jueves, 30 de enero de 2025

AUSCHWITZ O EL ESCAPARATE DE LA OBSCENIDAD

AUSCHWITZ O EL ESCAPARATE DE LA OBSCENIDAD

POR MIQUEL RAMOS

 

El pueblo palestino regresa a sus hogares en el norte de Gaza en medio del alto el fuego entre Israel y Hamás.Hatem Khaled (Reuters)

El acto de conmemoración de la memoria del Holocausto que cada año se celebra en Auschwitz, y que tuvo lugar esta misma semana, no podía estar envuelto de mayor hipocresía y obscenidad. Algo a lo que, lamentablemente, ya estamos acostumbrados, más todavía un año después de que el visitante estrella fuese Elon Musk. Los supervivientes de aquel horror que todavía quedan vivos, así como la memoria de los ya fallecidos, lo único que debería dar sentido al acto, no dejaron de advertir que la vacuna contra el odio no ha funcionado. Lo repiten cada año, haya quien haya delante, y aunque nadie se sienta aludido. Lo dijeron de nuevo ante los mandatarios de varios países donde la extrema derecha, los herederos ideológicos de los arquitectos de Auschwitz y del Holocausto, han vuelto con más fuerza que nunca. Gobiernan ya en varios países o cuentan con el manto de normalidad democrática que le ha otorgado una parte de la ciudadanía. Ninguna lección aprendida.

El Holocausto tan solo fue excepcional porque sucedió en territorio europeo. En el autocomplaciente continente ilustrado, en el hasta hoy autoproclamado faro de la civilización, donde mentes brillantes pusieron todos sus conocimientos al servicio de un proyecto para ejecutar el mal. Nada que no hubiesen hecho antes más allá de sus fronteras contra otros pueblos. Esta vez fue contra su propia gente, víctima de la ambición de sus líderes y por cualquier diferencia como excusa, religiosa, étnica o política. Por eso espanta. Porque fueron nuestros vecinos, víctimas y victimarios, nuestros semejantes, quienes ejecutaron y sufrieron tal horror a la vista de todos. Y ahí quedan las pruebas, convertidas hoy en un escenario cuyo atrezo tan solo sirve para calmar conciencias por el pasado, pero terriblemente ajeno al presente, a su reiteración con la misma banalidad que hoy se recuerda cuando nos preguntamos cómo fue posible.

No es solo nueva ola reaccionaria que se extiende por el mundo, cuyo éxito se debe precisamente a la hipocresía de aquél ‘Nunca más’ que anteayer repitieron todos los asistentes al acto. La singularidad del Holocausto es incuestionable por muchas razones, pero la construcción ideológica que lo armó permanece intacta, y muchos de los que anteayer posaban con rostro solemne durante la ceremonia, son responsables de lo que hoy sucede a la vista de todos.

La actualidad nos obliga hoy a hablar no solo de la extrema derecha en auge, sino también de Palestina, con este telón de fondo que es la memoria del Holocausto, y que ojalá nunca hubiese sido utilizado para otra función que no fuese honrar a sus víctimas y vacunarnos para no repetirlo. Nos obligan a mezclar ambos temas quienes siguen instrumentalizando este ignominioso acontecimiento para blindar sus propias atrocidades. Nos obligan a hacerlo una vez más porque nos negamos a aceptar que el actual exterminio del pueblo palestino sea un daño colateral para la supervivencia de los judíos. Porque ni Israel representa a todo el pueblo judío, ni sus políticas coloniales y genocidas curan ninguna herida pasada ni protegen a su pueblo. Más bien al contrario. Y menos aún cuando Netanyahu es invitado a esta ceremonia, asegurándole que las leyes internacionales no tendrán efecto allí (¡en Auschwitz!) a pesar de la orden de detención de la Corte Penal Internacional por su responsabilidad en el genocidio de Gaza. Pero no asistió.

