NO ES MAFIA, SON TUS
IMPUESTOS
JAVIER CAVANILLES
Tráfico
de drogas, organización criminal, cohecho pasivo, revelación de secretos y
omisión del deber de perseguir delitos. Esta es la lista de la compra de la que
tendrá que responder el capitán de la Guardia Civil Jesús Fernández Bolaño. El
ínclito estaba pendiente de destino tras prestar servicios en el puerto de
Valencia entre 2014 y mayo de 2024. Prestar, no si se prestó, pero cobrar,
parece que a manos llenas. Lo que no se puede negar es que aprovechó el tiempo,
tanto que para hacer el registro de su casa en Cullera, la policía se presentó
con una excavadora.
No es el único caso aislado de esos que saltan a los titulares al menos un par de veces al mes. A principios de noviembre se ganó la pensión completa en la cárcel de Estremera Óscar Sánchez Gil, el inspector jefe que dirigía la Unidad de Delitos Económicos y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional de Madrid. Otro presunto pillín. Su señora, policía nacional, también ha acabado enmanillada. Un juez dirá lo que ha pasado —si no se anula una conversación telefónica por el camino o hay un defecto de forma—, pero la insigne pareja tenía en su casa, escondida entre tabiques, la friolera de 20 millones de euros en cash que, al parecer, provenían del narcotráfico. Teniendo en cuenta que reunieron tal botín en apenas cinco años, igual les llega antes la Medalla del Mérito al Trabajo que la condena.
Lo más
curioso es, dicen las crónicas, que la pareja llevaba una vida más bien
modesta, lo que lo hace todo más surrealista. Sus compañeros le apodaban ‘El
Soso’, pero la procesión iba por dentro. De las paredes, pero por dentro. Con
la mitad hubieran podido vivir como marqueses varias generaciones. Podían haber
parado de poner la mano hace tiempo, a los cinco o seis millones digo yo, pero,
parece, no les cegó la avaricia sino el afán de coleccionismo.
Como
llueve sobre mojado, toca hacer memoria. En la hemeroteca hay casos aislados
para aburrir, pero la prensa, la tiene —la memoria— muy corta. Así ha olvidado
que, en octubre de 2021, vio la luz un comunicado conjunto de Asuntos
Internos de la Guardia Civil y la Brigada de Estupefacientes de la Policía que
concluía lo obvio: WHay un grave problema de corrupción policial en la zona sur
de España (…). Contar con funcionarios corrompidos en Grupos de Investigación
permite a las organizaciones conocer el momento en que están siendo
investigados y la entidad de la investigación, ya que estos funcionarios, por
el puesto de trabajo que desempeñan, tienen acceso a bases de datos que pueden
proporcionar este tipo de informaciónW. El problema de fondo es que todo el
mundo tiene un precio, y al narco le sobra dinero para pagarlo. Eso ni ha
cambiado ni va a cambiar.
Cuando
brotan estas anecdotillas, salen las voces recordando que no todos los policías
son corruptos. No, si todavía habrá que dar las gracias de que no haya más. Son
de otra pasta, añaden. Algunos sí, desde luego. Para desahuciar a una anciana y
que un fondo buitre recupere el piso hay que serlo; todos no serán iguales,
pero tampoco son todos hermanas de la caridad. En todo caso, no dudo de la
honestidad de la mayoría, pero la mentira —y todo son mentiras en la lucha
contra el narcotráfico— es que sea una cuestión de volumen; lo importante es la
calidad. Basta uno bien colocado (laboralmente, no nos confundamos) para que
una simple llamada arruine el trabajo de varios años y ponga en jaque la vida
de sus compañeros.
La fiscal jefa Antidroga, Rosa Ana
Morán, reconoció tras tomar posesión, en febrero de 2013,
que el sistema no funciona. Puso como ejemplo un juicio con 140 imputados que
tenía problemas para celebrarse porque no había ni sala para acogerlo. Ese es
el nivel. Su solución, como siempre, era echar más gasolina al fuego: “más
medios”. Más medios se siguen aportando desde hace décadas y la situación solo
empeora. Ya no se sabe si es para perseguir al delito o para promocionarlo.
Siendo
España la puerta de entrada, con moqueta roja, de toda la alegría que viene de
Colombia, si la policía fuera intrínsecamente corrupta, la gente iría de viaje
de novios a Sinaloa para descansar. La corrupción (no sé si de momento o
todavía) no ha podrido el sistema, pero quizás no necesite llegar tan lejos. O
sí lo ha hecho y no se nota. En todo caso, la policía aplica (o se salta) las
leyes, pero no las hace. La culpa no es suya y menos cuando son los que se
arriesgan a que los crujan a balazos. El origen del problema hay que buscarlo
en otro lado, y ese otro lado es la ley.
