UN GENOCIDIO ENTRE DOS CRISIS
Consideraciones
sobre el futuro y el pasado del
actual mundo
peligroso
Destrucción
causada por los bombardeos israelíes sobre Gaza a
principios de
2023. / Mohammed Hajjar
Cuando
personajes prudentes como el secretario general de la ONU o el exdiplomático
español Miguel Ángel Moratinos dicen que “la humanidad ha abierto las puertas
del infierno” al ignorar el calentamiento global e incumplir los objetivos impuestos,
y que nos encontramos “al borde de la Tercera Guerra Mundial”, expresan el mero
sentido común de cualquier persona despierta.
Efectivamente,
en comparación con situaciones del pasado, el mundo de hoy es peligroso por la
combinación y correlación de dos crisis, la una dentro de la otra: la crisis
del declive occidental y la crisis del Antropoceno, o mejor dicho del
capitalismo antropocénico. Es decir, todo lo vinculado al cambio global y que
científicos como Antonio Turiel han expuesto aquí
con gran claridad.
¿Cómo se lee lo de Gaza a la luz de la combinación de estas dos crisis?
Espejo
de futuro y retrovisor del pasado
¿Qué
mensaje lanza la complicidad occidental con la evidente y criminal negación del
principio de igualdad entre seres humanos en el siglo XXI que se observa allá?
Sin duda un mensaje y un aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo
pretende “solucionar” el callejón sin salida al que nos ha conducido el sistema
capitalista. Es decir: la “solución” de mantener islas de libertad y derecho
estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el 20% de la
población mundial, y excluir, recluir, y si es necesario exterminar, al resto
en zonas, humana y ambientalmente, desastradas. El sociólogo Immanuel
Wallerstein decía que esto podía no ser muy diferente del orden pregonado por
Hitler y los nazis.
En
nuestro futuro inmediato, grandes cantidades de personas van a ser desplazadas
por el cambio climático. Así que hay que preguntarse ¿qué pasará con el
impulso, la complicidad y el consenso genocida de los gobiernos euroamericanos
y sus medios de comunicación que se está viendo en el caso de Gaza, en la
perspectiva de una crisis que destruye grandes zonas habitadas del planeta?
En
la cumbre COP 28 de Dubai
el presidente colombiano, Gustavo Petro, dijo: “El desencadenamiento del
genocidio y la barbarie sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo
de los pueblos del Sur desatado por la crisis (…) lo que el poder militar
bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de
lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por la crisis
climática quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo
de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte”.
El
racismo colonial es el nexo cultural e ideológico de las potencias occidentales
con Israel
A
juzgar por lo que estamos viendo en Gaza, es muy poco probable que la
violencia, mucho más prolongada y lenta, que experimenta (y experimentará en
una medida mucho mayor en el inmediato futuro) la mayoría mundial como
consecuencia del colapso ecológico y el cambio climático suscite algún tipo de
simpatía por parte del establishment occidental. Esto no es solo una
predicción. Es también un ejercicio de memoria histórica.
Esta
brutalidad tiene precedentes en las sociedades europeas más sofisticadas y
cultas. Caracterizó la colonización euroamericana del “Nuevo Mundo” en la que
los colonos europeos mataron a más de 55 millones de indígenas en América del
Norte, Central y del Sur a lo largo de cien años, hasta el “periodo
civilizador” de los siglos XIX y XX, durante el cual Occidente llevó a cabo las
más brutales y salvajes campañas de violencia y exterminio en todo el mundo
bajo la bandera de la modernidad y el desarrollo, particularmente en África y
Asia, pero también incluso dentro de las propias fronteras europeas. Hacer en
Europa algo que en los territorios coloniales no era nada excepcional fue lo
que convirtió a los nazis en criminales, como observó el fundador de la India
moderna Jawāharlāl Nehru en un libro escrito en 1942 en una prisión colonial
británica.
El
racismo colonial de Occidente es el nexo cultural e ideológico de las potencias
occidentales con Israel, el “valor europeo”, si se quiere, que explica la
complicidad y la evidente negación del principio de igualdad entre seres
humanos en el siglo XXI.
La
comprensión ante el “derecho a defenderse” de Israel en países como Alemania,
Francia o Inglaterra es resultado directo de la común historia colonial. Al fin
y al cabo ¿qué está haciendo Israel en Palestina que no hiciera Francia en
Argelia e Indochina cuando los de mi generación éramos niños? ¿O Inglaterra en
la India de lo que Mike Davis llama el “holocausto tardovictoriano”? ¿O
Alemania con el genocidio herero y namaqua en la actual Namibia a principios de
siglo, cuando nuestros abuelos eran niños?
“Gaza”,
dice Petro, “es el espejo de nuestro futuro inmediato”. Y me permito añadir:
también el retrovisor de nuestro pasado.
El
día 10 intervino en la Universidad de Girona Raji Sourani, fundador del Centro
Palestino para los Derechos Humanos, y dijo que la lucha contra el genocidio de
Gaza es la lucha por el futuro de la humanidad. No se si Sourani pensaba en el
escenario de una Gaza planetaria, pero su afirmación es indiscutible.
