viernes, 27 de diciembre de 2024

EL CORPORATIVISMO QUE NOS MATA

 

EL CORPORATIVISMO QUE NOS MATA
ELOY CUADRA,

 escritor y activista social.

Artículo obligado, después de recibir corporativismo por enésima vez como respuesta a nuestra denuncia del robo y el secuestro de niños a madres y familias vulnerables en Canarias. Lo digo sobre todo por varias trabajadoras sociales amigas que han recibido nuestras denuncias y de inmediato respuesta a la defensiva argumentando que eso no es así o que hay muchas trabajadoras sociales buenas. Este es el corporativismo que nos mata, el que calla, el que compadrea, el que protege y defiende a los suyos solo porque son suyos. Pero no por repetido me deja de sorprender, porque ellas me lo presentan como si me hubiera sobrevenido una animadversión u odio repentino contra las trabajadoras sociales, como si no llevara veinte años ya trabajando con seriedad y objetividad en todos estos temas, como para saber que si denunciamos algo es porque algo o mucho hay. Por supuesto que hay trabajadoras sociales que hacen bien su trabajo, pero no se trata solo de hacer bien su trabajo y callar, y mirar para otro lado, para no complicarse, porque si hay otras que hacen mal su trabajo te están manchando a ti también el tuyo, y lo que es peor, hay alguien que sufre, como en este caso las madres, y los niños que ninguna culpa tienen. 

 

Y el problema no es que haya corporativismo entre los trabajadores y trabajadoras sociales, es que está extendido prácticamente a todos los ámbitos. Empezando por los medios de comunicación, que si ya están la mayoría comprados y al servicio de determinados poderes o ideologías, también se cuidan muy mucho de criticar las manipulaciones y malas praxis de otros medios, por aquello del viejo refrán "perro no come perro". Los jueces también son corporativistas -además de conservadores de buena familia la mayoría-, como los médicos o los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad (y que me lo digan a mí de éstos últimos, que bien lo sé), tres profesiones fundamentales donde se juega tanto, vertebradoras como son de la sociedad, en las que impera la ley del silencio a modo de omertá mafiosa. También hay corporativismo y mucho en la política, donde se es de un bando o de otro, y se aguanta y se traga basura la que haga falta, y se tapa y se justifica o suaviza todo lo que hagan mal los nuestros, y se critica sin contemplaciones todo lo que hagan mal los otros. Se critica todo del contrario político eso sí, todo lo que sea políticamente correcto criticar, porque cuando hablamos de los privilegios de la clase política de los que se benefician todos, ahí silencio y corporativismo, da igual que sean de derecha, de izquierda, de ultraizquierda o de ultraderecha. A tal nivel funciona el corporativismo en todos los ámbitos que no basta con la ley del silencio y hace mucho que se inventaron los colegios profesionales o los sindicatos, que no son más que organizaciones creadas para defender a los distintos gremios y criticar a los contrarios. ¿O acaso han visto alguna vez a un sindicato hacer críticas o fiscalizar a su propios trabajadores para que las cosas funcionen mejor, o a los empresarios, a los psicólogos o a los profesores? En absoluto, en todo esto de los sindicatos y colegios profesionales se trata de exigir derechos y mejoras para los suyos y criticar de paso a los contrarios, nunca o casi nunca imponer deberes o fomentar la autocrítica para mejorar. Un ejemplo claro de este corporativismo que nos mata, un psicólogo de Tenerife al que detuvieron hace unos meses por abuso de menores, el psicólogo había sido Decano del Colegio de Psicólogos de Tenerife y regentaba varios centros de psicología, ¿me quieren decir ustedes que no había otros colegas psicólogos que sabían de los asuntos que se traía este señor desde hace años? 

 

Y así es con todas las profesiones y ocupaciones con las que te enfrentes: tragar, callar, compadrear, justificar lo injustificable, silencio, colegueo, "zapatero a tus zapatos", "en boca cerrada no entran moscas", "perro no come perro", "ojos que no ven,...", "más sabe el diablo por viejo...", "gallina ponedora y mujer silenciosa, valen cualquier cosa", "buen silencio vale más que mala disputa", “oír, ver y callar, para en paz estar”, y así podríamos seguir y no acabar porque no hay lengua en el mundo como el castellano para argumentar con refranes esta especie de cobardía natural vestida de virtud.  Y en el fondo creo que es del todo entendible, los españoles somos hijos del Lazarillo, un tramposo redomado, de La Celestina una alcahueta, de los Borbones lujuriosos y vividores, de Franco, José Antonio, la Legión o los Tercios de Flandes, y también de Sancho el sensato, porque el Quijote era un idealista y estaba loco. Pero incluso si pasáramos de todas estas tradiciones españolas y nos fuéramos a otros países, tal vez la cosa no funcionaría muy diferente, porque después de todo el ser humano tiene la imperiosa necesidad de pertenecer a algún grupo o comunidad, de ser parte de un gremio, de algo más grande que él, que lo  trascienda y ampare, de lo contrario se arriesga al ostracismo, a la soledad del corredor de fondo, a que te hagan mobbing o bullying o como quieran llamarlo con cualquier otro anglicismo moderno, o en el peor de los casos a que te quiten de en medio y no se sepa más nunca de ti. Sea como fuere, ser honrado, honesto y consecuente en tu trabajo, y hacer que la empatía con el que sufre prevalezca sobre el interés propio o el de tus colegas no es fácil, y en sociedades como la nuestra, tan corrupta y mafiosa, donde tantos callan y consienten, quizá es pedirle a la gente un tipo de valentía que roza la temeridad. Así que, mejor no me hagan caso y olviden este artículo. 

 

Eloy Cuadraescritor y activista social. 

 

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