AUSCHWITZ O EL
ESCAPARATE DE LA OBSCENIDAD
POR
MIQUEL RAMOS
El pueblo palestino regresa a sus hogares en el norte de Gaza en medio del
alto el fuego entre Israel y Hamás.Hatem
Khaled (Reuters)
El acto de conmemoración de la memoria del Holocausto que cada año se celebra en Auschwitz, y que tuvo lugar esta misma semana, no podía estar envuelto de mayor hipocresía y obscenidad. Algo a lo que, lamentablemente, ya estamos acostumbrados, más todavía un año después de que el visitante estrella fuese Elon Musk. Los supervivientes de aquel horror que todavía quedan vivos, así como la memoria de los ya fallecidos, lo único que debería dar sentido al acto, no dejaron de advertir que la vacuna contra el odio no ha funcionado. Lo repiten cada año, haya quien haya delante, y aunque nadie se sienta aludido. Lo dijeron de nuevo ante los mandatarios de varios países donde la extrema derecha, los herederos ideológicos de los arquitectos de Auschwitz y del Holocausto, han vuelto con más fuerza que nunca. Gobiernan ya en varios países o cuentan con el manto de normalidad democrática que le ha otorgado una parte de la ciudadanía. Ninguna lección aprendida.
El
Holocausto tan solo fue excepcional porque sucedió en territorio europeo. En el
autocomplaciente continente ilustrado, en el hasta hoy autoproclamado faro de
la civilización, donde mentes brillantes pusieron todos sus conocimientos al
servicio de un proyecto para ejecutar el mal. Nada que no hubiesen hecho antes
más allá de sus fronteras contra otros pueblos. Esta vez fue contra su propia
gente, víctima de la ambición de sus líderes y por cualquier diferencia como
excusa, religiosa, étnica o política. Por eso espanta. Porque fueron nuestros
vecinos, víctimas y victimarios, nuestros semejantes, quienes ejecutaron y sufrieron
tal horror a la vista de todos. Y ahí quedan las pruebas, convertidas hoy en un
escenario cuyo atrezo tan solo sirve para calmar conciencias por el pasado,
pero terriblemente ajeno al presente, a su reiteración con la misma banalidad
que hoy se recuerda cuando nos preguntamos cómo fue posible.
No
es solo nueva ola reaccionaria que se extiende por el mundo, cuyo éxito se debe
precisamente a la hipocresía de aquél ‘Nunca más’ que anteayer repitieron todos
los asistentes al acto. La singularidad del Holocausto es incuestionable por
muchas razones, pero la construcción ideológica que lo armó permanece intacta,
y muchos de los que anteayer posaban con rostro solemne durante la ceremonia,
son responsables de lo que hoy sucede a la vista de todos.
La
actualidad nos obliga hoy a hablar no solo de la extrema derecha en auge, sino
también de Palestina, con este telón de fondo que es la memoria del Holocausto,
y que ojalá nunca hubiese sido utilizado para otra función que no fuese honrar
a sus víctimas y vacunarnos para no repetirlo. Nos obligan a mezclar ambos
temas quienes siguen instrumentalizando este ignominioso acontecimiento
para blindar sus propias atrocidades. Nos obligan a hacerlo una vez más porque
nos negamos a aceptar que el actual exterminio del pueblo palestino sea un daño
colateral para la supervivencia de los judíos. Porque ni Israel representa a
todo el pueblo judío, ni sus políticas coloniales y genocidas curan ninguna
herida pasada ni protegen a su pueblo. Más bien al contrario. Y menos aún cuando
Netanyahu es invitado a esta ceremonia, asegurándole que las leyes
internacionales no tendrán efecto allí (¡en Auschwitz!) a pesar de la orden
de detención de la Corte Penal Internacional por su responsabilidad en el
genocidio de Gaza. Pero no asistió.
