jueves, 6 de febrero de 2025

LA VERDAD NO IMPORTA

LA VERDAD NO IMPORTA

POR MIQUEL RAMOS

 

Concentración este sábado frente al Ayuntamiento de Langreo en señal de repulsa y de condena por el asesinato de Karilena, una mujer de 40 años, presuntamente a manos de su pareja.Paco Paredes/ EFE

Sucedió el pasado sábado en Oviedo, ante las cámaras, en plena concentración de denuncia de un nuevo crimen machista. Karilenia, una mujer cubana de 40 años y con tres hijos menores a su cargo, había sido asesinada por un hombre en Langreo. “Llega de todo sin ningún tipo de control”, dijo el alcalde del Partido Popular, Alfredo Canteli delante de todos. “¿Quién la mató? Un inmigrante”, afirmó. No era cierto, y así se lo hizo saber un periodista allí presente. El autor del crimen era español. La respuesta del alcalde: “da lo mismo”. Y, por si fuera poco, reclamó que también se celebrasen minutos de silencio para los hombres.  

Usar este tipo de sucesos para inyectar odio no es nuevo. Es el abono habitual del miserable sin escrúpulos, que aparenta indignación mientras calcula el rédito. Lo vimos el verano pasado en Reino Unido, cuando se usó el asesinato de unas niñas para atizar el odio racista. Y lo intentaron aquí, poco después, con el crimen del niño de Mocejón. Mientras, Donald Trump aseguraba que los haitianos se comían a los perros, y podríamos enumerar decenas de ejemplos más donde la mentira racista se sucede tan habitual como impune. Lo mismo con la negación o la banalización de la violencia machista o del nazismo, levantando la zarpa mientras insisten en que Hitler era de izquierdas. Nada necesita ya confirmación empírica, tan solo activar esa emoción que refuerza lo que ya pensábamos, lo que tantas otras veces ya nos habían contado, fuese verdad o no. Qué más da, que diría el alcalde de Oviedo.

Es obvio que ninguno de los responsables de estos bulos se los cree. Pero también es cierto que se la suda que les pillen la mentira. Como los muertos que algunos todavía creen que permanecen ocultos en el parquin del Bonaire meses después de la DANA, o que Pedro Sánchez quiere matar a Ayuso, como defendió al pasado lunes en televisión la presidenta. Y parece ser que, quienes luego difunden la trola, no tienen intención de rectificar si se les desmonta. O porque se la creen, o porque creen que también les es útil. Dato ya no mata relato. Y en ese terreno envenenado se juega esta nueva liga, donde la conspiranoia y la mentira son titulares en todos los partidos. Donde ejércitos de trolls la repiten y la retuercen imposibilitando cualquier aterrizaje a la razón. Porque hay quienes, desde las gradas, seguirán animando como forofos y negando que eso fue una falta.

Más allá de la construcción de un relato, cierto o no, hay una pulsión humana que nos conduce a buscar siempre un aval para aquello que queremos pensar, aquello que nos mantiene en la línea de lo que consideramos razonable, en un lugar seguro que cobije nuestras creencias. Una pulsión que resulta a menudo inquietante cuando alimenta prejuicios, estereotipos, conspiranoias o fanatismos. Y esto es algo de lo que nadie escapa. Es decir, hay un traje para cada tribu, porque todos necesitamos creer en nuestras verdades, nuestras certezas. La diferencia está en quién y cómo reflexiona, qué pruebas necesita o qué quiere creer. Y aquí es donde se abre la brecha entre la realidad y lo indemostrable, la fe, la suposición y la sospecha, y, por qué no, en la mentira como bálsamo.

De esto, insisto, bebemos todos. Nos cuesta admitir que lo nuestro falle, que nuestras certezas tengan incongruencias, que nuestros referentes se equivoquen o jueguen sucio. Y a menudo nos agarramos a cualquier excusa para sortear ese momento de duda. Porque la duda, y por extensión, la reflexión, se perciben falsamente como debilidad. Los dogmas encajan mejor. Esto no es un eximente para quien se lo crea, pero sí que hay que distinguir entre el believer (el creyente) y el sinvergüenza, es decir, entre quien se deja engañar y el que sabe que miente, y aun así, refuerza la mentira.

Llevo mucho tiempo pensando en esto desde que la extrema derecha dejó de ser una anécdota para la mayoría y se convirtió en un actor principal. Y a la vez, mientras observo algunos comportamientos en redes sociales, ahora que se habla del destrozo que Elon Musk ha hecho en X y que todos huyen hacia otras plataformas. Obviando que los algoritmos y sus artífices premian la basura, y que los maestros de la mentira y del odio se revuelcan como nunca en esa pocilga, esta nueva manera de relacionarnos que ofrecen las redes crea todo tipo de monstruos. Pero ni esto empezó con Trump ni con Musk, ni todo el que participa de esta nueva realidad alternativa es de su cuerda.

Las redes son burbujas, alejadas del mundo real por mucho que creamos que todo sucede ahí. Espacios de socialización donde se genera una identidad, una comunidad donde a menudo, unos pocos marcan el camino al que acuden el resto como zombis a la carroña. No necesitan pruebas de nada, tan solo alguien que les guie, que instale el marco, una consigna, un objetivo, una causa. La derrota ante esto no es tan solo la infección reaccionaria y su extensión, sino la conversión de algunos en malas personas o el refuerzo de su toxicidad mediante estas nuevas herramientas y el aval de quien prefiere no pensar y que alguien le proporcione certezas a las que agarrarse.

La política, hoy más que nunca, está atravesada por la influencia de esta nueva manera de comunicarse, por este lenguaje de la inmediatez emocional, a menudo irracional, y por la impunidad del cobarde que se siente a salvo tras un avatar o tras una comunidad de semejantes excretando igual. No es solo el alcalde de Oviedo, su impertinencia y su arrogancia, es el malismo reinante, ese del que habla Mauro Entrialgo en su libro, que lleva tiempo erosionando nuestra humanidad. Escribía ayer un tuitero valenciano al que sigo, que la única forma de ser verdaderamente revolucionario, y de evitar las tentaciones reaccionarias en ese camino, es partir de un amor profundo, tierno, emocionado, genuino y radical hacia la humanidad. Y ese amor no admite bulos ni medias verdades. Las redes, los medios, las instituciones y los personajes que allí chapotean son los protagonistas de esta nueva temporada en la que la verdad ya no importa. Y cada semana tendremos una nueva ciénaga sobre la que nos obligarán a navegar, teniendo siempre la sensación de que estamos a un paso de hundirnos.

 

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