UN BRINDIS POR
ESPAÑA
El PP comete una negligencia de
consecuencias trágicas, pide un pleno para culpar a otros y se va de copas en
mitad de la sesión porque el PP es España y su trabajo es representar a la
mayor parte posible de su ciudadanía
El ministro del Interior dio explicaciones sobre la
respuesta a la DANA a una bancada popular poco concurrida el 18 de diciembre. /
Congreso de los Diputados
El Gobierno comparecía en el Congreso de los Diputados a petición del PP. El Grupo Parlamentario Popular había pedido explicaciones por vía de urgencia para conocer el número de efectivos del ejército que están trabajando en estos momentos en la reconstrucción de las poblaciones valencianas afectadas por la dana y denunciar que el número es insuficiente. Mientras el ministro Marlaska daba las explicaciones solicitadas, la bancada de los de Feijóo se iba quedando desierta. El líder gallego y sus diputados iban abandonando el pleno sin hacer demasiado ruido, lo cual hacía pensar que no se trataba de la enésima protesta para denunciar que la izquierda le había entregado España a ETA, a Venezuela o los alienígenas. La cosa era más terrenal. Los populares tenían interés en criticar la actuación del Gobierno, pero tenían también la tradicional copa navideña y los canapés corrían el riesgo de quedarse pochos si el pleno se alargaba demasiado. Cosa que empezaba a suceder. Quizá usted no lo sepa, pero cuando un canapé se queda pocho no hay Unidad Militar de Emergencias que lo reconstruya. Así que, dijeron los diputados del PP, aquí se quedan ustedes hablando de sus cosas, que nosotros nos vamos de almuerzo. Lo que comenzó el pasado 29 de octubre como una comida que se alargó más de la cuenta en un restaurante valenciano, acaba para el Partido Popular en una comida ante la que no cabe la impuntualidad, así que se ausentaron del debate sobre la mayor catástrofe de las últimas décadas. De almuerzo en almuerzo se cierra el círculo virtuoso del sudapollismo en su máximo esplendor.
Quienes
no conocen bien España se llevan las manos a la cabeza. Se preguntan cómo es
posible. Cómo se atreven después de lo que ha pasado. Se indignan porque las
encuestas siguen dando como ganador en Valencia al tipo que no hizo su trabajo
porque no decretó una emergencia al estar de sobremesa en el reservado de un
restaurante caro. Se escandalizan sin entender que se trata simplemente de un
asunto identitario. Ellos son España y quienes se escandalizan no lo son tanto.
Somos españoles en tanto en cuanto nos gustan los toros, la paella y mentir
cuando la cagamos culpando a otro que pasaba por allí. La política es
representación y la bancada popular representa perfectamente a una gran parte
de esa España que también se iría de copas antes que perder su tiempo en
asuntos del bien común. Esa España de a pie que tampoco dimitiría, que cobraría
comisiones igual que, si puede, paga en negro. La España de ciudadanos libres
que también aprovecharía 200 muertes provocadas por su propia incompetencia
para repartir contratos millonarios entre amigos que luego devolverán el favor.
Mejor para mí que para otro. Dejarlo ahí sería de idiotas porque podría venir
detrás otro como yo y robarlo. Mejor yo que un ladrón. El PP comete una
negligencia de consecuencias trágicas, pide un pleno para culpar a otros y se
va de copas en mitad de la sesión porque el PP es España y su trabajo es
representar a la mayor parte posible de su ciudadanía.
Mazón
tuvo una crisis de españolidad cuando la tragedia llegó con toda su crudeza y
la factura del Ventorro estaba aún caliente. El tipo parecía sensible e
incluso, lo que es peor, sincero. Agradeció la colaboración de sus adversarios
políticos. Se le veía tan afectado que no es descartable que tuviese
remordimientos, que se le pasase por la cabeza dimitir como si de un noruego o
un belga se tratase. En ese momento de flaqueza ni los suyos lo querían. Es
lógico. Mazón no representaba en esos momentos lo que debía representar. Pero
la patria, ese norte espiritual que vive en todos nosotros, apareció días
después para convertir al hombre diminuto y criticado en un gigante
reivindicado por los suyos. Salió a decir lo contrario de lo que le habíamos
escuchado decir y lo hizo como debe hacerse: sin sonrojarse. Culpó al hombre
del tiempo y a un par de subordinados, se puso a repartir contratos millonarios
entre empresarios amiguetes salpicados por casos de corrupción
sin disimulo y confirmó que en Valencia se podrá seguir edificando en zonas
inundables. Dos orejas y rabo. Si mañana se fumase un puro en la plaza de
Paiporta, los gritos de dimisión serían menos que hace dos meses y se
mezclarían con algún que otro ole tus huevos. Hace dos meses no representaba a
nadie y hoy representa a millones. Si, puro en mano, asegurase que los muertos
se iban a morir igual, nos estaríamos preguntando si al tipo no se le habrá
quedado pequeña Valencia, si su talla política no será merecedora de pelear por
el liderazgo a nivel nacional. En la copa navideña, a la que nadie llegó con
retraso, se brindó por España. Como no podía ser de otra forma.
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