SI LE GUSTÓ 2024, LE GUSTARÁ 2025
Los hechos han dejado, no de ser
importantes, sino válidos. Lo determinante ahora son los mitos. Y las
sensaciones. La ira. Si montas el caballo del trumpismo, no hay límites
Giorgia Meloni
y Elon Musk. / Luis Grañena
-N DEL T. “Lo hago en 10 minutos, mamá” es una frase mangui, pues en la vida nunca jamás ha sucedido nada en 10 minutos. Lo que nos lleva a la pregunta, dos puntos, ¿cuál es la unidad temporal de la cosas?, ¿cuál es el segmento nimio de tiempo dotado de espacio suficiente como para contener un sentido? Podría ser el año, que es, a primera vista, largo y apañado. Pero la unidad año –Borges: “qué lentas las horas, qué veloces los años”– tampoco es la monda. De hecho, un año, ese parpadeo, solo explica algo cuando alguien va y te explica ese año con cierto ahínco, en modo Sherezade, de manera que llene ese año con el sentido que no tienen las ventanas del tren, esas cosas por las que no dejan de pasar cosas, por lo que en ellas nunca pasa nada. Hola, bienvenidos a Si le gustó etc., la sección más escasa del año –al punto que la escribo una vez al año–, en la que existe y toma forma el año-narrado, esa unidad del conocimiento.
-“PODRÍA
DISPARAR A GENTE EN LA QUINTA AVENIDA Y NO PERDERÍA VOTOS” (TRUMP). La noticia del año es el triunfo de Trump. Se trata de
la señal que el mundo esperaba para intensificar algo que ya tenía entre manos.
Lo que a su vez es mucho y en muchas partes, por lo que resultará difícil
describirlo. Tal vez costará años. Pero todo apunta a que vamos sobrados de
tiempo. Esta etapa planetaria, que se podría denominar
el-fin-de-las-democracias, es posible que a las personas de mediana edad nos
ocupe el resto de nuestra vida. El trumpismo, en todo caso, carece de nombre
global. Es más amplio, constante e internacional que él mismo. Para empezar, el
trumpismo, ese neoliberalismo salvaje y de lenguaje libre, casi obsceno, es lo
contrario de aquello que ha derrotado: la socialdemocracia, un neoliberalismo
amable, que utiliza un lenguaje encorsetado, prisionero, inoperante, pues su
aludida amabilidad transcurre, solo, en el lenguaje. El trumpismo supone
también matices en el ciclo neoliberal –ya planteados en la época Biden–, como
la vuelta al Estado. ¿Recuerdan la refundación del capitalismo de la que
hablaba Sarkozy en 2008? Pues la vuelta del Estado es, básicamente, eso: el
recauchutado del Estado, de manera que intervenga en economía evitando que la
sangre llegue al río –no toda, al menos–, una vez se volvió a verificar, en el
periodo gore 2008-17, que los mercados a su bola son la destrucción
mutua asegurada. Esa vuelta a la intervención, por otra parte, no tiene nada
que ver con los pactos del 45, ni con la socialdemocracia, ni con la defensa de
la sociedad. De hecho, la novedad es que esa vuelta se hará con poca
democracia. La justa para que el mercado pite. En China, la que gestione el PC,
en USA la que gestione la democracia, ya tocada, tal y como quede con Trump. Y,
en Europa, la que gestionen los Estados, en crisis democrática, y la Comisión
Europea, un cacharro siempre a punto de ser democrático y que, sin embargo, no
lo es. La novedad del trumpismo es, no obstante, otra y más intensa. Es el
cambio de mentalidad que supone. Un cambio absoluto: ha accedido a la
presidencia una persona declarada culpable de 32 cargos criminales. Esto es, la
realidad, los hechos, han dejado, no de ser importantes, sino válidos. Lo
determinante ahora son los mitos. Y las sensaciones. Y, quizás en primer lugar,
la ira. Para quién monte el caballo del trumpismo, el caballo del mito y de la
ira, no hay límites. Ni legales, ni éticos, ni históricos. Se trata de una
reformulación del mundo en toda regla. Sin lo real –sin la ciencia, por lo
mismo; algo inquietante en una crisis climática–. El siglo XXI pasa a ser una
suerte de siglo IV reloaded, un antes y un después, un dejar de creer en
algo para pasar a creer en otro algo, un cambio de mentalidad. El mundo como lo
conocíamos desde el siglo XVIII puede desaparecer. Puede haber desaparecido
hace décadas. Desde que, a finales de los 70 del XX, nuestros antepasados
decidieron admitir como animal de compañía al neoliberalismo.
