LA VIVIENDA ES UN
DERECHO, NO UN NEGOCIO
POR
CORRIENTE ROJA
A
lo largo del siglo XX en España las políticas públicas respecto a la vivienda, lejos
de protegerla como un derecho fundamental y un bien de primera necesidad, han
favorecido un lógica mercantilista y especulativa, con no pocas veces finales
sociales dramáticos y personales trágicos.
País de propietarios, no de proletarios
La España de los años treinta, cuarenta o cincuenta no era aún un país de propietarios, sino una sociedad de inquilinos. Es a partir de los años 50 que hay un cambio de tendencia mediante una política que se fundamenta en la promoción de la vivienda en propiedad como motor del crecimiento económico y como medio de control social. Son años donde el proceso de industrialización del país supone la movilización de grandes cantidades de población, mano de obra, del campo a la ciudad. Es un rápido aumento demográfico y mucha cantidad de población con salarios muy bajos, que conlleva también el crecimiento del chabolismo y una potencial ingobernabilidad en polos económicos como Madrid, Barcelona o País Vasco. En estos años la política de vivienda está encaminada a evitar, en palabras del ministro de Vivienda que «el hombre, cuando no tiene hogar, se apodera de la calle y, empujado por su mal humor, se hace subversivo, agrio, violento»
Así
se empieza a desarrollar una política pública de subvención a empresas de construcción
con fines privados, además de facilidades de acceso a crédito a las clases
trabajadoras; eran planes de vivienda no planificados para atender las
necesidades residenciales sino como un estímulo de la actividad económica. En
un momento histórico de grandes procesos de urbanización y desarrollo de
infraestructuras, la vivienda se convierte en una forma esencial de
acumulación de capital, de producir ganancia, así se va consolidando una
especie de oligarquía inmobiliario-constructiva con importantes lazos
políticos.
Oligarquía inmobiliario-constructiva
La
entrada del país en la Comunidad Europea en el 1986, es otro momento clave de
este desarrollo histórico: el desmantelamiento del sector industrial y agrario
y su sustitución por el turismo y la construcción como sectores productivos
principales.
Al
mismo tiempo de mayor concentración empresarial, se consolidan relaciones
“caciquiles” entre políticos y empresarios que utilizan en beneficio propio
instrumentos del Estado como la planificación urbana y la calificación del
suelo como urbanizable.
El
suelo se ha convertido en objeto de mercado y por tanto en un campo de
inversión, y con la complicidad de las fuerzas políticas se apuesta por su
completa liberalización. En el año 1998 se aprueba la ley del suelo, son
los años de recalificaciones y pelotazos urbanísticos por los que, a través de
los impuestos vinculados al suelo y a la vivienda, se aumentan los ingresos
municipales. En este periodo se construyeron en España más viviendas que en
todas las grandes economías de la Unión Europea juntas y hasta el 85% del total
del sistema crediticio está destinado al sector inmobiliario.
El pinchazo
La
compra de viviendas se ha convertido para las familias en una forma de ahorro e
inversión, no es casualidad que los países con
mayores tasas de propietarios son los que tienen Estados del bienestar más
débiles. Por supuesto, las hipotecas eran el medio para acceder a la
vivienda de los hogares de bajos ingresos, en un mercado que se incentiva con
beneficios fiscales y una financiación barata y abundante. Entre los
años 2000 y 2007, se había triplicado el endeudamiento de las familias.
Y
entonces estalló la burbuja, con un desempleo de hasta el 27% y una población
super endeudada, se vuelve imposible el pago de las hipotecas para cientos de
miles de hogares. El sector de la construcción, fundamental en la economía
española se paraliza junto con un sistema financiero con superávit de vivienda
depreciada y sin salida en el mercado. Son años de “prima de riesgo” y
políticas austericidas basadas en la recuperación del sistema a base de
créditos europeos que devolver con recortes en política públicas.
El
pinchazo tiene respecto al acceso a vivienda 2 importantes consecuencias:
- La entrada en el negocio inmobiliario de los
fondos buitres y fondos de inversión. Bancos
como el Santanter, BBVA, Caixabank, Bankia, Sabadell, etc. venden gran
parte de su stock de vivienda, una parte al Estado a través del rescate
bancario y la creación de la Sareb, -al mismo tiempo que el Estado rescata
a los bancos, no se decreta la paralización de los desahucios- y otra
parte a fondos de inversión y financieras internacionales que compran
vivienda a muy bajo precio. Así entran en juego los grandes capitales en
la gestión de un bien de primera necesidad y se acaban convertido en
importantes lobbys de presión con poder para conseguir del gobierno
ventajas fiscales y reformas legales, como la ley de arrendamientos del
2013 que supone la liberalización de los precios del alquiler. Es esta una
tendencia que años después de la crisis todavía no se ha revertido, según
los datos del año 2023 hasta un 60% de vivienda comprada se hizo sin
financiar.
- El endurecimiento de las condiciones para la
compra de vivienda, entre ellas las dificultades de
acceso a la financiación, que de facto restringen el crédito solo a las
rentas más altas. Para algunos autores se ha diseñado un sistema
hipotecario orientado a afianzar el patrimonio inmobiliario de las clases
medias-altas, al mismo tiempo que se relegaba al alquiler a los hogares
con ingresos más bajos y que ya no pueden comprar vivienda por
dificultades de acceso al crédito, por poner un ejemplo en cifras, si
en el año 2007 se habían concedido 280.000 millones de euros para la
compra de vivienda, en el año 2014 tan solo fueron 38.000 millones.
El alquiler
A
partir de la crisis, como vemos, tiene lugar un cambio estructural respecto a
la propiedad: alquilar pasa a ser la forma principal de acceso a la vivienda en
todos los tramos de edad y durante más tiempo; la proporción de hogares en
alquiler no ha dejado de crecer, de un 13% en el 2008 ha ido aumentando hasta
alcanzar el 24% en 2021.