«El
actual comportamiento del actual gobierno de Israel corre el riesgo de ser el
peor enemigo de los judíos», dijo Primo Levi, superviviente de Auschwitz,
ante la invasión del Líbano por parte de Israel en 1982. Lo recuperaba la
escritora Edurne Portela en un texto de octubre de 2023 titulado ‘Israel contra
los judíos’, en el que reivindicaba la lucidez de Levi, que viró desde el
sionismo tras la Shoá hacia posiciones más que críticas con Israel. Portela se
preguntaba qué diría hoy ante lo que se está llevando a cabo en Palestina y de
nuevo en el Líbano. Levi no es el único judío, ni el único superviviente del
Holocausto, que se niega a que su memoria y sus lecciones sean secuestradas y
usadas como excusa y carta blanca. El profesor judío norteamericano Norman
Finkelstein, o la francesa Dominique Salomon, cuyas familias fueron
exterminadas por el régimen nazi, son también hoy denunciantes activos de esta
obscena instrumentalización de su memoria. Y como ellos, miles de judíos más,
algunos incluso ciudadanos israelíes, que se niegan a ser rehenes del proyecto
sionista.
Este
consenso bien armado y sustentado durante décadas por las principales potencias
occidentales, aliadas de Israel, se resquebraja más que nunca, con el genocidio
en Gaza de fondo. Las evidencias de este nuevo exterminio, fruto de su torpe
arrogancia, son publicadas y reivindicadas por los propios soldados, mientras
que los políticos al mando piden abiertamente completar la limpieza étnica en
curso. Todo son pruebas que van documentando lo que nadie podrá decir que no
sabía.
El
genocidio en Palestina se banaliza porque en Occidente no se ve a los
palestinos como iguales, como sí que sucede todavía con el Holocausto. Como
sucedió también con la diferencia de trato con los refugiados del Sur Global y
los que acogimos llegados de Ucrania sin rechistar ni ninguna campaña racista
de los habituales maestros del odio. Es más, se ve a Israel como una
avanzadilla, un muro de protección frente a los bárbaros, un relato armado con
los mismos andamios sobre los que se empieza a construir todo proceso de
deshumanización para su posterior limpieza étnica. Esta es la verdadera razón
de los viejos y nuevos fascistas en su cierre de filas con Israel. “Son como
nosotros”. El filósofo Enzo Traverso no se cansa de advertir que la
islamofobia es el nuevo antisemitismo de Occidente. Utiliza las mismas
fórmulas y reproduce los mismos patrones de aquellos que construyeron
Auschwitz.
Sin
embargo, la verdadera brecha en esta armadura ideológica es la que representan
las nuevas generaciones de judíos que no solo han dicho basta, que nunca más en
su nombre. Es lo que recoge el documental norteamericano Israelism,
que desentraña todo el aparato propagandístico y adoctrinador del sionismo con
los jóvenes judíos. Algo que ya denunció años atrás el director israelí Yoav
Shamir sobre los jóvenes de su país con el imprescindible documental Defamation
(2009), destapando la perversión del uso del antisemitismo y
a organizaciones como la Antidefamation League (ADL), la misma que
hace pocos días absolvió a Elon Musk de su saludo nazi diciendo que lo habíamos
malinterpretado.
Este
año, los Oscar tienen un documental nominado que representa perfectamente esa
fractura. No Other Land muestra a dos jóvenes, un periodista israelí y
otro palestino, documentando las atrocidades de los colonos y del ejército en
varios poblados de la Palestina ocupada. Las evidencias sobre las reiteradas
atrocidades y la hipocresía de nuestros gobernantes no tienen ya donde
esconderse. Por eso, ver la ceremonia de anteayer en Auschwitz nos sigue
removiendo como la primera vez que lo visitamos, no por recordar lo que allí
sucedió, sino por el secuestro de su memoria al que hoy se aferran quienes
creen que posar allí solemnemente les garantiza su futura absolución en la
historia, sea lo que sea lo que está por venir, y a pesar de lo que hoy está
sucediendo. Con su beneplácito. Con su apoyo. Con su complicidad. No lo
olvidaremos.
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