El
siglo XXI pasa a ser una suerte de siglo IV reloaded, un antes
y un después
-“…PERO
SERÁ UN MUNDO MUCHO MEJOR PARA LOS QUE SOBREVIVAN” (KISSINGER). Una de las características del trumpismo es su idea
–compartida, glups, por China y Rusia– de que no existe orden internacional
alguno. Lo que alude y describe a las dos guerras en marcha este 2024, en
Ucrania y en Israel, emitidas ya desde esa lógica, y ante las cuales el mundo
ha hecho poco o nada, precisamente por el desvanecimiento, zas, de una idea de
orden internacional. Los conflictos de Ucrania y de Israel son, así, ensayos,
sin control alguno, del conflicto en esta época, a la espera del gran
conflicto, un anunciado enfrentamiento China-USA en el Pacífico, en previsión
del cual Trump retirará en breve, cabe suponer, sus tropas y recursos de
Europa/Ucrania –spoiler para 2025: Europa sola no podrá pagar la guerra
de Ucrania; menos aún con Alemania en recesión–. A la espera de esa guerra
militar/comercial/nacional en el Pacífico, Ucrania e Israel son lo que viene:
conflictos nacionalistas –ese género identitario y antidemocrático de la
primera mitad del siglo XX–, la pulverización del precario orden internacional
existente a través del nacionalismo de Estado –ese gran transmisor para el mito
y la ira–. Son también el fin de algo que empezó a gestionarse en el XVIII: la
regulación de la guerra, como se percibe a través de la profusión del crimen de
guerra en estos conflictos –desmesurado, particularmente agudo en Gaza–. Son
conflictos que no solo parten de la nueva cosmovisión soberanista y
nacionalista –evidente en Rusia e Israel, pero también en Ucrania–, sino que
también son conflictos internos. De hecho, en cada uno de los tres Estados en
conflicto está sucediendo una suerte de revolución cultural vertical. En Rusia
se ha conseguido que la percepción de la guerra, fruto de su propia invasión,
sea la de una cruzada defensiva, en Ucrania la guerra es de utilidad pública
para la persecución de la izquierda local, y en Israel la guerra está siendo la
excusa para crear una idea sociedad sin matices, ni disidentes, y para
reformular el sistema periodístico, sus límites. La censura, en fin.
Ucrania
e Israel son lo que viene: la pulverización del precario orden internacional
existente a través del nacionalismo de Estado
-“NADIE
SABE LO QUE SUCEDE Y ESO ES LO QUE SUCEDE” (ORTEGA). El régimen de Bashar al Asad ha caído en modo
inopinado, fulgurante y sin ninguna meditación o información previa al
respecto. Lo que explica, en primer lugar, la dificultad para emitir
previsiones en un mundo sin orden internacional. Pero también, y por lo mismo,
la dificultad para emitir previsiones, a secas, en un mundo sin realidad
palpable, sometido al mito y a la ira. Por otra parte, se han sucedido ataques
terroristas en el Báltico –en este 2024, no a oleoductos, pero sí a cables
telefónicos y de datos– y en el Caspio y Mediterráneo, sin que se sepa a
ciencia cierta su autoría. El nuevo mundo, además de difícil de leer, es opaco.
Un indicio de que precisa no ser visto, ni oído, ni hablado. Lo que dibuja un
nuevo-nuevo-periodismo, en construcción, sumamente inquietante.
-“EL
ESTADO NADA POSEE SALVO LO QUE QUITA” (PROUDHON). Este año ha nacido una nueva institución. Que, como
todo lo que nace, ya existía. Se trata de un nuevo Estado. Unipersonal. Su
precedente son los Estados-empresa, empresas tan grandes que negocian de igual
a igual con el Estado, de manera que determinan políticas. Por ejemplo,
fiscales. Deciden lo que pagan al Estado en impuestos y, en ocasiones,
aconsejan, modulan –es decir, pugnan por imponer– políticas. El siguiente paso,
cuya puesta de largo ha sido este 2024, dibuja más y mejor la época. Consiste
en convertir en Estado a un nuevo tipo de empresario, poseedor de Estados-empresas
tan determinantes para la economía en un territorio que el Estado lo trata como
un igual. Ese ha sido el caso de Elon Musk, nuevo miembro del Gobierno Trump.
Es decir, un Estado-persona federado a los USA. No se pierdan la evolución de
esta nueva Unión. Es la época. Es el Estado en la época.
-“TRAIGO
LA PAZ EN ESTE PAPEL” (CHAMBERLAIN). En
Europa, este 2024, la nueva extrema derecha ha asomado el hocico en el Gobierno
de seis Estados. Ha vencido en Francia –donde sigue venciendo, parece, ante la
ausencia recurrente de un Gobierno apañado y operativo sin extrema derecha–. Y
ha obtenido un resultado extraordinario en las elecciones europeas de este año.
