REYES CONTRA MILEI
SILVIA
NANCLARES
Fotograma de la serie basada en CometierraDaniel Burman/ Prime Vídeo
Me llegó de contrabando, como las cosas buenas. Era prácticamente el primer libro de ficción que leía después de dar a luz. Como estaba recién parida lo leí con las entrañas abiertas. En México hay un acto que se hace a las puérperas, la ceremonia de la cerrada se llama. Se cree que cuando pares te queda un canal abierto con el más allá y sobre todo con el más acá, con el barro, la tierra y la sangre. Y ese canal hay que cerrarlo. A golpe de rebozo lo hacen allá. Yo lo hice a base de libros. Y llegó Cometierra, de Dolores Reyes, novela que pretende ser hoy sacada de los programas de Literatura de los institutos argentinos por, según la obtusa e interesada mirada del gobierno de Milei junto con otros tres libros, "sexualizan" a los menores. Quien ha olido una cabeza de bebé recién parido –no, no penséis en ese aroma maravilloso a napolitana recién hecha o en la colonia Bontibú–, sabe que esa cabecita diminuta (si tienes suerte) lleva consigo el olor a placenta, a haberte desgarrado y al unto sebáceo o vérnix caseosa, la pura y desconocida grasa que protege sus cuerpecitos de fontanelas abiertas. La primera vez que hueles a un bebé huele a carne cruda, a sangre, y sí, a tierra. A eso me olió este libro. Y la grasa protectora de la historia era la alta literatura. Ojalá haber leído esta novela a la edad de la protagonista, a quien vemos pasar de niña a joven, recuerdo que pensé. Haberla leído como se lee en la adolescencia, también abierta en canal.
Después
de devorarlo leí, devota, los agradecimientos. Porque el secreto de los libros,
a veces, está en los paratextos, que son los pródromos de la literatura. El
libro estaba dedicado a la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos, dos
jóvenes estudiantes de escuelas no lejos de la de Dolores, maestra desde los 19
años en el Gran Buenos Aires. Era tanta la conmoción y el dolor de sus
comunidades antes sus femicidios que alguien tenía que hacerse cargo. Dolores
lo hizo y escribió Cometierra. Para vengarlas y reparar su memoria de un modo
poético, al menos, en la medida de lo posible. Con 332 femicidios en 2022 (un
aumento del 33% respecto a 2022, según el Observatorio de Femicidios de la
Defensoría del Pueblo argentino), Argentina ha vivido en 2024 el año con más
medidas regresivas respecto a la violencia machista, dentro de la doctrina
negacionista del gobierno de Javier Milei. De sus recortes en políticas
públicas, esta suerte de PIN parental es un mero corolario.
En
aquellos agradecimientos encontré otra de las claves de aquella barbaridad de
texto: siete nombres, siete partos, siete puerperios. ¿Y cómo se hace? Dolores
Reyes escribió Cometierra dentro de un espacio de creación llamado Enjambre
que coordinaron en su día Selva Almada y Julián López, ambos autores decisivos
también para entender el parto de Cometierra. Podemos decir que Cometierra
libó y mamó de la literatura de Chicas muertas (Almada) y de Una muchacha muy
bella (López). De clase trabajadora y madre de siete, Dolores seguía trabajando
como profesora. Escribía de 4 a 6 AM, la hora en que despertaba a su tribu para
prepararse para ir al cole. Y así, en ese preciso contexto, surgió la voz del
personaje de Cometierra, la voz de la hija de un feminicida huido y de
una madre asesinada que se hará joven a lo largo de la novela y que tiene un
súper poder: después de haber comido un puñado de la última tierra que pisaron,
es capaz de ver cómo fueron asesinadas las muertas o dónde están las
desaparecidas. Un personaje capaz de vengar por medio de la memoria, de dar voz
a las violencias silenciadas. Una vidente en los márgenes de lo social. Un
personaje que nace de la necesidad de justicia y reparación de todo un país, de
toda una tierra.
