ÉTICA DE LA
FELICIDAD
FERNANDO BUEN ABAD DOMÍNGUEZ,
Ser felices no debería ser un lujo reservado para unos cuantos que pueden comprarla. A estas alturas de la historia la infelicidad debiera ser considerada como “crimen de lesa humanidad” especialmente porque es crónica, endémica y absolutamente destructiva. Pocas mercancías burguesas presentan rostros tan aberrantes como su “felicidad” de clase. En ella se condensan las contradicciones más absurdas y las injusticias más lacerantes. Con una ética de los pueblos, en clave emancipadora, deberíamos también estar ocupados en impulsar la revolución de la felicidad, de su moral, de su virtud, de su deber en las alturas humanistas donde florece la felicidad como realización suprema, objetiva y subjetiva, que añade alegría a los seres humanos si se expresara moralmente en de los juicios éticos y en hechos particulares de todo género desde las ciencias hasta las artes.
Pocas
experiencias humanas le dan más sentido a la vida que la felicidad producida
por el consenso, la comunidad de valores y acciones con entendimiento de las
conductas dignificantes y cooperativas que se estructuran mediante signos y
códigos, también, de la identidad social y de sus proyectos de igualdad
emancipadora. Si la felicidad, liberada de las cadenas ideológicas burguesas,
adquiriera sentido multiplicador, podría generar consigo significados éticos y
morales revolucionarios que influirían en la conducta y en las decisiones
morales de los pueblos.
Ya no nos
alcanza con reivindicaciones enciclopédicas de las tradiciones filosóficas en
torno a la felicidad. Hay que ir más allá de ciertos amasijos ideológicos con
que se ha pretendido sublimar a la felicidad de los pueblos, porque la clave
está en las bases materiales y en la lucha organizada de todos por el bien de
todos. Es decir, el carácter de clase de la felicidad, explícito y en combate.
Más allá del eudemonismo aristotélico y su idea de que la felicidad es el fin
último de la vida humana. Por la vía de la virtud abstracta. Más allá del
hedonismo epicureano y la relación de la felicidad con el placer y la elusión
de los dolores. Más allá del estoicismo de Séneca, de Epícteto o Marco Aurelio
y su idea de que la felicidad es producto de controlar las emociones, se logra
a través del control de las emociones y la aceptación de lo que no podemos cambiar.
Según esta corriente, la virtud. Más allá del utilitarismo de Jeremy Bentham o
de John Stuart Mill y su idea casi estadística de la felicidad. Más allá del
existencialismo de Sartre o de Camus y sus abstracciones sobre la libertad
fundamental para encontrar sentido a la vida. Más allá del budismo y su idea de
una felicidad duradera gracias al desapego y la asimilación profunda de la
realidad.
Es verdad
que la felicidad es un bien supremo, pero no una mercancía de secta financiera.
No basta con “vivir bien” y “obrar bien” para democratizar la felicidad. La
felicidad es un estado de acción que requiere de lo social para nutrirse de
sentido. Es verdad que la felicidad provee placeres que no pueden apoyarse en
el sufrimiento de las mayorías. Hay una única cuestión filosófica
verdaderamente seria: la felicidad en colectivo. Filosofar lo que vale para la
especie humana ser feliz y si vale o no la pena vivirla luchar por ello es
atender a un trance pregunta fundamental de la filosofía y de la vida buena
para todos y todas. Sin demagogia.
En la
lucha hacia una felicidad politizada y democratizada, la filosofía debe
sintetizar sus mejores conquistas dialécticas para llenarse con la inteligencia
y con el corazón de la especie humana anhelante de una felicidad que, hasta
hoy, no ha conocido. Es esa felicidad revolucionaria emancipada de las
parafernalias obscenas y de la farándula ideológica de la estética burguesa con
su palabrerío individualista como condición a superar para ir hacia una fase de
ser racional y sincera para mundo en el que la ética sea la estética del futuro
y nos haga felices cumplir con el deber del bienestar de todos para todos.
Karl Marx
no abordó directamente la noción de felicidad como un concepto central en su
obra, sin embargo, algunos de sus escritos, especialmente en relación con la
alienación, el trabajo y la emancipación humana, tratan indirectamente la
posibilidad de una vida más plena y libre, lo que puede interpretarse como una
reflexión sobre las condiciones necesarias para la felicidad. “En su trabajo,
el obrero no se afirma, sino que se niega a sí mismo. No se siente feliz, sino
infeliz. No desarrolla una energía física y mental libre, sino que mortifica su
cuerpo y arruina su espíritu.” Bajo el capitalismo, el trabajo alienado es infelicidad
pura y dura que anula niega la posibilidad de la realización humana plena y
convierte a toda actividad en rutina forzada y destructiva. La felicidad humana
no es abstracto inherente a la subjetividad de cada individuo, es un anhelo
gestado en la realidad y como producto del conjunto de las relaciones sociales.
Nos urge
una revolución del bienestar en plenitud de la especie humana y en condiciones
de igualdad intrínsecamente ligada a todas las relaciones sociales. La
felicidad de esas relaciones no obstaculiza la realización personal y, por
tanto, construye una posibilidad realmente nueva de una vida feliz. La
felicidad es un logro de la verdadera resolución de las tensiones entre la
especie humana y la naturaleza, y entre los seres humanos consigo mismos, es la
solución de un problema histórico contra la infelicidad inducida y que puede
llevar a una forma de vida en la que los seres humanos resuelvan sus
contradicciones para el desarrollo de sus fuerzas y talentos productivos.
Es la
opción de consolidar una visión de la sociedad donde las condiciones para la
felicidad son posibles. La felicidad no será posible mientras que los seres
humanos estén limitados por el trabajo esclavizante impuesto para satisfacer
sólo sus necesidades básicas. En una sociedad de felicidad revolucionaria y
revolucionándose, todos y todas ofrecerían más de su tiempo y espacio para el
desarrollo común y conjunto. En lugar de la amargura, la miseria y la
infelicidad habrá una asociación transformadora y consciente en la que el libre
desarrollo feliz será la condición para el libre desarrollo de todos y
viceversa. Es indispensable mantener unidos el desarrollo de la felicidad
individual con el colectivo. Una sociedad sin clases permitiría a las personas
realizar plenamente su felicidad, donde los seres humanos puedan vivir de
manera más libre, creativa y plena, lo cual podría entenderse como la creación
de las condiciones para una vida feliz multiplicándose. ¿Es mucho pedir? No la
felicidad absoluta y finiquitada sino una felicidad renovada y renovadora. Que
todos la entiendan y la sientan. La compartan y la reproduzcan en conjunto.
Cosa bastante inédita.
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