VIERNES 13
Habíamos oído hablar del Estado liberal, del Estado del bienestar, incluso
del comunista; pero este “Estado cayetano” que representan los mocasines del
‘shooter’ Víctor de Aldama supone una innovación
XXVII
Conferencia de Presidentes celebrada el 13 de diciembre en Santander. / RTVE
Hay
que reservar la mejor cesta de Navidad que se reparta en el Palacio de la
Moncloa para el puto amo responsable de decidir que, la mejor fecha disponible
para celebrar la primera conferencia de presidentes tras la pandemia y tras el
volcán, era el viernes 13, aunque sea de diciembre.
Jason en el Palacio de la Magdalena. Va más allá del cine de terror. Casi parece el título de un poema homérico. Las posibilidades se antojan infinitas, casi terapéuticas en esta actualidad patria donde el coronel de la Guardia Civil, Francisco Vázquez, acaba de encarnar la prueba viviente de que La escopeta nacional del infinito Luis García Berlanga continúa siendo verdad; nada sienta mejor al cuerpo –en el sentido amplio de la expresión– que pegar unos tiros aprovechando que ya estamos en el campo. Habíamos oído hablar del Estado liberal, también del Estado del bienestar, incluso del Estado comunista; pero este “Estado cayetano” que representan los mocasines del shooter Víctor de Aldama supone una interesante innovación.
Además
de cubos de palomitas para asistir a la premier de la nueva entrega de
esa franquicia de comedia de acción que protagonizan el presidente Sánchez y la
presidenta Díaz Ayuso, parece que nadie espera mucho más allá que los
discursos, la foto de familia y algún parche. Ni margen hubo para ponerse de
acuerdo en ir a cenar. Todas las esperanzas parecen concentrarse en el
refranero y en que, con el tiempo, el roce acabe haciendo el cariño y la
necesidad acabe haciendo la virtud.
En
España estamos a otra cosa. Eso de los acuerdos nos parece cosa de cobardes.
Pactar es un hábito de blandos. Aquí nos va la marcha. Nos encanta y nos excita
verlos enredados en la política del zasca, para luego quejarnos indignados de
que no se ocupen de nuestros problemas y se pasen el día rivalizando a ver
quién la suelta más hiriente. Para qué vamos a ponernos a resolver problemas si
podemos entretenernos dándoles vueltas y vueltas y, de paso, hacernos unas
risas.
En
vivienda, por ejemplo, para qué se van a poner de acuerdo si uno tiene la pasta
y los otros tienen las competencias y hasta que se pongan a trabajar juntas hay
poco que hacer. Mejor cada uno por su lado reclamándole al otro que haga algo
que no puede hacer sin el uno y quejándose de que no lo haga. En materia
de inmigración, parece confirmarse un clásico de la política española: a la
derecha el patriotismo siempre le flaquea y a veces incluso se le acaba cuando
hay que tirar de cartera y poner unos cuartos. En materia de financiación,
todos parecen tener más claro aquello que no quieren que aquello que quieren y
por eso todo cuanto otro pueda proponer siempre les parecerá mal.
El
objetivo de esta vieja política parece ser el de siempre: lograr que la gente
acuda a las urnas cabreada con alguien que no sea uno mismo; a ser posible el
de enfrente. Las encuestas tras la dana no pueden decirlo ni más alto, ni más
claro. La ultraderecha parece la directa y principal beneficiaria de la riada
de antipolítica que ha barrido y barre aún los hemiciclos, los medios de
comunicación convencionales y las redes sociales. En algunas se aprecia cómo
Vox ya se ha convertido en primera fuerza entre los votantes más jóvenes y
pelea por lograrlo entre los de menos de 35 años. Si la política no provee
soluciones, resulta muy fácil convencer a muchos de que la política es el
problema y la democracia es el estorbo que debe ser removido para volver a
hacer a España grande otra vez. Se lo están poniendo tan fácil que da miedo.
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