¿QUIÉN TEME A LA IA
FEROZ?
POR
GUILLERMO ZAPATA
Los logos de
Deepseek y de OpenAI (ladueña de ChatGPT).
REUTERS/Dado
Ruvic/Illustration
En
1974, George Roy Hill dirigió El Golpe. Una de las mejores películas de
la historia del cine, con guion de David S. Ward y Charlsie Bryant. Se dice que
el guion era tan bueno que filmaron la primera versión sin hacer cambios.
Difícil de creer, pero la leyenda es bonita.
En
la película hay una mítica partida de cartas en un tren en la que el personaje
de Paul Newman engaña al Doyle Lonnegan, interpretado por Robert Shaw,
precisamente porque sabe que hace trampas.
Después
de ser derrotado, Lonnegan habla furioso con sus hombres, que le dicen que denuncie
al personaje de Newman. En ese momento, Lonnegan estalla “– ¿Y de qué le voy a
acusar? ¿De hacer trampas mejor que yo?”
Me
acordé esta semana cuando la empresa estadounidense Open AI denunció
que la empresa China DeepSeek había logrado un modelo de IA
que funcionaba mejor que la suya y con menos uso de recursos porque les habían
robado datos.
La cosa tiene gracia porque es de todos conocido que las empresas de IA generativa, todas ellas, llevan años entrenando sus modelos con datos robados y protegidos con copyright.
El
modelo de IA que conocemos se funda sobre un gigantesco expolio, una enorme
cantidad de datos que han entrenado modelos generativos sin que estos tuvieran
que hacer la más mínima inversión al respecto. OpenAI reconocía hace unos meses
que su modelo de negocio se basaba en no pagar y que si tuviera que hacerlo no
sería sostenible.
A
nadie se le escapa que este conflicto entre empresas reproduce un conflicto
comercial mayor, el de la competición entre China y EEUU. Las noticias sobre que
DeepSeek tiene sesgos se suceden aunque, básicamente, hace lo mismo que
todas las IAs, sólo porque, en esta ocasión, lo hace China en vez de Estados
Unidos.
Y
exactamente igual que en todos los demás conflictos entre EEUU y China, Europa
está en una especie de tierra de nadie, mientras ve cómo el gobierno Trump
empieza a extorsionar con aranceles para aplicar sus políticas. Europa está en
una tesitura compleja. Con un parlamento escorado a la extrema derecha y un
consejo con presencia de Meloni, aliada directa de Trump. Vox en España aspira
a tener un papel similar: patriotas de otra patria con capital en Washington,
la de la Internacional del Odio, que se reune en Madrid la semana que
viene.
Mientras
se desarrolla este modelo de conflicto a gran escala, los sectores culturales
siguen con enorme preocupación los procesos de implantación de la IA generativa
y la normalización de su uso en sectores de la producción cultural, en
especial, aunque no únicamente, en el cómic y la ilustración, que junto a los
guionistas han sido quienes de forma más activa han protestado contra los usos
de la IA y contra los intentos de regulación de la misma vía compensación por
derechos de autor a través de modelos opt-out.
El
modelo opt-out establece que, por defecto, los contenidos estarían
disponibles para entrenar IAs salvo que el autor se niegue. El modelo que
proponen sería opt-in, es decir que por defecto no se autorice y si
alguien quiere que sus obras sirvan para eso, pueda hacerlo. Esta misma semana
el Ministerio de Cultura español retiraba un decreto en este sentido y se abría
a diálogo con los creadores con objeto de avanzar en soluciones de mutuo
acuerdo.
De
la misma forma, el Gobierno español anunciaba hace dos lunes su estrategia para
el desarrollo de una IA pública. Hay varias experiencia en el Estado español
que empiezan a trabajar en esa dirección.
El
gobierno Francés, por su parte, anunció hace también poco tiempo que una
empresa con participación del Estado había logrado entrenar una IA sólo con
contenidos abiertos, sin utilizar material con copyright.
DeepSeek, por cierto, es open source y, por tanto, es
razonable pensar que otras empresas y entidades como gobiernos o instituciones
científicas, universidades, etc. usarán partes de su código para sus propios
desarrollos. Un modelo antagónico al del monopolio cerrado que plantea OpenAI.
Por
todo ello, creo que en el asunto de la IA debemos reconocer al menos tres
cosas:
La
primera es que el terreno está cambiando a mucha velocidad.
La
segunda es que son las empresas en alianza con los intereses geopolíticos de
los Estados quienes están yendo por delante de las regulaciones.
La
tercera es que no tenemos aún propuestas que sean, a la vez, lo suficientemente
ambiciosas y de consenso.
Cabe
preguntarse si es a través de la vía tradicional de la compensación con
derechos de autor como queremos abordar un fenómenos que, precisamente, se
basan en un entrenamiento de datos no singulares, sino masivos. Que rompen
tanto la categoría de obra como la de autor para tratar el conjunto como
“contenido”.
La
pregunta es, si no es desde los derechos de autor, ¿desde dónde? Hay tres
elementos de los que se habla mucho menos.
La
legislación laboral.
Los
impuestos.
Las
competencia de lo público frente a lo privado.
Creo
que ahí podemos imaginar formas mejores de proteger a los sectores afectados
por la IA.
El
tiempo corre en contra de los derechos digitales y a favor de los monopolios,
así que sería bueno empezar a imaginar y atreverse a salir con ideas novedosas.
Las recetas con las que se intentó gobernar la irrupción de internet y la
posibilidad infinita de copiar y compartir (ya de por sí bastante defectuosas)
no van a servir esta vez.
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