RAFAEL ALBERTI Y LA ALEGRÍA SOVIÉTICA
-ENERO DE 1936
-Centenario de «Marinero en tierra» -Premio Nacional
de Literatura-
A
finales de diciembre de 1935 Rafael Alberti y María Teresa León volvieron a su
casa del Paseo del Pintor Rosales en Madrid, después de una larga ausencia de
casi un año y medio, desde que el 8 de agosto de 1934 salieron para Moscú
invitados a participar en el Primer Congreso de la Unión de Escritores
Soviéticos. Después de visitar las repúblicas soviéticas del Cáucaso, y en su
regreso a Madrid, la Revolución de Octubre de 1934 en Asturias y la represión
posterior les hicieron cambiar de rumbo, y aleccionados en París por el
dirigente de la Internacional Comunista Palmiro Togliatti emprendieron una gira
de nueve meses por Nueva York, La Habana, México, Nicaragua y Panamá -entre
otros destinos centroamericanos-, hasta volver de nuevo a París y esperar el
final del «bienio negro» republicano.
A su regreso a Madrid fueron recibidos como lo que eran, dos de los mayores representantes de la intelectualidad antifascista española, pero antes del banquete en su honor que les ofrecieron el 9 de febrero de 1936 en el Café Nacional sus amigos Antonio Machado, Federico García Lorca, León Felipe, Rasa Chacel, Ramón J. Sender, Concha Méndez, Luis Buñuel, etc, aún participaron en varios actos en el marco de la efervescente situación política previa a las elecciones generales del 16 de febrero con la reciente constitución del Frente Popular de Izquierdas.
En este
contexto histórico, Rafael Alberti, el sábado 18 de enero de 1936, un día antes
de participar «recitando poemas revolucionarios» en el mitin del Partido
Comunista celebrado en el «Cine Madrid», donde intervinieron Enrique Castro y
Pablo Yagüe por el Comité Provincial, y Vicente Uribe por el Comité Central,
pronunció una breve conferencia en el Teatro Rosales de Madrid sobre la
«alegría soviética». Lo hizo como introducción a la proyección del film soviético
«Rusia Revista 1940».
«Rusia
Revista 1940» (Moscú, 1934) (1), de Grigori Aleksándrov , se estrenó el 11 de
octubre de 1935 en el cine Tívoli de Barcelona. De título original «Веселые
ребята» («Compañeros alegres»), en otros países fue conocido como «Jolly
fellows» y sin embargo en España se le puso ese título tan extraño. La calidad
cinematográfica de la cinta era indiscutible. Su director, Aleksándrov, no solo
había sido un conocido autor teatral y actor, participando en la célebre «El
acorazado Potemkin» a las órdenes de Serguéi Eisenstein, sino que fue
codirector de sus dos siguientes películas, «Octubre» y «La Línea general»,
recibiendo en 1935 la «Orden de la Estrella Roja».
«Rusia
Revista 1940» era una comedia musical que recibió las
mejores críticas en Barcelona: «La maravilla de la cinematografía», «una
divertida sátira del jazz-band americano», «un asunto de las Mil y una Noches»,
«un sueño hecho realidad», «una película que dará la vuelta al mundo», etc.
Después de las primeras películas soviéticas que se pudieron ver en España
durante la Segunda República como «El acorazado Potemkin» (1925), «Octubre»
(1928) y «La Línea general» (1929), la crítica alababa que por primera vez un
film soviético era estrictamente comercial, y muy distinto a lo que se podía
pensar del cine soviético de tesis o propagandista. La película, «poseedora de
una música subyugadora, alegre y retozona, que ilustra unas escenas de sátira
fina», aun siendo genuinamente rusa, era una «comedia que bien pudiera ser
alemana, inglesa o francesa, por su genio vivo, juguetón y de simpatía» (2). La
industria cinematográfica soviética se propuso competir con los Charles
Chaplin, Harold Lloyd o Buster Keaton de la época, y según la entendida crítica
europea, lo consiguió plenamente, a pesar de su sencillo pero mágico argumento:
un joven pastor ruso, con habilidades propias del flautista de Hamelin -pero
con su rebaño de vacas y cabras- se convierte en director de una orquesta
de jazz.
En
Madrid, sin embargo, la película se estrenó algunas semanas más tarde, y no fue
a iniciativa de ninguna empresa cinematográfica. El domingo 5 de enero de 1936
se estrenó en el cine Fígaro (calle Doctor Cortezo) de Madrid, «Rusia Revista
1940», y fue la presentación oficial de la asociación «Cine Teatro Club», cuyo
presidente era el dramaturgo Jacinto Grau Delgado (Barcelona, 1877), y que ya
tenía anunciada la puesta en escena de la obra teatral de Mayakovski «La
Chinche» (1929). El éxito fue rotundo y se volvió a proyectar al domingo
siguiente, pero ante la petición de numerosas personas, el «Cine Teatro Club»
adquirió y reformó el Teatro Rosales (Paseo del Pintor Rosales) para volver a
exhibir la película soviética en un local mucho más amplio y con más pases
diarios.
