“ANTES NUESTRAS
ARMAS ERAN EL ARCO Y LA FLECHA. HOY, SON LA CÁMARA Y EL TELÉFONO MÓVIL”
Txai Suruí. / B. G.
Tras
pronunciar el discurso de apertura de la COP26 de Glasgow
el 1 de noviembre de 2021, la vida de Txai Suruí dio un vuelco. “¡No es 2030 o
2050, es ahora! Los pueblos indígenas están en la línea de frente de la
emergencia climática, por eso debemos estar en el centro de las decisiones que
ocurren aquí”, dijo en una intervención que se
viralizó en cuestión de horas. Cuando concluyó, un hombre de la delegación de
Brasil se acercó a ella y la recriminó por haber “hablado mal” del país. Poco
después, el mismísimo Jair Bolsonaro la criticó en sus redes sociales. Txai
Suruí, que entonces tenía apenas veinticuatro años, comenzó a recibir mensajes
de odio y amenazas de muerte.
Como
contrapartida, su nombre se proyectó mundialmente. The New York Times
habló de otra joven, que no era Greta Thunberg, sino Txai,
bajo los focos. Era inevitable: Greta y Txai no tardaron en conocerse y
reconocerse como dos caras de la misma lucha.
“Fue genial conocerla, es pequeñita como yo y muy simpática. Greta me agradeció por todo lo que los pueblos indígenas estamos haciendo. Me dijo que ella estará siempre detrás de nosotros, fortaleciendo la lucha. Le dije que no, que no estaba atrás, que estaba a nuestro lado”, asegura Txai Suruí a CTXT, en una entrevista que empezó a fraguarse durante el encuentro Território de Saberes y acabó ocurriendo en la Festa Internacional de Literatura de Paraty (FLIP), celebrada en el sur de Río de Janeiro.
Es
importante contracolonizar el espacio del cine
Desde
su intervención en Glasgow, el aura de Txai Suruí creció de forma imparable.
Apareció en la lista de los cien activistas más influyentes del mundo de Forbes.
También en la lista de la revista Time. El documental The territory (2022), de National
Geographic, del que fue coproductora, ganó un Emmy. La cinta, que aborda los
problemas ambientales del estado amazónico de Rondonia, donde reside la etnia
Pater Suruí, también fue premiada en el festival Sundance. “El diferencial de
la película es que somos nosotros expresándonos, con nuestra propia mirada. No
estamos delante de las cámaras, sino detrás de ellas. Cuando yo llegaba a los
festivales, la gente pensaba que era protagonista de la película, pero nunca
que era la productora. Es importante contracolonizar el espacio del cine. The
territory fue una manera de salir de nuestra burbuja”, afirma la líder
indígena.
Indígena
con visión global. Txai Suruí rompe los estereotipos habituales sobre pueblos
indígenas. Licenciada en Derecho. Políglota: habla pater suruí, portugués e
inglés. Maneja referencias culturales de todo el mundo: en pocos minutos, cita
un poema del martiniqués Aimé Césaire, un ritual del pueblo mapuche y el movimiento
de la juventud por el clima de Europa. Aunque pasa temporadas en Cacoal, en la
Terra Indígena Sete de Setembro donde creció de niña, la mayor parte de su
tiempo está en Porto Velho, capital del estado de Rondonia. Se considera una
indígena urbana. Y circula habitualmente por las grandes capitales del mundo.
Acaba de participar como conferenciante en la exposición Amazonias. El futuro ancestral
del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Txai
confiesa que el mayor choque cultural de su vida vino provocado por el
individualismo y la jerarquía de la sociedad occidental. Cuando estudiaba en la
universidad se sorprendió al comprobar que la propiedad colectiva no estaba
contemplada en el régimen jurídico. “El derecho está basado en la propiedad
privada, ¿no? La Justicia también, por eso es racista. Veo mucha diferencia
entre cómo tomamos las decisiones nosotros, en la aldea, de forma colectiva, y
cómo las toman los grandes líderes mundiales en esos espacios de poder. En la
aldea decidimos todo en la colectividad. Esos tipos, no. Deciden todo a través
del lobby de las grandes empresas. Llegan con todo listo para tomar decisiones
sobre nuestras vidas. Están cogiendo el camino del negacionismo y no el del
cambio radical que necesitamos”, matiza Txai.
Otro
de los estereotipos despedazados por la vida y obra de Txai Suruí tiene que ver
con la tecnología. Coordinadora de la Associação de Defesa Etnoambiental
Kanindé y fundadora del Movimiento da Juventude Indígena de Rondonia, Txai
lidera una red de 21 pueblos indígenas que usan la tecnología para proteger su
territorio. GPS, drones, cámaras, móviles y una aplicación móvil propia (USMDK)
para recopilar alertas de deforestación, explotación minera e incendios. Donde
no llegan los fiscales del Instituto Brasileiro do Meio Ambiente (IBAMA) hay un
dron del equipo de Txai recopilando pruebas de crímenes ambientales. Ella bebe
del trabajo de su padre, Almir Suruí, que en 2007 cerró un acuerdo con Google
Earth: el Mapa Cultural Suruí
que surgió de la colaboración reúne fotos, vídeos y animaciones en 3D. “Antes,
nuestras armas eran el arco y la flecha. Hoy en día, son la cámara y el
teléfono móvil. Los usamos para denunciar, pero también para decir quiénes
somos, para hablar de nuestra cosmovisión, de nuestro modo de vida, de las
soluciones que ponemos en práctica en el territorio”, asegura Txai Suruí.
