. Hoy sabemos que Montoya y Anita siguen juntos pese al empacho de lágrimas y a la obscena exhibición de cornamenta grabada el verano pasado. No es casualidad que Donald Trump haya decidido meter las cámaras a saco en el Despacho Oval de la Casa Blanca, para que la gente contemple a sus anchas cómo firma decretos aterradores en directo y cómo Elon Musk se pasea por allí con su hijo como Pedro por su casa. Al final, igual que en El curioso impertinente, lo que vamos a descubrir es que nos la han metido doblada.

 

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