EL PP VENDE OTRA
MOTO
DAVID
TORRES
El presidente del Partido Popular,
Alberto Núñez Feijóo junto a varios barones autonómicos del partido, en una
imagen de archivo.Europa Press
A
primera vista, puede parecer que el PP es un partido monolítico, rígido
y retrógrado, pero la historia reciente nos enseña que son capaces de
subirse en cualquier moto previamente repudiada y de dar vueltas de campana
en escalofriantes acrobacias ideológicas. Son el Evel Knievel de la
política, salvando abismos patrióticos, sólo que con la bandera española a
hombros en lugar de las barras y estrellas, y aterrizando siempre de una pieza.
A lo largo de su accidentada carrera sobre ruedas, Evel Knievel llegó a saltar
autobuses en fila, rascacielos y precipicios, fracturándose más de treinta
huesos y sobreviviendo a caídas estrepitosas. Si lo han visto en algún
documental o alguna película, ya saben que no estoy hablando en broma.
Con todo, las cabriolas circenses de Knievel palidecen al lado de los volantazos cuánticos del PP, un partido que se traga sus contradicciones con el mismo desparpajo con que el Gran Hermano de Orwell anunciaba que el enemigo a muerte de diez minutos atrás era de repente el aliado de toda la vida. Aznar lo hizo sin cortarse un pelo al calificar a ETA de "Movimiento Vasco de Liberación", una denominación inédita en la historia de la democracia y una frivolidad que llevaba hasta el límite el coqueteo con el terrorismo en una época en que la banda marchaba a un ritmo de quince o veinte muertos por año. Mucho tiempo después, con la ETA desmembrada y finiquitada, no ha tenido el menor reparo en resucitarla siempre que le ha venido en gana, sin que en el cambalache perdiera más que el bigote, al contrario que Knievel, que se rompió la cadera, la pelvis, el fémur, las rótulas y los tobillos.
No
menos sensacional que las piruetas con el terrorismo vasco es el tira y
afloja que mantiene la derecha española con el independentismo catalán, un
travestismo político que deja los mejores esfuerzos de Almodóvar o John Waters
a la altura de un número de cabaret. Algo lógico por lo demás, ya que los
nacionalistas catalanes y vascos suelen ser unos señores muy de derechas antes
que catalanes o vascos, y se llevan a partir un piñón con los nacionalistas
españoles. Los patriotas presumen de banderita en el reloj, pero el corazón
lo llevan en la cartera y es mejor que el dinero resida en Suiza, en
Singapur o en Andorra, porque, a fin de cuentas, los billetes no hablan idiomas
ni saben de fronteras.
Para
ilustrar este desenfreno, acabamos de ver cómo Puigdemont, el
archienemigo número uno de los españoles, ha pasado de improviso a la categoría de futuro socio
en una de esas negociaciones donde los peperos demuestran que, por mucho
que digan lo contrario, son unos entusiastas del género fluido. Otro tanto
sucede en el PSOE, donde una semana cantan la Internacional y a la otra semana
le dan una medalla a Meloni —su mano derecha no sabe lo que hace la
izquierda—. Pero en el PP, aunque en público desconfíen de la Teoría de la
Evolución de Darwin y Mayor Oreja asegure que él no desciende del mono, sino
que se bajó dos paradas antes, no tienen el menor problema en leer poesía árabe
y hablar catalán en la intimidad.
"Saben
muy bien que hay que vivir el momento, sin mirar atrás ni tropezar en burdas
incoherencias"
Ellos
saben muy bien que hay que vivir el momento, sin mirar atrás ni tropezar en
burdas incoherencias. Por eso hoy el ídolo a derribar es Pedro Sánchez,
pactando con quien haga falta y vendiendo la moto que sea, del mismo modo que
en su día el monstruo irreductible era Felipe González y hoy míralo: cualquier día estrena un despacho en Génova al lado de
Joaquín Leguina. No les extrañe que, con el tiempo, el gran
felón de Sánchez adquiera el marchamo de estadista redimido a fuerza
de actualidad. La moto, al final, se la comen sus votantes con patatas,
que tampoco le hacen ascos a nada.
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