Declive
y solución militar
Entremos
ahora en el segundo aspecto, la mencionada “crisis del declive occidental”.
¿Qué contiene ese concepto?
Esa
crisis consiste en el intento del Norte Global (categoría que incluye a Rusia)
de solventar su pérdida de peso en el mundo por medios militares. Todos
sabemos, por ejemplo, que la economía de Estados Unidos, que en 1945
representaba casi la mitad de la economía mundial, hoy solo representa el 15%
del PIB mundial. Y que toda una serie de países que entonces no contaban nada,
hoy son potencias emergentes que van a más.
En
ese contexto veamos la reacción de quienes van a menos.
–Rusia.
Es obvio que pese a su recuperación de los últimos años, la tendencia le afecta
de pleno, porque todo el mundo entiende que por muy bien que le vayan las cosas
nunca volverá a tener la potencia que alcanzó con la URSS, cuando entre los
ríos Elba y Mekong había regímenes inspirados en el soviético. En 1991, poco
antes de morir, el extraordinario etnógrafo soviético Lev Gumiliov, hijo de dos
de los mayores poetas rusos del siglo XX, Nikolái Gumiliov y Anna Ajmátova, expuso
la cuestión con gran claridad al anunciar el inicio de “la gradual decadencia
de la etnos rusa, y, transcurrido cierto tiempo, su salida de la escena de la
historia, pero, afortunadamente, tenemos algunos siglos por delante para
construir y moldear”. Gumiliov sugería con ello que, en cualquier caso, el
futuro de Rusia sería la administración de su ocaso. En la Rusia de hoy creo
que eso es algo comúnmente aceptado y precisamente por eso, se busca
administrar el declive reformulando su posición en el mundo.
La
élite rusa ya no quiere integrarse en Europa, sino vincularse a la pujante
China y al Sur Global emergente
La
élite rusa ya no quiere integrarse en Europa, donde solo le ofrecían un papel
subalterno incompatible con su identidad de gran potencia, sino vincularse a la
pujante China y al Sur Global emergente. Cree que mediante una alianza con
Pekín y potenciando el movimiento de los Brics y las relaciones con el Sur
global que estuvo en buena sintonía con la URSS, logrará mantener mucho mejor
su soberanía a medio y largo plazo en un mundo multipolar con varios centros de
poder.
La
guerra de Ucrania rompe una tendencia de 300 años en la historia de Rusia, la
del enfoque hacia Europa de Pedro el Grande, en el siglo XVIII, y al mismo
tiempo otorga a la crisis de su régimen bonapartista una prórroga para
transformarse, mediante un nuevo contrato social con su población que está
siendo formulado bajo la certeza de un endurecimiento del autoritarismo y la
promesa de una mayor nivelación social.
–La
Unión Europea. Fue una fórmula en la misma lógica de preservación: una
serie de antiguas potencias coloniales venidas a menos que se unen para poder
seguir siendo dominantes. Pero, de momento, el experimento solo ha logrado
situarlas en el papel de “ayudante del sheriff”.
La
guerra de Ucrania fortalece su dependencia, política, militar y económica de
Estados Unidos, pero las incertidumbres del segundo mandato de Trump siembran
el desconcierto entre los vasallos. En el orden interno sus Estados miembros
pierden igualdad social, soberanía y sustancia representativa por haber
delegado competencias a instituciones oligárquicas no electas que gobiernan el
conjunto: el Banco Central Europeo, en política económica y monetaria, la OTAN,
en política exterior y de defensa, y la Comisión Europea en casi todo lo demás
relativo a la gobernanza. Lo menciono para comprender de paso que la distancia
de todo esto con los regímenes autoritarios, autocráticos, de partido único, o
como se quiera definir, es mucho menor de lo que nos explican.
–Estados
Unidos. Aunque algunos de sus mandatarios digan que quieren “hacer América
grande de nuevo”, MAGA –lo que sugiere cierto reconocimiento de decadencia–,
básicamente no aceptan el propio enunciado del problema –el declive– y quieren
mantener mediante la guerra la ilusión de dominio unipolar en solitario soñada
tras el fin de la Guerra Fría. Ven a China como el enemigo principal y el pulso
con Rusia y la sumisión de la Unión Europea como parte de ese combate con
China. En el orden interno hay división en el establishment de
Washington sobre la táctica a seguir, pero no en el objetivo estratégico de
preservarse como número uno, y continuar sirviendo a los intereses de los más
ricos.
Como
denominador común a los tres, diremos que el impulso guerrero une todos estos
propósitos en los tres escenarios: Europa, Oriente Medio y Asia Oriental.
Si
en el caso de Rusia y Estados Unidos, se entiende la lógica de sus respectivos
objetivos y ambiciones, en el caso europeo todo parece mucho menos racional. Y
eso pese a que es en Europa, de donde partieron dos guerras mundiales, donde el
escenario bélico está ahora más candente.
En
los tres escenarios están implicadas potencias nucleares. En Europa: Estados
Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia. En Oriente Medio, Estados Unidos e Israel.