Un dato:
el medio pollo cuesta hoy 30 euros y antes de que entrara en vigor el euro,
5.000 pesetas. A las 24 horas de entrar en vigor la moneda europea, un café que
se pagaba a cien pesetas pasó a costar un euro. Curiosamente, en 22 años, ni la
inflación ha podido con la farlopa. Mi hipótesis es que la cantidad de adictos
es la misma pero la cantidad que entra se ha multiplicado. La lucha contra el
narco será un fracaso mientras haya demanda. Y eso no va a faltar.
No es a
la policía a quien hay que señalar sino a quien creó la ley, a los responsables
de esta gran farsa. La locura tiene fecha de inicio, pero parece que no de
caducidad. Fue el 17 de junio de 1971 cuando Nixon declaró las drogas como “el
enemigo público número 1”. Si hay un solo país en el mundo (195 según la
ONU, 211 según la Federación Internacional de Fútbol) que esté hoy mejor que
hace medio siglo, que levante la mano. Quizás sea hora de reconocer las drogas
han ganado la batalla y toca ensayar un nuevo enfoque. Pero, no. Aun estando al
borde del abismo, la solución parece ser dar siempre otro paso adelante. Solo
hay que ver el Plan de Acción de la UE sobre drogas 2021-2025; las
mismas medidas de toda la vida y confianza ciega en lograr resultados distintos.
Es la definición de estupidez.
No sé
cuánto gasta la Unión Europea en lucha contra la droga, pero no debe ser poco.
Pero lo que deja bien claro el European Drug Report 2024 es
que no sirve de nada. “El análisis de los indicadores relacionados con la
oferta de drogas ilícitas en la Unión Europea —señala el documento— sugiere que
la disponibilidad sigue siendo alta en todos los tipos de sustancias. Además,
el mercado se caracteriza por la amplia disponibilidad de una gama más amplia
de sustancias, a menudo disponibles en alta potencia o pureza”. Más y mejor, un
éxito.
Invito
al curioso a disfrutar de un paseo por la
web de la EUDA (European Union Drugs Agency) y que
busquen un solo informe que anime al optimismo. Cada vez hay más droga, de
mayor pureza, que genera más violencia y, sobre todo, se beneficia de que cada
vez es más difícil trazar la línea de separación con el mercado legal. Las
drogas matan y arruinan vidas, pero dan vidilla al mercado (sobre todo el del
lujo o el inmobiliario). Lo comido por lo servido. Ya lo decía T.S. Dunnuig
en Sindicatos y huelgas, “por encima del 300%, no existe crimen al
que [el capital] no se arriesgue, aunque amenace el patíbulo”.
Estamos
ante un negocio que en 2021 (últimos datos disponibles) movió 31 billones de
euros al año y que, en 2019, alcanzaba la cifra de 30 billones: en dos años se
ha añadido un billón europeo (un millón de millones de euros). Cada euro de
dinero que se suma al noble arte de cazar gamusinos se traduce en más
beneficios para los narcos. Que no nos engañen, no estamos luchando contra la
droga, la estamos financiando. No es mafia, son tus impuestos.
Los
defensores del sistema alegan que la despenalización (o legalización, lo mismo
me da) aumentaría el número de consumidores. Mienten y, o lo saben, o no lo
quieren saber. No hay en el planeta un solo adicto que quiera ponerse y no lo
haga. Y somos más de 8.000 millones. Conseguirla es fácil y el que no tiene
dinero sisa a su abuela, atraca un banco o cualquiera de las mil opciones
intermedias. No hay parto sin dolor ni adicto sin su dosis.
También
se engañan cuando dicen que el problema no se solucionaría sacando al código
penal de la ecuación. Bueno, en realidad es cierto. El problema de salud
pública de las adicciones —a las drogas legales o ilegales, las sectas, el
sexo…— seguiría existiendo porque seguirá habiendo adictos, pero las mafias del
narco ya no podrían seguir pescando en un barreño. Hay quien añade, ‘pues se
dedicarían a otras cosas’, que no es más que admitir que el narcotráfico
desaparecería (al menos, en gran medida). En lo que sí coincido es que no será
fácil y, desde luego, no es algo que un país pueda hacer por sí solo.
Que
nadie se engañe, el actual enfoque de la lucha contra las drogas no es más que
el origen del problema. Lo era con Nixon, y lo será dentro de cien años.
Aprendamos de la historia: cuando Edward John Smith vio el iceberg, intentó
cambiar la trayectoria del Titanic, no se dedicó a perseguirlo.
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