Dolores
Reyes nació en 1978, en unos años terribles en que Argentina llegó a acumular
cifras estimativas de hasta 30.000 desaparecidos. Argentina es hoy un estado
cuya realidad sistémica tiene que ver con la búsqueda. Búsquedas que se
solapan. Un montón de desaparecidas y víctimas de femicidios buscadas en la
tierra con las uñas, para poder cerrar una historia. A las dueñas de esas uñas
son a las que siguió Dolores Reyes, a las que escuchó, a las que conocía,
muchas eran sus vecinas, a las que puso voz con los personajes de Cometierra.
Aquí también sabemos de eso, de dejarnos las uñas en las cunetas, recomponer
cuerpos a partir de huesecillos. Pueblos que buscan cuerpos violentados.
Familias que no pueden comenzar su duelo. Y donde no llega la justicia ni la
política, llega la ficción. Cometierra señala las violencias silenciadas
de un modo muy potente. Esas que Milei quiere negar, esos cuerpos que según él
no existen, esa memoria que ha de dejar de ser “removida”. Lamentablemente
también nos suena.
Yo
leí en su primera y sigilosa edición, en 2019. El libro fue, nada más
publicarse, un fenómeno editorial dentro y fuera de Argentina. Traducido al
menos a quince idiomas, vivió algo muy parecido a lo que hemos celebrado
recientemente con La mala costumbre de Alana Portero. Un fenómeno
internacional que hace rabiar a los más acomodados novelistas. Porque como
Alana, Dolores habla desde un lugar periférico, y por tanto, perturbador para
muchos. La voz que se alza es la de unos personajes que a gran parte de la
derecha le gustaría borrar. Y sí, uso ese verbo con toda la intención.
Traducido a más de quince idiomas, Cometierra llevaba dieciocho ediciones antes
de que la ira del gobierno de Milei –efecto Barbra Streisand de manual– lo
catapultara a la viralidad de la actualidad política. Debe ir ya por la
vigésimo primera edición. Y no es solo un contenido etiquetado como obsceno lo
que ha encendido la furia censora de Milei. Es una forma de escribir, de leer,
de vivir, de vengarse. Es eso a lo que teme Milei. Como en toda guerra
cultural, en este caso lo del sexo explícito es un trampantojo.
Esta
columna se tenía que llamar Milei contra Reyes. Fue él quién empezó todo esto.
Pero, con toda la intención, se titula Reyes contra Milei. Porque es Reyes
quién creó un mundo, quien puso voz, quien fue testigo y levantó acta de una
Argentina que Milei niega. Milei no quiere sacar de los colegios las escenas de
sexo, quiere sacar la imaginación creadora, quiere sacar la literatura, quiere
que en la cabeza de los adolescentes dejen de pasar cosas diferentes al mundo
que imaginan los criptobros. Historias donde los protagonistas son chavales que
viven y se cuidan soles. Porque el padre mató a la madre y después huyó.
Chavalas a las que todo el mundo conoce por el nombre de Miseria. Eso es lo que
no quiere ver Milei. Imagino que estará esperando a que le broten sus José
María Pemán, cuando lo que está Argentina es lleno de Glorias Fuertes. Bien
fuertes.
"Los
libros son la democracia. Los libros son la República. Los libros son nuestra
historia". Dice Julián López, uno de los mentores del enjambre literario
de Reyes. Solo queremos que allá en Caseros, Reyes siga despertándose antes que
nadie en su casa y se siente a escribir. Queremos escuchar pronto a Walter, o a
Ana, los personajes secundarios de Cometierra. Las voces que Milei
querría fuera de la literatura. Y que no se nos olvide que aquí, en comunidades
como Murcia, el PIN parental sigue latente, esperando a que gobierne Feijóo con
la ayuda de VOX, para activarse en cualquier momento y hacia cualquier
dirección. Para empezar a expulsar y a negar.
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