La
joven indígena ironiza sobre el uso de la IA (Inteligencia Artificial). “Ya que
se habla tanto de la IA, te digo que nosotros también usamos la IA, nuestra
Inteligencia Ancestral. Una necesita a la otra. Usamos esas dos inteligencias,
la artificial y la ancestral, porque nuestros enemigos usan muy bien la
tecnología para fortalecer sus narrativas de destrucción. Utilizamos la
tecnología para desmentir fake news, para contar nuestra historia, para
mostrar nuestra realidad. Aprendimos a volar drones para recopilar pruebas (de
crímenes ambientales)”, afirma Txai Suruí. Al hablar de la Amazonia, usa
irónicamente metáforas urbanas: “El conocimiento ancestral nos ayuda a caminar
en la selva. Porque la selva es como la ciudad, tiene calles, direcciones...
Tiene aquel árbol que siempre está allí, tiene ese lugar donde los animales se
reproducen, tiene aquel rincón sagrado…”.
Nosotros
también usamos la IA, nuestra Inteligencia Ancestral
Txai
Suruí acaba de lanzar Uma canção de amor (Elo Editora), un libro
ilustrado para todas las edades. Sus páginas son un encendido alegato a la
vida. En sus páginas, Txai vincula el amor a la revolución. El afecto, a la
protección de la selva: “Necesitamos ser interpelados por el amor y la alegría.
Porque los científicos aportan muchas informaciones sobre el cambio climático,
que está ocurriendo a una velocidad que nadie previó, pero eso no consigue
interpelar a las personas. Tenemos que aprender a dialogar con historias de
amor y de afecto. Tenemos que reforestar las mentes y los corazones de la
gente”. Para Txai, a partir del momento en el que nos permitimos amar al otro,
practicamos la revolución del cuidado: “Yo amo a través de la tierra, yo amo a
través de la naturaleza, yo amo a través del prójimo”.
De
repente, Txai pasa a contar leyendas amazónicas. Habla del árbol barrigudo, en
el que su etnia ubica el origen de las mujeres. Cita el sumaúma (ceiba
pentandra), un árbol sagrado que puede alcanzar setenta metros de altura. “Cómo
es posible que los niños de la ciudad piensen que la comida nace en los
supermercados... Se perdió la conexión de recolectar la comida con la mano.
Olvidamos de dónde viene. Nuestro cuerpo es una extensión de nuestro
territorio. Mi cuerpo-territorio está aquí para transmitir saber. Esa conexión
alimenta el cuerpo y el espíritu. Por eso, mi pueblo nunca va a estar muerto
mientras yo esté viva”, afirma con vehemencia.
Txai
Suruí pasa de las reflexiones poéticas a las críticas contra el sistema
capitalista sin modificar su tono amoroso. Cuestiona con dureza los pesticidas
(“puro veneno”) usados por el sector agropecuario. Y el hecho de que el
“agronegocio” brasileño esté boicoteando el Programa Nacional de Agroecología
(Pronaca) que el Gobierno Lula está intentando sacar adelante para reducir el
consumo de pesticidas. A su vez, Txai responsabiliza directamente al primer mundo por
los conflictos que atraviesa su territorio: “En mi tierra nacen los 17
principales ríos que bañan el Estado de Rondonia y en ese territorio existen
también veinte mil cabezas ilegales de ganado. Ni siquiera podemos circular por
una parte de nuestro territorio, porque podemos morir a manos de los matones. El
grupo JBS compra esa carne y la exporta a Europa y Estados Unidos”, asegura. El
Grupo Cassino
continúa vendiendo carne proveniente de la Terra Indígena Uru-Eu-Wau-Wau por la
que luchó toda la vida Ivaneide Bandeira Cardozo, madre de Txai Suruí. A pesar
de haber sido denunciado en la justicia francesa, la venta de carne prosigue.
Txai
Suruí, tal como declaró en su ya célebre discurso en Glasgow, considera a los
pueblos indígenas la pieza clave en la lucha contra el cambio climático. “Si la
Amazonia es la selva con la mayor biodiversidad del mundo es gracias a
nosotros, ¿no? Quieren colocarnos como un obstáculo del progreso, del
desarrollo, pero estamos demostrando que existen otras formas de vivir en
armonía con la naturaleza. En mi tierra, plantamos agroflorestas (término usado
para sistemas agrícolas que conservan la selva) para evitar la monocultura y
que nuestra gente coma alimentos contaminados con veneno”, asegura.
Txai
resume todos los males que acucian al planeta en una única metáfora: la
“generación sintética”. Una generación depredadora que deja un reguero de
destrucción. Para defenderse de esa cultura sintética, reivindica una nueva
“generación nieta”, una generación que cultive un presente. Una generación que
haga de “interlocutora entre el pasado y el futuro”. Como escribe en Uma
canção de amor, “el muro al que llaman civilización y que en realidad es
colonización” solo será derribado con una cosmovisión diferente. “Seremos la
transformación, volaremos como pájaros que cargan semillas en sus picos hacia
los cuatro rincones del mundo, plantando y cultivando”, escribe la joven
“pequeñita” que camina delante (o al lado) de Greta Thunberg.
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