De
los hogares nuevos hasta un 52% tienen que recurrir al alquiler, tendencia que
se acentúa entre población migrante y población joven, siendo los menores de 30
años los que en mayor porcentaje viven de alquiler, hasta el 56% en el último
año.
Las
distintas normativas respecto al alquiler no han favorecido el acceso a las
personas con menos recursos económicos. Desde la aprobación del Decreto Boyer
en 1985, las posteriores leyes de arrendamientos han mantenido o acentuado una
línea liberalizadora de los precios, que ha comportado en la práctica su
encarecimiento. El uso turístico de una parte creciente de las viviendas y un
pírrico parque de vivienda pública, contribuyen aún más a complicar el acceso
al alquiler, cuyo precio ha subido en los últimos diez años una media del 30%
respecto a los salarios, que apenas han crecido un 17%. Aunque hay diferencias
notables entre territorios, las mayores subidas se han producido en ciudades
donde el turismo es una importante fuente de actividad, la medida de subida
llega hasta el 40% en Baleares, 43% en Valencia, 39% en Málaga o el 33% en
Canarias, aunque también se ha dado en núcleos urbanos como Madrid (+29%),
Barcelona (33%), Toledo (35%) o Girona (26%).
La
escalada de precios es tal, que el alquiler se ha convertido una forma de
empobrecimiento de la clase trabajadora y un motor de la desigualdad social,
más aún cuando vivir de alquiler se ha convertido es una situación que cada vez
más se prolonga hasta la vejez. Y aunque las recomendaciones de organismos como
la OCDE o el Banco de España son que el precio del alquiler y pago de
suministros sea cómo máximo un 30% del salario, nos encontramos con que la
media está por encima del 40% y en algunas ciudades como Madrid, Barcelona,
Baleares o Valencia puede llegar hasta el 72% del salario. A nivel de la Unión
Europa España es uno de los países que más renta se destina a pagar el alquiler
de la vivienda (En Europa la media es 21%) y somos la economía europea donde un
mayor porcentaje de personas que residen de alquiler se encuentra en una
situación de riesgo de pobreza o exclusión.
¿Una nueva lucha de clases?
Muchos
análisis recientes insisten en dividir a la población en dos clases sociales
enfrentadas en función de la posición que se ocupe en el sistema de vivienda:
los propietarios (propietariado) y los que viven de alquiler (inquilinato).
Quedarse en un análisis del mercado de alquiler como un mecanismo de
transferencia de rentas de los sectores que menos tienen a los sectores más
adinerados, desplaza la contradicción fundamental del capitalismo que es
la lucha capital- trabajo a la de la propiedad de la vivienda.
El
problema de la vivienda no es un fallo del sistema sino su resultado. Como
vimos, este es un país en el que durante años la propiedad de la vivienda ha
sido una forma de ahorro e inversión para las familias, una forma de
acumulación de capital y seguridad, más aún en países con Estados de Bienestar
débiles, lo que llega hasta el paroxismo con la llamada “hipoteca inversa”, una
forma de aumentar los ingresos para la población mayor de 65 años.
La
única solución es desmercantilizar la vivienda, una crisis de esta magnitud no puede resolverse
corrigiendo y regulando el mercado, aunque el consenso político general está
muy lejos de eso, lo que nos lleva a una de las contradicciones más importante
del estado democrático, ¿no es acaso la vivienda un derecho?
El derecho a la vivienda
Cuando
hablamos de la vivienda como derecho nos remitimos a su inscripción en la
Constitución, si bien no por casualidad no es un derecho reconocido como
derecho fundamental, o lo que es lo mismo, no es un derecho por el que
deban velar los poderes públicos ni las voluntades políticas, que quedan al
arbitrio del contexto, y en un contexto capitalista, la lógica siempre será la
de la ganancia.
La
última ley de vivienda, la del auto-proclamado gobierno “más progresista
de la historia” no supone ningún cambio real, aunque introduce la posibilidad
de control de precios con la declaración de «zona tensionada«, donde
el precio de la hipoteca o el alquiler, más los gastos y suministros, supere el
30% de la renta, o la de figuras considerados como “gran tenedor”
de vivienda; si bien al final la implantación de estas consideraciones,
fundamento de un control de precios, depende de la voluntad de cada Comunidad
Autónoma y actualmente ni las comunidades del mismo signo político que el gobierno
cumplen su propia ley. Tampoco se prohíben los desahucios ni se plantean
alternativas habitacionales llegado el caso, lo mejor de la ley es el objetivo
de aumentar el parque público de vivienda hasta un 20% pero es un
brindis al sol que no incluye planificación para llevarlo a cabo, bastaría por
ejemplo con las viviendas de la Sareb, de las que el ejecutivo ha ofrecido
21.000 (la Sareb adquirió 87.972 viviendas terminadas) a municipios y
comunidades autónomas y de las cuales solo se han vendido 350 en el 2023.
Respecto
a la vivienda pública o de protección oficial -VPO- cuya construcción ha
pasado de un 63% en los años 60 a menos del 10% en la actualidad, a resultas no
deja de ser una forma dilatada de “privatización de la vivienda”, que
acaba engrosando el mercado especulativo según el tiempo en que cada Comunidad
Autónoma decida mantener su regulación de precios. Como ejemplo, en la
Comunidades de Madrid, la agencia de vivienda social ha pasado de tener 76.000
viviendas en 1995 a 18.000, esta disminución se debe entre otras cosas a la
venta masiva del parque de la empresa municipal de la vivienda por parte de Ana
Botella, con una revalorización actual en el mercado de hasta el 180%.
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