La Comisión de Von der Layen podría haber encarado ese hecho de diversas
maneras, pero ha optado por la más divertida: integrar, tan ricamente, a dos
comisarios provenientes de la extrema derecha italiana y húngara, lo que es un
decálogo, el fin definitivo, no solo de una tradición, sino de los reparos
frente a la barbarie. Ha finalizado, definitivamente, la posguerra europea –las
posguerras solo acaban con el olvido definitivo de la guerra–. A su vez, tanto
la Comisión como los gobiernos de diversos Estados de la UE –y de fuera de la
UE, como el de UK, que poseía el interés de ser el único gobierno socialdemócrata
sin la Comisión en la chepa–, han felicitado a Giorgia Meloni por su modelo de
solución a lo que la extrema derecha, la derecha, y la socialdemocracia europea
consideran el gran problema de Europa: la inmigración. No hemos cruzado una
puerta, sino varias. Y todas han quedado abiertas para la nueva extrema
derecha.
En
2024 la entrada de inmigración en Europa ha costado, cada día, una media de 30
muertos, según la OIM
-“LA
ESPECIE HUMANA DEBE PROCEDER DE ÁFRICA” (DARWIN). Este año, precisamente, han aparecido pruebas
genéticas en fósiles encontrados en las actuales Alemania y Chequia, de la
hibridación del Homo Sapiens con otra especie: el Neandertal. El Sapiens, la
única especie humana que hoy habita el mundo, se expandió desde África hacia
Asia, primero, después a Oceanía y después a Europa y a América. Y, en ese
trance, se mezcló con otras especies Homo que se fue encontrando, en tanto las
reconoció como iguales. Ese periplo de colonización y expansión por el mundo de
nuestra especie no ha finalizado, pues ese periplo somos nosotros, seres que se
desplazan –cuya originalidad es, de hecho, el desplazamiento continuo– y que,
al reconocerse, se mezclan. Estar en contra de esa inmigración non-stop
es estar en contra de nuestra especie. Y no ha habido nada ni nadie que lo haya
impedido en 2024, un año en el que la entrada de inmigración en Europa ha
costado, cada día, una media de 30 muertos, según la organización Caminando
Fronteras. Un precio inasumible sin aproximarse a la bancarrota moral, si bien
un factor apreciado y necesario en la política europea.
-“LA
MEJOR POLÍTICA INDUSTRIAL ES LA QUE NO EXISTE” (SOLCHAGA). La Comisión ha protagonizado otros dos noticiones este
2004. Por una parte a), la publicación de un informe encargado por Von der
Leyen al ex-casi-todo Draghi. En él se dibuja una Europa no-future, a
menos que se proceda a su reindustrialización competitiva, en modo INI, pero
planificada desde la Comisión, no desde los Estados. Para ello sería necesaria
la inversión de un pastizal, inasumible para los Estados, pero sí para la UE si
emite deuda y practica ese gasto. Se trata del fin del neoliberalismo –matizado
y ya aludido–. En su capítulo de agradecimientos, el informe explica quién está
a favor de él. Las grandes empresas, las Empresas-Estado, los Hombres-Estado,
personas y entes que precisan economías vivas y coleando. No hay izquierdas,
claro. El neoliberalismo se basta a sí mismo para sucederse, una vez que ha
arrasado con todo, también con las izquierdas. El informe Draghi, compartido
por los tres sectores de la CDU alemana –los tres, por cierto, a favor del
gasto y de la deuda; el neoliberalismo, lo dicho, está pajarito–, es, ahora, el
único debate en Europa. El único que puede asumir el resto de debates. Tal vez,
la única diferenciación, la única brecha, de la derecha con la extrema derecha.
No se pierdan cómo crece, o cómo muere, ese debate en 2025. La cosa b) es el
tratado de libre comercio de la UE con Mercosur, que –todo apunta a ello–
finiquitaría –zas– la agricultura, la ganadería y la pesca en la UE. Un tratado
como este es un mito neoliberal, emitido cuando estamos ya, visto lo visto, a
por otras. Lo que explica el mundo. Confuso, y en el que conviven diferentes
opciones –la emisión de deuda, la vuelta al gasto y, a la vez, la brutalidad
neoliberal, su abandono de sectores y regiones de la sociedad al mercado–.
Usted se encuentra aquí.
