LA CORRUPCIÓN Y EL
BIPARTIDISMO
DIARIO
RED
Isabel Díaz Ayuso y José Luis Ábalos
Si algo revelan todos los datos que estamos conociendo durante el último año es que algo que quizás se nos había olvidado sigue siendo rigurosamente cierto: que la corrupción no es un asunto de manzanas podridas sino una forma de gobierno
Mientras el país entero estaba angustiado por las consecuencias humanas y económicas de la peor pandemia en 100 años, mientras ciertos nuevos partidos con una presencia modesta en el recientemente formado gobierno de coalición sentían sobre sus espaldas la enorme responsabilidad que tenían en esos momentos y trabajaban todas las horas del día y todos los días de la semana para sacar adelante medidas como los ERTEs, el bono social eléctrico, la congelación de los alquileres o el ingreso mínimo vital, mientras muchos compatriotas estaban confinados, mientras otros muchos temían por su vida o por la vida de los suyos, mientras muchos negocios tenían que cerrar y millones palpaban la ansiedad que provoca no poder llegar a fin de mes, personajes como Tomás Díaz Ayuso, Alberto González Amador, Víctor de Aldama o Koldo García empleaban su tiempo y su esfuerzo en encontrar todas las vías posibles para forrarse a cargo del dinero público y gracias a sus contactos en los gobiernos y las instituciones. Entonces no lo sabíamos, pero hoy sabemos que fue así.
Desde
hace meses, los medios de comunicación van presentando detalles y más detalles
de las diferentes instrucciones judiciales y de los informes policiales.
Sobre el
hermano de Isabel Díaz Ayuso, sabemos que se llevó casi 300.000 euros en
comisiones por la intermediación en la compraventa de material sanitario por
parte de la Comunidad de Madrid. La mención de este hecho comprobado en una
cadena de radio le costó la cabeza a Pablo Casado en apenas 72 horas. Sobre la
actual pareja de la presidenta, sabemos que se llevó mucho más dinero que su
hermano. De hecho, 300.000 euros no es la comisión que se llevó por facilitar
diversos negocios con el grupo Quirón —uno de los principales beneficiarios de
la privatización de la sanidad perpetrada por los sucesivos gobiernos del PP—
sino la cantidad defraudada a Hacienda, como él mismo ha confesado ante la
Fiscalía. Los medios también nos han contado que González Amador vive con Ayuso
en un lujoso piso, posiblemente pagado con las comisiones, y que se los ha
visto a los dos en un Maserati. En el debate público, el caso se ha enmarañado
mucho más desde que Miguel Ángel Rodríguez decidió pasar a la ofensiva y consiguió
cambiar exitosamente el marco al arremeter contra el Fiscal General del Estado.
Como si en España no fuera el pan nuestro de cada día la filtración de
información secreta sobre personas públicas por parte de los jueces, el jefe de
gabinete de Ayuso ha conseguido no solamente acusar públicamente al Fiscal de
revelación de secretos sino que, además, ha conseguido que dicha figura sea
imputada en sede judicial por primera vez en la historia de nuestra democracia.
De esta manera, los detalles que los medios de comunicación van publicando
sobre el caso ya no son los detalles sobre lo que hizo Alberto González Amador
sino sobre lo que hizo Álvaro García Ortiz: si envió los documentos o no los
envió, si borró los mensajes de su móvil o no los borró, si recibió órdenes de
Moncloa o no las recibió, y así sucesivamente. La extraña maniobra del ya
dimitido Juan Lobato con el notario ciertamente ha contribuido al lanzamiento
de más tinta de calamar sobre todo el asunto.