En Asia Oriental, Estados Unidos, China, Corea del Norte y Rusia. Eso define un
peligro aún mayor que el de aquella época en la que las superpotencias capaces
de destruir el mundo solo eran dos.
Como
recuerda el reloj del juicio final, del Bulletin de los físicos
nucleares de la Universidad de Chicago, asistimos a las tensiones nucleares más
peligrosas desde la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. Después de aquella
crisis se estableció un cuerpo de normas y acuerdos –firmados o implícitos–
sobre conductas y zonas de influencia entre las dos superpotencias nucleares
que contribuyeron a evitar el desastre de una guerra nuclear. Hoy todo ese
entramado argumental y diplomático, tratados de control de armamentos y
desarme, o se ha desmontado en las últimas décadas (siempre a iniciativa de
Estados Unidos), o es ignorado con gran ligereza por responsables políticos que
ya carecen de experiencia biográfica generacional de guerra. Estamos asistiendo
a la ruptura del canon de la Guerra Fría en materia de relaciones entre
superpotencias nucleares, sin que nada lo haya sustituido.
Estamos
asistiendo a la ruptura del canon de la Guerra Fría en materia de relaciones
entre superpotencias nucleares
Principios
importantes de aquel canon eran no colocar junto a las fronteras del adversario
nuclear recursos militares capaces de anular su disuasión y no avanzar alianzas
militares hostiles. Ambos se han violado en Europa.
A
partir de 1992, los neocon estadounidenses proclamaron que habían
ganado la Guerra Fría, pensaron que podían afirmar un poder hegemónico
exclusivo y sin cortapisas en el mundo y se lanzaron a reordenarlo. Muchos
estrategas de Estados Unidos dijeron que era un error y los hechos demostraron
que tenían razón: el resultado fue un gran desorden en Oriente Medio que ahora
se extiende como guerra en Europa y gran aumento de las tensiones con China en
Asia Oriental. Hablo de “desorden” pero las cifras sugieren que se debe emplear
un término más próximo a lo criminal: desde el 11 de septiembre de 2001
neoyorkino, la guerra continua desatada por Estados Unidos y sus aliados –en
Afganistán, Irak, Libia Yemen, Siria, etc.– ha gastado 8 billones de dólares
(dos veces el PIB de Alemania) para ocasionar entre 4,5 y 4,7 millones de
muertes (directas e indirectas) y 38 millones de desplazados. En Ucrania
tenemos centenares de miles de muertos, en su inmensa mayoría soldados, y en
ambos bandos, dos ejércitos de mutilados, viudas y huérfanos. Obviamente en el
caso de Ucrania, como en el de Siria, no toda, pero sí la principal
responsabilidad es de Estados Unidos. Podemos escribir un libro sobre las
responsabilidades rusas y ucranianas en el conflicto y discutir el reparto,
pero lo que es indiscutible es que la iniciativa, el vector principal, es americano,
euroamericano si se considera el seguidismo de la Unión Europea.
Ahora,
entre el nerviosismo europeo por la victoria de Trump y ante la posible
perspectiva del envío de tropas de la OTAN a Ucrania, asistimos a la
reformulación de la política nuclear rusa. Se constata que la condición de
Rusia como superpotencia nuclear ya no da miedo, ese miedo que evitó la guerra
nuclear en el pasado, y que, por tanto, para Rusia es imperativo recuperarlo
para evitar una catástrofe mayor. En ese contexto se sitúa el uso demostrativo
de nuevas armas hipersónicas que no pueden ser interceptadas como el misil “Oreshnik”.
Hay que tener en cuenta, además, que la historia del pulso nuclear entre las
superpotencias de la Guerra Fría estuvo llena de situaciones que escapaban a la
voluntad de sus líderes y que se resolvieron por el azar o el sentido común de
personajes insignificantes. Por todo ello es imperativo preguntarse hoy por
este tipo de peligros.
Guerra,
tiempo y estupidez
Con
todo este peligro nuclear, al igual que con muchos otros problemas globales,
como la desigualdad social y regional, o la superpoblación, se puede convivir.
Convivir peligrosamente, podríamos decir. Pero se puede. De hecho, medio siglo
de Guerra Fría bajo la amenaza de la Destrucción Mutua Asegurada
(Mad), así lo demuestra. Pero a diferencia de la amenaza que supone el arma
nuclear, la crisis del calentamiento global es algo que conforme no haces nada
para atajarla, aumenta. No se puede convivir con ella sin entrar en desastres
como la hipótesis genocida del presidente Gustavo Petro.
Así
que, ahora, cuando los tiempos exigen una estrecha y urgente concertación
internacional, en primer lugar entre Estados Unidos y China para atajar la
crisis climática, la guerra, el guion de los imperios combatientes, ya
no es el desastre criminal que siempre fue, sino que además es una estupidez.
Mientras se hace la guerra se pierde un tiempo del que no disponemos como
especie. Por eso siempre digo que si un extraterrestre observara nuestra
situación, concluiría que los dueños de este mundo peligroso han perdido la
razón.
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El
texto sigue las notas de la charla impartida el 13 de diciembre en el Ateneo de
Figueres.
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