MOTOSIERRAS Y
ROTULADORES NEGROS GORDOS
POR JUAN
TORTOSA
El presidente argentino, Javier Milei, durante la presentación de su libro ‘Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica’, en el Estadio Luna Park.Matías Baglietto / Europa Press
Cumplir
un programa electoral como el del fascista que ha vuelto a okupar la Casa
Blanca es muy fácil: lo destruyes todo y ya está, te cargas los derechos
humanos, las políticas de igualdad, te vengas de quienes investigaron tus
delitos, acabas con las políticas de cambio climático, reconoces sin pudor que
alentaste la toma del Capitolio indultando a sus protagonistas, mientes sin
parar, denigras a los desfavorecidos, jaleas la amoralidad de los
milmillonarios y punto. El que venga detrás que arree, que total para lo que me
queda en el convento…
Cumplir un programa electoral de izquierdas ya es harina de otro costal. De izquierdas… o de presuntas izquierdas, porque estamos llegando a un punto donde defiendes la necesidad de que la gente tenga un trabajo bien pagado y un techo digno, y ya te están llamando rojo peligroso ¿Se imaginan algún gobernante mínimamente progresista firmando decretos sin parar –con rotulador negro de gran calibre- para mejorar la vida de la gente? ¿habrá alguien alguna vez que en solo diez días consiga reconstruir lo que su predecesor destruyó? Difícil, ¿verdad?
Este
es a mi juicio el verdadero drama, no solo la impunidad con la que se
desenvuelven los amorales, sino su convencimiento de que están haciendo lo
correcto y la impotencia con la que medio mundo asiste al espectáculo. Décadas
de lucha y sufrimiento de millones de personas para eliminar desigualdades
están quedando hechas fosfatina solo en dos semanas retransmitidas en directo
minuto a minuto y nadie parece reaccionar ¿impotencia? ¿incredulidad?
¿desconcierto? ¿desidia quizás?
Los
acólitos europeos del monarca norteamericano, Orban, Le Pen, Ayuso o Meloni
hacen palmas con las orejas sin disimulo alguno al tiempo que sueñan con su
momento rotulador o adquieren motosierras para estar a la altura de Milei,
el sátrapa que hoy gobierna en lo que un buen día fue el país más occidental y
avanzado de América Latina.
Según
algunas encuestas, el cuarenta y cinco por ciento de la ciudadanía
estadounidense aprueba las felonías perpetradas en menos de quince días por
quien los gobierna solo desde el pasado 20 de enero. Si esto es así apaga y
vámonos, porque aquí se estrellan todos los talentos, aquí resbala cualquier
análisis que se base en esquemas tradicionales. Me niego a admitir que de pronto
al personal le parezca bien que nos avasallen, algo que se percibe no solo en
Estados Unidos sino en muchos países europeos empezando por el nuestro, donde
escuchar según qué conversaciones produce, sobre todo entre gente joven,
verdadero pánico ¿qué nos ha pasado, cómo nos hemos podido equivocar tanto, qué
es lo que la izquierda ha hecho tan mal?
Me
refiero a la verdadera izquierda, porque la izquierda light ya sabemos lo que
hace, templar gaitas, molestar lo mínimo posible a quienes verdaderamente tienen
la sartén por el mango, ponerse de perfil para sobrevivir y agitar el fantasma
de la ultraderecha para perpetuarse en el poder sabiendo como saben que así lo
único que hacen es huir hacia adelante hasta el día en que llegue lo
irremediable. Me produce verdadero espanto detectar en el ambiente ese aire de
resignación que parece dar por hecho que más pronto que tarde los intolerantes
acabarán gobernado este país provistos de motosierras y rotuladores de gran
calibre.
Si
eso ocurre no será jamás porque son más listos pero sí más hábiles a la hora de
contar las cosas.
Las
izquierdas andan perdidas discutiendo aún el sexo de los ángeles y así no hay
manera. Somos víctimas de la educación judeocristiana que nos inoculó la idea
de que los buenos son premiados y los malos castigados, esa gran mentira que
hace que los malos acaben siempre ganando la partida. Eso es lo que se tiene
que acabar. Como ha de acabarse la ingenuidad y el posibilismo. De nuevo vuelvo
a leer y escuchar a quienes abogan por la unidad de la izquierda, ¿qué unidad,
qué izquierda? ¿la misma historia que antes de las elecciones de julio del 23?
¿que nada cambie para que todo siga igual hasta que un día se nos coman con
patatas?
Ya
me gustaría tener la solución, pero una cosa sí sé con seguridad: que las
izquierdas resuciten, al menos en nuestro país, implica un reseteo en toda
regla porque no va a ser fácil arreglar tanto desaguisado el día en que eso
vuelva a ser posible. Espero que antes no tengamos que pasar por desaprensivos
que, motosierra en mano, acaben con los derechos que nos quedan y encima haya
medio país que se rompa las manos aplaudiendo mientras nos machacan.
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