jueves, 13 de febrero de 2025

UNA DEMOCRACIA SIN DERECHOS

UNA DEMOCRACIA SIN DERECHOS

POR MIQUEL RAMOS

Imagen en la cumbre de Patriots, que reúne a la ultraderecha europea en Madrid. En la foto, el líder de Vox, Santiago Abascal, junto al presidente húngaro, Viktor Orban, y la líder de Agrupación Nacional en Francia, Marine Le Pen.EFE

Hace ya mucho tiempo que la ultraderecha no necesita golpes de Estado ni grandes algaradas para hacerse con el poder. Hoy se viste de gala, posa ante las cámaras en grandes escenarios, en todos los platós de televisión, baila, bromea y saca pecho. Algunas ya gobiernan vía democrática. Otras están cerca, y parece que no hay demasiados obstáculos para ellas. Los aires que soplan desde la otra orilla del Atlántico huelen a victoria, a una nueva era en la que, por fin, han dejado de ser esos villanos de segunda, de serie B, y tienen ya un papel principal.

La cumbre de las principales formaciones de extrema derecha de Europa celebrada el pasado fin de semana en Madrid, consiguió lo que pretendía. Un acontecimiento que no tenía más propósito que generar titulares, vídeos virales y enfado, consternación y preocupación en sus contrarios. Era, sobre todo, un aviso a las hasta ahora hegemónicas fuerzas políticas, conservadores y socialdemócratas: el futuro pasa por nosotros, advirtieron. Vuestro tiempo se agota, y vamos a por todas.

Que este encuentro haya sido en España, y con Vox como anfitrión, no es casual. Es el puente que conecta ambas orillas del Atlántico bañadas por este nuevo fascismo, desde la Patagonia hasta Alaska. Y es también donde todavía no gobiernan, una plaza preciada, con un Gobierno progresista, y que les sirve para representar todo lo que han venido a vencer. La dictadura comunista de Pedro Sánchez, paraíso de la ideología woke y puerta de Occidente ante la amenaza musulmana. Las alusiones a la Reconquista iban por ahí. El mismo argumento que usan para defender a Israel, su muro de contención de los bárbaros de Oriente. Y no crean que la huida y las purgas de varios cargos de Vox les pasa factura o preocupa a sus votantes. Se mantienen o suben en todas las encuestas.

Las democracias han cobijado a los fascistas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial sin ningún problema, a menudo porque eran útiles contra cualquier tentación izquierdista. En sus respectivos países y más allá, donde si había que apoyar a las fuerzas reaccionarias e incluso sus golpes de Estado, allí estaba el mundo libre para echar una mano. Eran otros tiempos, en plena Guerra Fría, dirán algunos, donde más valía un fascista que guardase el corral, que cualquier rojo dispuesto a tocar algo del andamiaje. Pero no hay que irse tan lejos. Todas las ideologías son respetables, dicen. Y con ese aval, con esa equidistancia cómplice, hasta aquí hemos llegado.

Hoy, este enfant terrible usado como perro de presa o como espantajo a conveniencia, tiene vida propia. Lo de los autodenominados Patriotas en Madrid fue la escenificación de un nuevo y único frente político en Europa, la tercera fuerza en el Parlamento Europeo, y no la única de extrema derecha. Hay otros dos grupos que concentran al resto de ultraderechas, algunas nada desdeñables como los Hermanos de Italia, que ya gobiernan el país, y Alternativa por Alemania, a la que las encuestas dan unos muy buenos resultados para las elecciones de finales de febrero. Su verdadero éxito ha sido que sus recetas estén siendo adoptadas por el resto de partidos, temerosos de perder sus hegemonías. Ahí vemos al PP español arrastrado al marco ultra sin muchas resistencias, a la CDU alemana saltándose su histórico cordón sanitario con los herederos del nazismo, votando ya con ellos o haciendo suyas sus propuestas contra la inmigración. O a los laboristas británicos mostrando imágenes de detenciones y deportaciones presumiendo del récord de arrestos de indocumentados. Un aval a estas ideas. Un blanqueamiento de manual. Su mayor victoria.

Hay que reconocer el buen marketing con el que se vende esta nueva ola postfacista global, capaz de acaparar constantemente la atención y arrogarse la representación del hartazgo ante los problemas no resueltos de un sistema que no han venido a cambiar, sino a soltarle la correa y el bozal, a levantarle cualquier restricción. Incluso cuando esto sea a costa de los intereses y el bienestar de la clase trabajadora patria por culpa de aranceles de su primo yanki o de fondos de inversión extranjeros que echan a los vecinos de sus casas y hacen negocio con nuestra salud. Patriotas de banderita que se arrodillan ante el capital financiero y los nuevos emperadores de ultramar. Ante las amenazas de Trump y el saqueo constante de nuestros países por parte de las oligarquías transnacionales, ningún gobierno ha osado hasta ahora alzar la voz.

La habilidad de sacar de la ecuación el problema de fondo, lo estructural, y hacer bailar el debate público con las batallas culturales es tremenda. Y su mejor logro, que otros repitan esos mantras. Unos por convicción, otros por ver si en ese nicho de mercado rascan también algo. Quienes tienen capacidad de blindar algo para lo que venga, algún derecho, parece que no están por la labor. Y todo lo que no se proteja ahora, será destruido y saqueado. Y no dirán que no nos están avisando.

Todas estas formaciones navegan aprovechando el viento que soplan Donald Trump, su bufón multimillonario Elon y Milei en Argentina, sin demasiadas resistencias en una Europa cada vez más rendida, nada unida y todavía calculando de qué manera actuar ante este embate de las fuerzas reaccionarias en todo el mundo. No hay ninguna representación similar de otras fuerzas políticas. No hay competencia en plena era de la política como espectáculo, las redes sociales y la continua performance. No hay bloques firmes que salgan a la palestra dispuestos a reventarlos. Hay tan solo aspavientos, arrogancia inútil e infusión del miedo, sin estrategia clara, sin ganas, sin saber muy bien qué hacer ni qué ponerse ante lo que viene. O quizás esa parálisis es también pura estrategia. No hacer nada. Dejar que lleguen, que arrasen y presentarse luego como salvación. Aunque sea a largo plazo. En política hay que saber esperar.

Que las extremas derechas hayan llegado tan lejos no se debe solo a su habilidad y a sus buenos y poderosos padrinos, sino también a la dejadez y la complicidad del resto. Ante las constantes exhibiciones ultraderechistas, no hay que dejar de preguntar a los extremocentristas, a los malabaristas de equidistancias, qué piensan hacer para evitar que gobiernen. Si es que de verdad quieren evitarlo, claro. Y preguntarnos todos y todas si es posible tener una democracia sin derechos.

Hay un evidente temor entre una gran parte de la sociedad que todavía se revuelve cuando alguien anuncia que va a quitar derechos o celebra un genocidio. Y menos mal que esto todavía remueve. Pero no parece que las viejas fuerzas políticas capaces de batirse con estos nuevos púgiles tengan demasiadas ganas de frenarlos o, al menos, de blindar algo ante lo que puede llegar. Y esa es precisamente la complicidad que debemos señalar hoy, más allá de las barbaridades calculadas que sueltan los ultras en sus cumbres internacionales. No se trata de sentarse a esperar sin hacer nada a que los actuales gestores hagan algo. Hay quien no ha dejado de hacer, gobierne quien gobierne, organizándose y actuando. Menos mal que hay vida política más allá de la performance partidista e institucional. Menos mal que hay movimientos sociales. Son estos quienes están librando hoy la principal batalla ante las pocas ganas, las complicidades y las deserciones de quienes nos gobiernan.

 

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