«El actual comportamiento del actual gobierno de Israel corre el riesgo de ser el peor enemigo de los judíos», dijo Primo Levi, superviviente de Auschwitz, ante la invasión del Líbano por parte de Israel en 1982. Lo recuperaba la escritora Edurne Portela en un texto de octubre de 2023 titulado ‘Israel contra los judíos’, en el que reivindicaba la lucidez de Levi, que viró desde el sionismo tras la Shoá hacia posiciones más que críticas con Israel. Portela se preguntaba qué diría hoy ante lo que se está llevando a cabo en Palestina y de nuevo en el Líbano. Levi no es el único judío, ni el único superviviente del Holocausto, que se niega a que su memoria y sus lecciones sean secuestradas y usadas como excusa y carta blanca. El profesor judío norteamericano Norman Finkelstein, o la francesa Dominique Salomon, cuyas familias fueron exterminadas por el régimen nazi, son también hoy denunciantes activos de esta obscena instrumentalización de su memoria. Y como ellos, miles de judíos más, algunos incluso ciudadanos israelíes, que se niegan a ser rehenes del proyecto sionista.

Este consenso bien armado y sustentado durante décadas por las principales potencias occidentales, aliadas de Israel, se resquebraja más que nunca, con el genocidio en Gaza de fondo. Las evidencias de este nuevo exterminio, fruto de su torpe arrogancia, son publicadas y reivindicadas por los propios soldados, mientras que los políticos al mando piden abiertamente completar la limpieza étnica en curso. Todo son pruebas que van documentando lo que nadie podrá decir que no sabía.

El genocidio en Palestina se banaliza porque en Occidente no se ve a los palestinos como iguales, como sí que sucede todavía con el Holocausto. Como sucedió también con la diferencia de trato con los refugiados del Sur Global y los que acogimos llegados de Ucrania sin rechistar ni ninguna campaña racista de los habituales maestros del odio. Es más, se ve a Israel como una avanzadilla, un muro de protección frente a los bárbaros, un relato armado con los mismos andamios sobre los que se empieza a construir todo proceso de deshumanización para su posterior limpieza étnica. Esta es la verdadera razón de los viejos y nuevos fascistas en su cierre de filas con Israel. “Son como nosotros”. El filósofo Enzo Traverso no se cansa de advertir que la islamofobia es el nuevo antisemitismo de Occidente. Utiliza las mismas fórmulas y reproduce los mismos patrones de aquellos que construyeron Auschwitz.

Sin embargo, la verdadera brecha en esta armadura ideológica es la que representan las nuevas generaciones de judíos que no solo han dicho basta, que nunca más en su nombre. Es lo que recoge el documental norteamericano Israelism, que desentraña todo el aparato propagandístico y adoctrinador del sionismo con los jóvenes judíos. Algo que ya denunció años atrás el director israelí Yoav Shamir sobre los jóvenes de su país con el imprescindible documental Defamation (2009), destapando la perversión del uso del antisemitismo y a organizaciones como la Antidefamation League (ADL), la misma que hace pocos días absolvió a Elon Musk de su saludo nazi diciendo que lo habíamos malinterpretado.

Este año, los Oscar tienen un documental nominado que representa perfectamente esa fractura. No Other Land muestra a dos jóvenes, un periodista israelí y otro palestino, documentando las atrocidades de los colonos y del ejército en varios poblados de la Palestina ocupada. Las evidencias sobre las reiteradas atrocidades y la hipocresía de nuestros gobernantes no tienen ya donde esconderse. Por eso, ver la ceremonia de anteayer en Auschwitz nos sigue removiendo como la primera vez que lo visitamos, no por recordar lo que allí sucedió, sino por el secuestro de su memoria al que hoy se aferran quienes creen que posar allí solemnemente les garantiza su futura absolución en la historia, sea lo que sea lo que está por venir, y a pesar de lo que hoy está sucediendo. Con su beneplácito. Con su apoyo. Con su complicidad. No lo olvidaremos.

 

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