¡HONOR A LA
DESBANDÁ!
POR JUAN TORTOSA
Imagen de 'La
Desbandá'Febrero de 1937
Entre
Nerja y La Herradura quedan aún ciertos tramos de la carretera más antigua que
unía Málaga con Almería por los que se puede caminar. Deteriorados y
avejentados, poco cuidados, son trechos como este, hay algunos más, los que
mejor permiten hacerse a la idea de la espantosa ratonera que aquello debió
ser. Miras el paisaje y no puede ser más bello, recuerdas lo que aquí sucedió y
no puedes sentirte más sobrecogido. Somos más de trescientas personas y no se
oye una mosca, solo nuestros pasos. Nadie habla ahora porque todos sabemos lo
que estamos pensando.
A nuestra izquierda, la montaña. Enorme, inaccesible, eterna. A nuestra derecha los acantilados y al fondo, quinientos metros más abajo, el mar desde donde tres barcos de guerra disparaban sin piedad sobre una mayoría de ancianos, mujeres y niños que buscaban salvarse de las fauces de Queipo de Llano. Para muchos, después de caminar varios días con hambre y con frío, esa salvación nunca llegó. Si no les alcanzaban los disparos de las fragatas, aparecían los aviones italianos para rematar la faena. Una calamidad de tal envergadura que tuvieron que pasar muchos años para que alguien hablara. Los republicanos porque no supieron proteger a la ciudadanía; los asesinos porque, aunque carecían de sentimiento de culpa, eran conscientes de las dimensiones del genocidio.
Por
mucho que se recuerde, siempre será insuficiente. Por eso tiene tanto valor que
cada mes de febrero desde hace nueve años, un grupo cada vez más numeroso de
personas recorra a pie los doscientos kilómetros de aquella pesadilla por las
mismas fechas en que ocurrió allá por el año 1937. Que nadie se llame a engaño
ni intente desnaturalizar su sentido. Esto no es una excursión, tampoco una
romería, la marcha de La Desbandá es una manifestación en toda regla,
con un recorrido y una duración de libro de los récords. Esto es un tributo a
la memoria de entre ocho y diez mil personas asesinadas de las que durante
mucho tiempo nadie se atrevió a hablar. Han pasado 88 años y los pocos testigos
que quedan vivos, por entonces niños, son ya ancianos que apenas aciertan a
recordar, por ejemplo, cómo se escondían en los cañaverales o cómo saltaban de
cadáver en cadáver llorando y buscando a su madre.
Que
existan las marchas de La Desbandá contribuye a recuperar esa memoria: a través
de hijos y nietos que escucharon las historias de los supervivientes pero
durante décadas callaron por miedo, a través de las pocas fotos que hizo el
equipo de Norman Bethune, un médico canadiense que consiguió salvar
muchas vidas yendo y viniendo con una ambulancia desde zona republicana… Estas
marchas de ahora son higiene democrática pura. Que cada año la conformen un
número mayor de personas demuestra que quienes decidieron promoverlas
acertaron. Los vascos, catalanes o gallegos que acuden son más cada año, a los
en esta ocasión se han sumado franceses, ingleses, alemanes, argentinos o
finlandeses.
Y
no, no vienen de excursión. Pasar las noches en el suelo de pabellones
deportivos metidos en un saco de dormir con setenta años (la mayoría de los
participantes, de momento, son personas mayores, pero eso también va cambiando)
madrugar para recorrer veinte kilómetros diarios de media durante diez días o
asearse en duchas comunes no es precisamente el mejor de los planes. Asombra
constatar la buena disposición y el ánimo con la que esto se vive y se
gestiona. Hay fuerza, convicción y muchas ganas de luchar detrás de todo esto.
Esa determinación fortalece la iniciativa y contraría a aquellos sectores a los
que molesta, alcaldes del PP que no solo no facilitan las cosas en las
localidades por la que transita la marcha, sino que hacen lo posible por
torpedearla, ciudadanos de ideología ultra (abundantes en buena parte del
trayecto) que insultan a nuestro paso…
La
fuerza de La Desbandá es incuestionable y cada vez se ve más clara su
necesidad. Por supuesto la mayor parte de los caminantes se sitúan
ideológicamente a la izquierda. No quiero creer que sea esa la razón por la
que, incluso desde instituciones oficiales que dependen de los socialistas,
como es el caso de la subdelegación del gobierno de Almería, se pongan pegas a
circular por según qué trayectos como ha sucedido este año. Difícil entender
que esto ocurra al tiempo que el BOE declara La Desbandá “Lugar de Memoria
Democrática”, pero ha ocurrido.
¿Que
es La Desbandá pues, una china en el zapato? ¿o quizás un sabroso caramelito
que, comprobadas su fuerza y su potencia, ahora quieren patrimonializar PSOE y
compañía? Sea lo que sea, algo parece claro. Tocará trabajar para que La
Desbandá no sea torpeada ni colonizada. Sería funesto que perdiera su esencia.
Es algo que se les deberá por siempre a quienes perdieron la vida en la
carretera Málaga-Almería y a quienes, tras sufrir aquellos ataques,
sobrevivieron obligados a aprender a gestionar sus miedos y sus silencios
durante el resto de sus vidas.
J.T.
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