LA INMUNIDAD DEL PODER
MONETARIO
Luis de Guindos durante una reunión con empresarios madrileños
— Matias Chiofalo / Europa Press
Los bancos centrales no son los únicos órganos que detentan el poder monetario, ya que los bancos privados también ejercen este poder de manera permanente
El Banco
Central Europeo (BCE) ha emitido un dictamen posicionándose en contra del nuevo
impuesto a la banca en España, como ya hiciera hace un par de años sobre el
gravamen temporal. El BCE hace política y deberíamos tenerlo muy presente. En
ocasiones, se intenta disimular la naturaleza política de la autoridad
monetaria, pero otras veces no es posible. Luis de Guindos, exministro del PP,
es vicepresidente del BCE; más recientemente, José Luis Escrivá, exministro del
PSOE, ha sido nombrado gobernador del Banco de España. El problema no
es que haya políticos en órganos técnicos, el problema es que son órganos
políticos ajenos al principio democrático.
Las controvertidas decisiones sobre los tipos de interés son el ejemplo más reciente de cómo una autoridad sin apenas legitimidad democrática condiciona la situación económica de la mayoría social. Hace casi tres lustros, la crisis del euro que tuvo lugar tras la Gran Recesión dejó a las claras que el BCE adoptaba decisiones ―aparentemente técnicas― que tenían una enorme trascendencia política. El BCE no actuaba como prestamista de última instancia (en principio no podía hacerlo) y permitió que los especuladores ahogaran las economías del sur de Europa. Ni siquiera en aquellos momentos fuimos conscientes del latrocinio: el BCE regalaba dinero a los bancos que luego compraban deuda pública a tipos desorbitados. Hasta que Mario Draghi pronunció las célebres “palabras mágicas” y se redujeron los ataques especulativos.
La
ofensiva reaccionaria de los últimos años, entre otras consecuencias, ha provocado
que dediquemos menos tiempo a los cuestionamientos sistémicos
Las
reformas en la gobernanza económica europea que se llevaron a cabo con
posterioridad no garantizan la no repetición de aquellos fraudes contra la
soberanía popular. ¿Hemos aprendido la lección? Creo que no. Abundan los
diagnósticos sobre la debilidad económica de Europa en un contexto geopolítico
amenazante. Ahí sigue el BCE haciendo política sin rendición de cuentas
democrática. La arquitectura jurídico-política de la Unión Europea no ha dejado
de ser parte del problema.
La
ofensiva reaccionaria de los últimos años, entre otras consecuencias, ha
provocado que dediquemos menos tiempo a los cuestionamientos sistémicos. No
deberíamos resignarnos a que la política monetaria, esa gran herramienta de la
política económica, permanezca sustraída a la democracia. No nos hallamos ante
una mera disputa económica. El dinero es un fenómeno exógeno a la economía
dominante, al Derecho, a la cosa pública. Llama la atención cómo ponemos el
foco en la corrupción, en que no se despilfarre el dinero público, pero a la
vez ni nos percatamos de que, bajo eufemismos como “expansión cuantitativa”, la
autoridad monetaria regala dinero a los bancos privados sin prácticamente
control alguno.
En
realidad, si reparamos en cómo impactan las decisiones monetarias en el
desenvolvimiento de la vida social, podría sostenerse que la política monetaria
constituye un verdadero poder público: el poder monetario. La clásica
tripartición del poder (ejecutivo, legislativo, judicial) prescinde del poder
monetario, pero este poder tiene la capacidad de hacer añicos a los otros tres.
Los bancos centrales no son los únicos órganos que detentan el poder monetario,
ya que los bancos privados también ejercen este poder de manera permanente,
pues al conceder préstamos crean dinero. No se trata de negar que la política
monetaria tenga dificultad técnica, sino de afirmar que es indisociable de las
valoraciones políticas. En tanto que encarnan un poder, las autoridades
monetarias requieren frenos y contrapesos, legitimidad democrática, control de
la ciudadanía. Volvamos a hacernos las grandes preguntas.
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