Por
eso, el sábado 18 de enero de 1936 se proyectó la película en el nuevo
local y tuvieron el acierto de contar con el concurso del poeta Rafael Alberti
para dar una conferencia introductoria. La noticia se recogió en la prensa
generalista madrileña, pero especialmente se reseñó en el diario Mundo Obrero del 20 de enero de 1936 con el título «La alegría soviética».
Alberti recordó al público las dos visitas que había hecho a la Unión
Soviética, en diciembre de 1932 y en agosto de 1934, y el cambio que había
experimentado la vida en el país de los soviets debido a los resultados del
Primer Plan Quinquenal (1928-1932) y a los primeros frutos del Segundo
(1933-1937). Al principio, los soviéticos «andaban mal de trajes y de todas las
cosas menudas necesarias a la vida familiar doméstica», es cierto, y contaba la
caricatura que publicaba Cocodrilo, la mejor revista satírica soviética:
«un hombre casi desnudo se abalanza a tomar un tren. Los que van en los
vagones, le gritan, extrañados, pero él les contesta, sonriente: “¡No os
avergoncéis, es que hemos terminado el Plan Quinquenal en cuatro años!”».
Alberti denunciaba que en esos primeros años la prensa burguesa solo censurase
la pobreza y se empeñaran «en no ver el heroísmo del esfuerzo soviético, que,
de verdad, se había quedado en camisa», pero ahora la situación había cambiado
gracias a la industria planificada, y él lo pudo comprobar en el verano de
1934.
Cuando
llegó a Moscú le impresionó uno de los muchos cambios que presenció, y era algo
que saltaba a la vista al pasear por las calles de la ciudad: la alegría, el
optimismo y el entusiasmo que se respiraba. O como decía Alberti: «La Unión
Soviética empezaba a reírse, conquistaba su perfecto derecho a ser feliz. La
capital de los soviets se llenaba de cafés, de restaurantes, tiendas, puestos
de frutas, quioscos de flores. Quioscos de flores. Subrayo esto
porque cuando un país -y un país como este, inmenso, surgido de una
extraordinaria revolución y una terrible guerra civil- puede comenzar a
permitirse el lujo de una cosa tan superficial, tan delicada, tan
supercivilizada como las flores, es que ese país está en camino, o ya ha
llegado a la meta de los deseos humanos».
Para
Alberti este detalle era de una gran profundidad y relevancia: que un soldado
rojo comprara flores, o que una obrera llevara a su club del sindicato un ramo
de rosas, constituía un ejemplo de lo que Rosa Luxemburgo pensaba que sería el
socialismo: un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente
diferentes y totalmente libres. Y reconocía que había visto a Gorki «llorar
de alegría al ver aparecer en la gran sala de columnas donde se celebraba el
Congreso de Escritores Soviéticos una delegación de obreros y obreras de las
obras del Metro con los brazos cargados de ramos de flores». Para Alberti, todo
esto demostraba que «la finura de los sentimientos humanos no es un producto
burgués, sino la conquista de un pueblo feliz. Y nadie más feliz que el país
del socialismo».
Para
Alberti, esta proliferación de los quioscos de flores por las calles de Moscú
había coincidido con la consigna que el pueblo ruso había pedido a los autores
y directores de teatro: «necesitamos obras alegres, queremos reírnos», y como
resultado de ello, en los clubs de las fábricas, en los koljoses, en las
escuelas y en todos los lugares de trabajo «aparecieron muchachos y muchachas,
nuevos tipos de militantes bolcheviques, que han sido bautizados con un nombre
envidiable, como hoy solo puede existir en la URSS: los organizadores de la
alegría». Estas muchachas y muchachos de nuevo tipo eran los «encauzadores
de la risa, del optimismo, de la exaltación en las fiestas cerradas o a pleno
aire; los directores, los maestros del entusiasmo».
Estas
fueron las palabras finales de su original conferencia:
La Unión
Soviética ha empezado a reírse cuando el mundo capitalista solo produce llanto.
Esta risa se clava como agujas en el estómago de muchos. A esos muchos les
duele, les encona la risa fresca y nueva de la URSS, conseguida a base de tanto
esfuerzo y heroísmo. No la quieren, la odian, porque saben que es la conquista
suprema de una nueva civilización, y la derrota de otra, vieja ya e inservible,
a la que ellos pertenecen.
La
película que dentro de unos momentos se va a proyectar pertenece al primer
intento de film cómico que se produce en la URSS. No busquéis tres pies al
gato. Se trata solo de la risa en su mayor pureza e ingenuidad. Pensad, al
verla, que Rusia entera ríe en este film y que para conseguir esa risa hace
falta primero pasar por el heroísmo de la Revolución.
Notas:
(1) Puede
visionarse en: https://www.youtube.com/watch?v=chDRXQ77IgA&t=120s
(2) El
Diluvio (Barcelona) del 10 de octubre de 1935.
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