LO DIGA EL PORQUERO O EL REY
OPINIÓN DE ELISA BENI
Perdonen la torra y la inmensa pereza
que les habrá producido todo esto, pero el discurso del rey no pudo estar más
plagado de verdades, cosa que no empece para que no le hagan ni puñetero caso
La gente lo ha disuelto todo hacia lo
fácil, y hacia el lado más fácil de lo fácil, pero nosotros debemos mantenernos
en lo difícil"
Rainer María Rilke
Siguiendo las enseñanzas de Juan de Mairena debemos colegir que las verdades son las mismas las diga Eumeo o Felipe VI y que el discurso real de la buena noche contiene unas cuantas de ellas. Me parece especialmente relevante la referencia al bien común como punto de referencia de la política y de los políticos y la defensa de la democracia liberal, de los derechos humanos y del fortalecimiento institucional junto a la petición del cese de la cacofonía que llena la esfera pública para recuperar un debate político sosegado y centrado en las verdaderas aspiraciones de la ciudadanía.
Que el ruido y la violencia del debate
político centrado en el poder -en conservarlo o en ganarlo o en manejarlo- y no
el debate de los intereses comunes tiene hastiados a la mayoría de los
ciudadanos no admite discusión. Más allá de los activos, activistas,
periodistas, movilizados o directamente interesados existe una amplia masa de
votantes que ha desconectado en gran medida del debate público. No quieren
estrés, no quieren vivir en medio de esos altercados constantes y solo
aparentemente importantes, un ecosistema en el que hasta los que nos vemos
obligados profesionalmente a sumergirnos nos hastiamos a menudo. No tienen
redes o no las usan con fines políticos, han desconectado de los medios
informativos refugiándose en el entretenimiento y están peligrosamente cerca de
abrazar el desprestigio de toda política, de pretender que todos los
representantes públicos son iguales, de abrazar la idea de que la solución a
sus problemas no llegará del libre juego democrático de representación y de que
nada de lo que sucede en la esfera pública les atañe. El ruido no beneficia al
interés general y, en todo caso, está pensado para sostener intereses
particulares o partidistas. La serenidad es un caldo de cultivo mejor para la
convivencia, lo diga el rey o Agamenón.
Y esto nos lleva al tema del bien común, objetivo último de la
acción política. ¡Claro que existe un bien común de la sociedad! El bien común
estriba en la creación de las condiciones sociales para desarrollarnos en paz,
con justicia y en libertad. Sólo quienes pretenden romper con lo existente para
sustituirlo por algo que no se atreven a precisar pueden pretender que tal plan
es indeterminado o insuficiente. El bien común incluye un conjunto de bienes
materiales, educativos y éticos que permitan el mejor desarrollo de los
individuos dentro de la sociedad, creando para ello una adecuada organización
social. El bien común exige la equidad en la distribución de esos bienes de
forma que se de cumplimiento a la determinación constitucional de que vivimos
en un estado democrático, social y de derecho. Todos los términos importan y
todos afectan al citado bien común. Desde las ópticas partidistas se eligen a
veces unos por encima de otros, con una primacía inexistente en la enumeración
constitucional. Debe darse todo a la vez, eso constituye el bien común. Me
gustaría mucho que todos los que consideran que esto es aburrido, un tostón,
nos explicaran abiertamente, sin caretas, por qué tienen pensado sustituirlo
para volverlo vertiginosamente divertido, porque hasta el momento no lo han
hecho y eso da mucho que pensar.
Ninguna de las tres cosas puede ser masacrada en nombre del
interés ideológico o partidista. Ninguna. Por eso es una obligación para el que
busca el interés general oponerse a cualquier ataque a la democracia, al estado
social o al estado de derecho. No hay hombre, organización, partido o interés
ideológico que merezca que ni uno de estos pilares sea destruido. Y está
sucediendo. El día que cualquiera de ellos quiebre habremos vuelto a lo peor de
nuestra historia, como sabrán todos los que tienen memoria. Defender la
democracia liberal, el mejor de los sistemas que hemos sido capaces de diseñar,
es una obligación para todo aquel que cree en el interés general. En este
momento de desorden mundial es una obligación que nos atañe a cada uno de
nosotros, aunque no sea lo más fácil, aunque resulte más sencillo rendirse al
discurrir de la masa. La democracia liberal y el concepto europeo como
salvaguarda de la misma es otra de las cuestiones que defendió Felipe VI y hay
que ser más que porquero domador de onagros para considerar que no es el sentir
más común de los ciudadanos de este país.
Se refirió también el rey al consenso necesario para fortalecer
las instituciones y mantener en ellas la confianza de la sociedad. No hay
peligro más grande en muchas de las diatribas actuales. Las instituciones
constituyen las vigas que sostienen la democracia. No hay teórico de la
democracia que no considere que el primer paso para acabar con ella consiste en
el debilitamiento de esa armazón. Entiendo que hay grupos y grupúsculos y hasta
partidos que están disimuladamente en ello, en socavar la actual democracia
liberal para hacer nacer otro régimen, tal vez importado, a la chita callando y
sin poner sobre la mesa un programa que saben no tendría el respaldo ni
siquiera de la totalidad de sus propios votantes.
Y, desde luego, no se puede asumir el deterioro de la confianza
ciudadana en la existencia de un Estado de Derecho real y con garantías en
nuestro país. Cada paso que se da en este sentido –desinformando, retorciendo,
generalizando, atacando, desprestigiando– es una bomba lapa colocada en los
pilares de hormigón que sostienen todo el armazón de nuestra convivencia. El
bien común, el interés general, obliga a buscar los explosivos y desactivarlos
porque por mucho que haya quien crea que derribando el edificio salvará lo que
prefiere, lo cierto es que es imposible; si el edificio se derrumba tampoco lo
que defienden quedará incólume.
Perdonen la torra y la inmensa pereza que les habrá producido
todo esto, pero el discurso del rey no pudo estar más plagado de verdades, cosa
que no empece para que no le hagan ni puñetero caso. Que nos iría mejor si se
lo hicieran, no es menos cierto. Y eso lo puede comprender una persona que
intelectualmente se considera republicana y un monárquico porque, ya saben, un
rey de ahora no es peor que un rey mitológico ni tampoco peor que un porquero.
Juan de Mairena lo suscribiría.
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