-“POR
TODO ELLO Y ANTE ESTA SITUACIÓN DE EXTREMA GRAVEDAD (…) ES RESPONSABILIDAD DE
LOS LEGÍTIMOS PODERES DEL ESTADO ASEGURAR EL ORDEN CONSTITUCIONAL” (FELIPE VI).
Como consecuencia de la Ley de Amnistía
aprobada por el Legislativo, el Ejecutivo está siendo sometido a una presión
por parte del Judicial inexplicable sin la utilización del palabro prevaricación.
Palabra que resultaría acertada si consideramos que, desde el Judicial, se está
perfilando practicarle un Lula a Sánchez. La intentona, robusta, sostenida, si
bien carente de inteligencia y estilización –es lo que tienen los golpes de
fuerza– transcurre a lo bruto, en modo siglo XIX, a través de tres casos
judiciales –el caso Begoña Gómez, esposa de Sánchez; el caso David Sánchez,
hermano de Sánchez; el caso García Ortiz, el Fiscal General, que, todo apunta a
ello, será juzgado por haber encausado al novio de Ayuso, delincuente confeso
que, como tal, solicitó en su día un pacto con fiscalía–. La radicalidad de
estos casos es tal que eclipsa el único caso judicial con visos de
verosimilitud, un caso de corrupción típica y tópica, posiblemente protagonizado
por el exministro Ábalos. Los tres casos dadás, y netamente políticos, se
nutren de noticias fakes, que en ocasiones construyen la única
acusación, admitida como verosímil y con peso de prueba en los juzgados. Por lo
que, para existir, todos esos casos necesitan de cierta coordinación entre
medios e instituciones políticas y judiciales. Es la época. Y una idea de
pueblo y de nación previa y superior a la idea de democracia. El mito, la ira.
Como en otras regiones del mundo, todo esto también participa de un intento de
delimitar lo posible delimitando la prensa. Ya han empezado, en ese sentido,
las primeras denuncias a periodistas –Xabier Fortes y Enric Juliana– por parte
de políticos, con el objetivo de acallarlos, de moderar su lenguaje. A su vez,
también se ha intensificado los ataques desde redes a periodistas –Pedro
Vallín–, con el objetivo de que sean despedidos, esa forma efectiva de modular
las perspectivas de los periodistas.
-“AHORA
ESTOY FUERA. Y AHORA ESTOY DENTRO” (EPI Y BLAS). Con la amnistía y el resto del pack de pactos entre
PSOE y Junts, Junts ha vuelto a estar dentro de la política. Pero, muy
posiblemente, dentro de un dentro sumamente extraño y contemporáneo. La Guerra
Cultural, ese afuera, esa antipolítica, sustentada no en la realidad sino en el
mito, la ira y su fruto: la polarización social. Los partidos de Guerra
Cultural hoy suponen, y esto es sumamente importante, la mayoría absoluta en el
Congreso. PP, Vox, Junts, Podemos y, en ocasiones ERC, son sensibles a esa
disciplina. Esa mayoría absoluta podría ser determinante de alguna manera que,
aún hoy, no sabemos ni aunar ni calcular. Dentro del campo –y playa– de la
izquierda, esa disciplina puede suponer un conflicto violentamente acalorado
–en el que, paradójicamente, participarían pocas personas, pero muy ruidosas–,
que podría determinar el fin de la mayoría gubernamental tras unas posibles
elecciones anticipadas. Y el advenimiento de la nueva extrema derecha, esa cosa
que viene para no irse. Plas-plas-plas.
-“ME
CAUSA PERPLEJIDAD HABER CONOCIDO PERSONAS QUE FUERA POSIBLE QUE HICIERAN ESTO”
(AZNAR). Tres décadas después de que, en 1997 –el
primer año del primer Gobierno Aznar– se liberalizara el suelo, un gobierno ha
reconocido el problema de la vivienda como el principal en la sociedad. La
aplicación de la política, como la de la Justicia, para ser operativa, debe ser
rápida. No lo ha sido.
-“NO
FUE NECESARIO QUE NADIE ME PUSIERA AL DÍA” (MAZÓN). La noticia local del año no es la DANA, sino su
gestión. Una gestión que ilustra el sistema español. Una monarquía. Constante y
en todos los niveles, al punto que no existe la posibilidad de destitución del
incompetente. Más aún cuando los hechos han dejado, no de ser importantes, sino
válidos. Lo determinante ahora son los mitos. Y las sensaciones. La ira. Si
montas el caballo del trumpismo no hay límites. Es la reformulación del mundo.
Sin lo real –sin la ciencia, por lo mismo; algo inquietante en una crisis
climática–. Niéguense al mito y a la ira. Y a la ira. Y a la ira. Y a la ira.
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