BÁRBARA REY CONTRA
LA LEY DE SECRETOS
POR
ANIBAL MALVAR
Bárbara Rey, en una foto de archivo.Jose
Velasco (Europa Press)
Una
cosa que pido en mi carta a los reyes cada solsticio de invierno es que por fin
se derogue la Ley 9/1968 de secretos oficiales. Desde el inicio de mi ya
inmemorial infancia, coloco el calcetín debajo del abeto, como manda la falsa
tradición, pero mi derogación de la 9/68 nunca llega. Y eso que escribo cada
año la carta con mi mejor pluma, deslizando elegante caligrafía itálica y con
remite no solo al Palacio de la Zarzuela, sino también a Abu Dabi, pues he oído
por ahí que los reyes van y vienen de oriente.
A cualquier niña o niño que pida a los reyes un libro de historia de España le pasa como a mí. Y a cualquier investigador, también. Nadie te puede regalar libros de historia reciente de España, porque esos libros no existirán mientras no se derogue aquella ley franquista 9/68 de secretos oficiales. Hasta ese momento paradisíaco de nuestra ejemplar democracia, los historiadores y los periodistas y los curiosos, españoles y extranjeros, no podremos acceder a la verdad de los archivos gubernamentales, ni conocer realmente quiénes fuimos y quiénes somos. Incluso, si te pones idealista y flower-power, corregir quiénes seremos.
Decía
creo que Von Bismark que el español es un pueblo invencible, pues lleva toda la
historia destruyéndose a sí mismo y no lo ha conseguido jamás. Sus palabras
siguen vigentes más de un siglo después. Y por eso que decía Bismark los
españoles también podremos sobrevivir sin derogar la dichosa ley 9/68. Si los
sucesivos gobiernos no nos abren los archivos y bibliotecas para que estudiemos
y aprendamos de dónde venimos, pues le consultamos la historia de España a
Bárbara Rey y nos enteramos más rápido, mejor y más marujo, que es lo que más
gusta y pone.
Es
cierto que decenas de historiadores y periodistas han reunido suficientes
pruebas para inferir que Juan Carlos I inspiró y luego desactivó cobardemente
el golpe de Estado del 23F de 1981 en un maravilloso ejercicio de márquetin
improvisado. Pasó de ser un pelele a un héroe gracias a una metedura de pata.
Muy propio de un borbón.
Pero
hay que poner las cosas en su sitio y, a pesar de tanto libro y tanto estudio y
tanto gobierno de izquierdas, a mí quien mejor me ha enseñado en las cuatro
últimas décadas historia de España ha sido una vedette, de nombre
Bárbara Rey. Lo digo sin atisbo de ironía y con respeto a la dama. Si no fuera
por Bárbara Rey, muchos moriríamos sin saber nunca qué ocurrió aquel 23F.
Me
da la impresión de que los medios, en general, hemos minimizado la
trascendencia de la grabación que difundió (tapaos la nariz) Okdiario,
en la que Juan Carlos se ríe ante la diva de cómo se comieron el marrón sus
compinches del 23F: "Palabra de honor, me río, cariño, de Alfonso Armada.
Ese ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío
jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás! En cambio, este otro [Sabino Fernández
Campo] está largando…".
Ya
es de dominio público que los gobiernos de Felipe González y José María Aznar
pactaron pagar a Bárbara Rey unos 3,6 millones de euros a través de fondos
reservados y donaciones privadas para que no difundiera grabaciones como esta.
Pero sigue siendo secreto el contenido de esas conversaciones para los contribuyentes
que pagaron el chantaje. Si la ley de secretos oficiales sirve para encubrir
delitos gubernamentales, como el pago de una extorsión a un rey, a lo mejor no
es muy buena ley, según dicta, yo creo, el sentido común más marianista.
Pero
más que el sentido común sabrán PP y PSOE, que para eso son electos, y este
noviembre votaron juntos contra la desclasificación de los papeles del 23F.
Porque desde el 23F ya han pasado los 35 años de secreto exigidos por la ley
franquista 9/68 y aquí seguimos, sin un documento oficial que echarnos al buche
de la historia. Si PSOE y PP ya empiezan incluso a incumplir leyes franquistas,
interpretándolas más a la derecha y alargando esos 35 años hasta que muramos
sin saber nada, quizá mal vamos. Que no se nos muera Bárbara Rey,
historiadores, que a los archivos no nos dejarán acceder hasta dentro de un par
de siglos, por nuestro bien, y hasta entonces habrá que cuidar a las vedettes
para documentarnos.
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