En el
lado del PSOE, aparte de los casos del hermano de Pedro Sánchez y de su mujer
—que tienen, sin duda, menor consistencia aunque sin descartar que se puedan
haber cometido ilícitos—, la trama de corrupción más evidente que hemos
conocido en estos meses es la que gira en torno a José Luis Ábalos. Los
detalles aquí, además, son todavía mucho más profusos. Cada mañana, nos
desayunamos con una nueva noticia sobre los mensajes que mandó Koldo a este o
al otro ministro, las compras y alquileres de viviendas supuestamente para
disfrute del exministro o de su entorno más cercano, los contratos, los envíos
de documentación sobre las concesiones, las acusaciones de Aldama, la
refutación de las mismas, bien a cargo de Koldo, bien a cargo de Ábalos, la
empresaria que supuestamente llevó dinero en efectivo en bolsas a Ferraz, el
viaje de Delcy Rodríguez y toda la conexión con Venezuela, el piso de Jessica,
el chalet de Cádiz, el local comercial en Valencia, y así sucesivamente. Una
maraña comunicativa mucho más densa que en el caso del entorno de Ayuso, quizás
por la participación de más personas en la jugada y también por la mayor
potencia de la derecha mediática vis à vis la progresía.
Lo que revelan las tramas en
torno a Ayuso y Ábalos es que personajes como González Amador o como Aldama, no
lo suelen tener muy difícil para acceder a las respectivas cocinas de los dos
partidos dinásticos del bipartidismo
De todas
formas, ya sea si nos referimos al PP o al PSOE, conviene hacer un pequeño
ejercicio de abstracción, dar un paso atrás, examinar el asunto a vista de
pájaro e intentar extraer las líneas maestras de lo que está pasando, si
queremos aprender algo y poder alcanzar alguna conclusión útil. Para ello hay
que evitar que los árboles nos oculten el bosque y analizar cuál es la
principal dinámica subyacente que se puede ver en todos estos casos. A nuestro
juicio, la respuesta no es difícil. Lo que revelan las tramas en torno a Ayuso
y Ábalos es que personajes como González Amador o como Aldama —del mismo modo
que antes fue 'el Bigotes' o Roldán— no lo suelen tener muy difícil para
acceder a las respectivas cocinas de los dos partidos dinásticos del
bipartidismo. A Podemos, jueces y periodistas corruptos intentaron fabricarles
decenas de casos de supuesta corrupción, pero ni un solo ticket de taxi se ha
demostrado mal hecho a pesar de que los morados han tenido responsabilidades de
gobierno. Sin embargo, en los pocos años que lleva gobernando tanto Ayuso como
Sánchez, ya son claramente visibles dos casos de tramas corruptas que han
alcanzado el corazón del PP de Madrid, del gobierno de la Comunidad de Madrid,
del PSOE y del ministerio de Transportes, respectivamente.
Por
supuesto, en cada caso, el alcance y los detalles son distintos. Siempre van a
quedar dudas de la participación exacta de cada uno de los protagonistas, habrá
que determinar si se han cometido ilícitos o simplemente estamos hablando de un
aprovechamiento obsceno de las instituciones y del dinero público, en algunos
casos habrá condena y en otros no y todo dependerá, en última instancia, de los
diferentes relatos que se consigan construir. Pero lo que es absolutamente
innegable tanto en el caso Ayuso como en el caso Ábalos es que la operativa ha
tenido acceso absoluto al núcleo dirigente de las dos organizaciones políticas
del bipartidismo. En el primer caso, los corruptores han llegado hasta la
presidenta del PP de Madrid y presidenta de la Comunidad de Madrid. En el
segundo caso, han llegado hasta el número dos del PSOE y mano derecha de Pedro
Sánchez durante muchos años y hasta el núcleo del ministerio de Transportes; el
que más inversión territorial reparte.
No es casualidad, así, que el
único breve paréntesis en la lluvia constante de actividades corruptas haya
tenido lugar cuando el bipartidismo ha sido más débil y Podemos era una amenaza
Si algo revelan
todos los datos que estamos conociendo durante el último año es que algo que
quizás se nos había olvidado sigue siendo rigurosamente cierto: que la
corrupción no es un asunto de manzanas podridas sino una forma de gobierno. No
es casualidad, así, que el único breve paréntesis en la lluvia constante de
actividades corruptas haya tenido lugar cuando el bipartidismo ha sido más
débil y Podemos era una amenaza. En cuanto el PP y el PSOE analizaron que
podían volver a encauzar el tablero político hacia el viejo sistema del turno,
las alcantarillas de la corrupción volvieron a rebosar con sus contenidos
fecales. El análisis de los elementos comunes alrededor del caso Ayuso y del
caso Ábalos nos sirve para entender no solamente cuál es el problema sino, además,
cuál es la solución.
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