'JARTOS' DE COLES
JAVIER AROCA
Bien
que se aprovechen de su fama, relaciones y reputación publicada, ganen dinero y
estén presentes en las tertulias, consejos y saraos del poder pero, hombre, que
sigan el ejemplo de Diocleciano y se queden con sus coles. ¿No se cansan?
Dicen los historiadores que Diocleciano
fue el único emperador de Roma que abdicó sin por ello adquirir la condición de
emérito ni dedicarse a dar por donde la espalda pierde su casto nombre. Se
fue y punto. Aun así, ante el caos de la Roma entonces decadente, fueron a
buscarlo a su retiro a orillas del Adriático, donde se dedicaba al cultivo de
hortalizas, para convencerlo de que volviera al poder y el hombre
respondió: ¿Si vierais
La verdad es que no sé si ambos son aficionados a las coles. No sería raro en el caso de Felipe que, como sevillano, habría probado el insigne cocido vernáculo de tan imperial hortaliza. En todo caso, al contrario de Diocleciano, nunca se han retirado, y eso que no tendrían por qué haberse dedicado a labores hortícolas, ambos son letrados. Uno al servicio de la inspección de Hacienda del Estado- extraña grey- y el otro, laboralista de desconocidos éxitos. Es normal que les rechine el maoísmo, cuyo inventor, quizá leyó a Diocleciano, pregonaba volver a la fábrica después de cada mandato político.
De todas las cosas que tenemos que
padecer en estos nuevos tiempos de democracia, una de nueva creación es la
nobleza orgánica. Cuando llegan a lo suyo y más tarde les toca dejarlo, no
están dispuestos a aceptar la murga orgánica, ya no se van nunca
Pero, siendo justos, ni
Aznar ni González -aunque reconocidos en su parentesco moral- por
distintas posiciones políticas, nunca fueron de esa filosofía china ni se
vieron en ningún caso volviendo a lo suyo. Hablando de Mao, el de
China, recuerdo a José Luis Ortiz Nuevo, gran flamencólogo, que encargó un
traje Mao a un alfayate de Coria del Río que cosía muy bien; la prensa de
entonces, madre de la de ahora, sacó a colación sin venir a cuento que en
la China comunista todo el mundo vestía igual, ya saben, andalucismo,
Libia, China, Venezuela... Hoy, todos los niños bien cuyos padres siguen
leyendo esa prensa visten pantalón beige claro y saquito azul marino
con las enagüillas de la camisa azulina colgando por fuera, y tan
aplaudidos.
En Estados Unidos, los dioclecianos son distintos: los
presidentes se van pero ayudan al presidente de turno, el modelo es Carter
-el magnate de las arvellanas- , pero cierto es que
allí son miembros de la plutocracia, llegan ya ricos al
poder, y por estos lares los dioclecianos proceden por lo
normal de la tiesura, natural o de familias a menos, y facturan.
De todas las cosas que tenemos que padecer en estos nuevos
tiempos de democracia, una de nueva creación es la nobleza orgánica.
Cuando llegan a lo suyo y más tarde les toca dejarlo, no están dispuestos
a aceptar la murga orgánica, ya no se van nunca. En cierto sentido son
parásitos anclados en el régimen; bien que se aprovechen de su fama,
relaciones y reputación publicada, ganen dinero y estén presentes en
las tertulias, consejos y saraos del poder pero, hombre, que sigan el
ejemplo de Diocleciano y se queden con sus coles. ¿No se cansan?
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