UCRANIA, LA “PAZ” TRUMPISTA Y EL FRACASO DEL PROYECTO EUROPEO
Donald Trump y Vladímir Putin ya han hablado.
Empezarán a negociar sin considerar los intereses de Europa ni de Ucrania,
evidenciando el fracaso histórico de la diplomacia europea
DIARIO RED
Donald Trump — Jonathan Ernst / Reuters / ContactoPhoto
Ha
ocurrido: Donald Trump y Vladímir Putin han hablado. “Hemos acordado que
nuestros respectivos equipos inicien negociaciones inmediatamente, y nosotros
daremos comienzo llamando al presidente Zelensky para informarle de la
conversación”, aseguró el propio Trump en su cuenta en la red social Truth.
El jefe
ha bajado línea y corresponde a la frágil Ucrania y a la seguidista Europa
agachar la cabeza y aceptar las condiciones que Moscú y Washington acuerden. No
habrá voz para un Zelensky dependiente por completo de la ayuda occidental,
pero tampoco para una Europa que ha aceptado sistemáticamente ser un
peón más de la geopolítica norteamericana.
¡Ahora sí se puede hablar de paz! El jefe Trump ha aseverado que “millones de personas han muerto e una guerra que nunca habría ocurrido [si él hubiera sido presidente” y que “no deben perderse más vidas”. Es desquiciante. 48 horas antes de la victoria electoral de Donald Trump en aquellas elecciones presidenciales de noviembre, era sinónimo de locura plantear siquiera la urgencia de llamar a Putin para conversar. Hoy, claro, es la nueva normalidad europea.
La posición trumpista no tiene
ni una pizca de humanismo; es mera geopolítica enmarcada en la disputa contra
China
Antes las
premisas eran diferentes: la guerra de Ucrania era existencial por cuanto
alcanzaba el carácter de cruzada civilizatoria contra la tiranía putinista; los
costes económicos, políticos y de infraestructura eran irrelevantes en comparación
al magno esfuerzo de guerra con el que había que ayudar a Ucrania; los
ucranianos muertos y la crisis demográfica del país eran un “daño colateral”;
solo la victoria total contra “el enemigo de Europa” podía ser un desenlace
aceptable.
El
hegemón ha cambiado la narrativa de forma repentina y Europa, como súbdito,
acatará, tal como antes secundaba el belicismo
de Joe Biden. Trump habla en su texto de “visitar las naciones del otro”, de
“los grandes beneficios de que algún día trabajen conjuntamente” y de cómo
Rusia y Estados Unidos lucharon “exitosamente juntos en la Segunda Guerra
Mundial”.
La
posición trumpista no tiene ni una pizca de humanismo; es mera geopolítica
enmarcada en la disputa contra China y en la ansiedad de Trump por anotarse
cuanto antes el tanto de la paz en Ucrania. No obstante, es el previsible giro
europeo lo que llama la atención. No hace mucho, la única postura aceptable era
que todo esfuerzo era poco: ¡que muera hasta el último ucraniano! ¡que caiga
hasta la última empresa alemana! Todo con tal de prolongar una guerra que nunca
fue (y nunca habría de ser) ventajosa para los europeos.
No hace
tanto, hablar de paz significaba ser un agente de Vladímir Putin. Reiterar que
las conversaciones de paz en 2022 -truncadas a propósito por un Joe Biden
obsesionado con prolongar la guerra para desgastar las capacidades rusas- nunca
debieron venirse abajo era una posición “prorrusa”. De hecho, todo era
“prorruso”, por cuanto este calificativo perdió su significado político (e
incluso etimológico) para convertirse en un macabro dardo político para anular
toda conversación sobre una salida diplomática de la guerra.
La
conversación entre Trump y Putin es un primer paso para una paz que llegará
tarde, con miles de innecesarias muertes, y que se firmará considerando
exclusivamente los intereses de Rusia y Estados Unidos. Probablemente, Trump
respete las pretensiones de Moscú en el Este de Europa, al tiempo que exija a
Ucrania suculentos premios en clave de recursos como contrapartida por la ayuda
económica norteamericana, que por otra parte no hubiera tenido sentido si Biden
no hubiera saboteado la paz en 2022.
Europa se ha constatado inútil
para defender la paz e insuficiente para hacer valer sus intereses frente al
jefe de la Casa Blanca
Europa también
pagará la cuenta. Los intereses de los Estados europeos serán ignorados y se
cargará a la industria de guerra europea el peso de la contención en una
Ucrania post bélica cuyo riesgo de reanudación de conflicto podría persistir
durante décadas. Avanzarán las conversaciones y se concretarán los acuerdos,
pero una cosa está clara: la diplomacia europea ha recibido una de sus más
grandes puñaladas. Europa se ha constatado inútil para defender la paz e
insuficiente para hacer valer sus intereses frente al jefe de la Casa Blanca.
Tras tres
años de régimen de guerra y narrativa de la violencia en Europa, ha tenido que
ser Donald Trump, que amenaza con un genocidio en Gaza y con agredir a todo
aquel que no se le subordine, quien capitalice las negociaciones de paz con
Rusia. Es un fracaso estructural de la diplomacia europea, un fallo
irreparable y un puñal en el corazón de la identidad continental.
Si Europa
no sirve para garantizar la paz en tiempos de convulsión, ¿para qué demonios
sirve en el mundo? ¿Qué es Europa en el sistema internacional? Esta guerra, la
postura norteamericana y la no-postura europea es un antes y un después en la
medular del proyecto europeo. Y nos acordaremos de esto durante mucho tiempo.
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