LA FE NO ES CIENCIA
SENÉN BARRO AMENEIRO
Escuchando
a Mayor Oreja yo mismo imaginé que desde el atril del Senado hablaba un cerebro
simiesco, y me preguntaba qué clase de involución se está produciendo en una
parte de la sociedad, y en el Senado mismo, para que haya tenido lugar este
esperpento desde tan singular tribuna
Lo que ya no puede ser objeto de percepciones u opiniones personales son los datos que reflejan las encuestas sobre la creencia de los científicos en la evolución. Estas muestran, objetiva y científicamente, que no es verdad que la mayor parte de los que nos dedicamos a la investigación científica pensemos que somos el resultado de una creación divina y no de la evolución. Cito como ejemplo una encuesta realizada en 2018 por el Pew Research Center para la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, en la que se muestra que el 98% de los científicos vinculados a dicha asociación cree que la vida evolucionó a lo largo del tiempo siguiendo procesos naturales.
Hay quien piensa, eso sí, que la
evolución de las especies, como todo lo que ha ocurrido desde el origen del
Universo, y hasta el Universo mismo, ha sido previsto por un dios, en general
el “suyo”. Como a los dioses se les suele atribuir omnipotencia, omnipresencia
y una existencia eterna, en teoría podría haber sido así, al no tener límite
alguno la capacidad divina para crear y hacer que lo creado cambie o evolucione
a su antojo. Además, teniendo en cuenta que la vida eterna da para mucho, hasta
para aburrirse si no hay distracciones suficientes, tendría sentido que ese
dios haya creado la evolución de las especies para hacernos cambiar a los seres
vivos de forma constante pero lenta, muy lentamente, y así entretenerse viendo
los resultados.
Cabría pensar entonces que un dios todopoderoso no tiene otra
cosa en la que pensar ni nada mejor que hacer que controlarlo todo, hasta el
más mínimo detalle. Sin embargo, la Iglesia Católica, pongo como ejemplo, dice
que su dios creó a los seres humanos con libre albedrío y, por tanto, con la
libertad de decidir. Sin ir más lejos, decidir si lo siguen y lo aman, algo que
solo podría surgir, según la doctrina católica, de una elección libre, no de
una predestinación divina. Pero no parece muy lógico que se nos dé carta blanca
para actuar, a expensas de rendir cuentas en el juicio final, eso sí, y se
hayan marcado las cartas de la evolución. No parece lógico, pero partiendo de
que la fe no se sustenta en la lógica, estas ideas caben en la fe cristiana o
en cualquier otra.
Cuando las respuestas se complican conviene acordarse de
Guillermo de Ockham, franciscano, teólogo y filósofo inglés nacido a finales
del siglo XIII, y de su célebre principio, conocido como la navaja de Ockham.
Este dice que ante varias explicaciones posibles para un fenómeno debe
preferirse la más sencilla que sea suficiente para explicarlo. Este principio
se aplica en la ciencia como guía para formular teorías y modelos, aunque no
haya garantías, bien es cierto, de que la explicación más simple que podamos
dar sea la verdadera.
El conocimiento que la ciencia nos ha aportado a lo largo del
tiempo no nos permite aún explicar la mayoría de las cosas. Donde la ciencia
todavía no ha puesto luz cabe la especulación y la fe, pero no debería ser así
para lo que son evidencias científicas.
Una cosa es que la propia ciencia someta permanentemente sus
conclusiones a mejores respuestas que las que ya ha dado, algo que precisamente
la hace aún más inapelable, y otra que caprichosamente cuestionemos lo que la
ciencia va poniendo en claro. Hacerlo así es volver a cubrir con la oscuridad
de la ignorancia aquellos lugares en los que la ciencia ha puesto luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario