LAS REDES SOCIALES, COMO LA SANIDAD...
¡PÚBLICAS Y DE CALIDAD!
POR SATO
DÍAZ
Elon Musk, en un acto de apoyo a la
campaña presidencial de Donald Trump en el Madison Square Garden de New YorkDPA vía Europa Press
"No
creo que democracia y libertad sean compatibles". El que escribe
esta paradoja es el multimillonario Peter Thiel, fundador de PayPal y
uno de los inversores que abandonaba la corporación Meta (Facebook, Instagram,
WhatsApp...), de Mark Zuckerberg, en la pasada campaña electoral norteamericana
para centrar sus esfuerzos en llevar a Donald Trump a la Casa Blanca. Lo
consiguió. Y ahora Zuckerberg también se arrodilla ante Elon
Musk, también se pasa al lado oscuro, al neorreaccionarismo, a
permitir que las personas LGTBIQ+ puedan ser catalogadas como "enfermas
mentales" en sus redes sociales...
Llega la Ilustración Oscura. Un grupo de multimillonarios sueña con imponernos un feudalismo tecnológico que domine el mundo. Y han pisado el acelerador. Están dispuestos a llevar a cabo una verdadera revolución reaccionaria. El imperialismo yanki ha mutado. Impulsados desde la Casa Blanca (Trump toma posesión este próximo lunes), creen que sus grandes empresas, la familia tradicional y las iglesias y parroquias son las instituciones necesarias sobre las que vertebrar una sociedad en la que no tiene cabida lo público, los Estados o la democracia; ni tampoco la diversidad, la disidencia o lo woke; ni por asomo la lucha de clases, el sindicalismo o el izquierdismo.
La
libertad, por tanto, es únicamente para ellos; la libertad es para sus
negocios, sus juegos, sus monedas virtuales, para sus violaciones de los
derechos humanos, sus humillaciones, sus abusos de poder, sus injerencias... La
ausencia de unas normas, del Estado de derecho, de leyes y de
contrapesos (check and balances como aval democrático) es su garantía
para disfrutar, sin barreras, de su libertad.
Son
machistas y odian al colectivo LGTBIQ+, pues así se expresa Zuckerberg,
quien asegura que los controles de veracidad en sus redes sociales suponían una
"castración" para sus empresas, a las que les faltaba
"virilidad"; son militaristas y no dudan en amenazar con usar
la fuerza militar para lograr sus objetivos, tal y como ha hecho Trump con
respecto al Canal de Panamá o a Groenlandia; son racistas, tal y como
detectamos en cada una de sus intervenciones públicas y ataques a las personas
migrantes... Vuelven las nociones supremacistas. Pretenden imponer una
ideología dominante que desprecia a quienes que no somos como ellos.
Hasta
el propio Joe Biden ha alertado, en su discurso de despedida como
presidente de los Estados Unidos esta semana, de cómo esta "oligarquía
tecnológica" pone en riesgo la democracia. Y eso que buena parte de su
ingente poder lo han logrado durante esta legislatura Biden-Harris, es decir,
que no se entendería el auge de los unos sin la (in)acción del presidente
saliente. La profesora titular de Filosofía del Derecho en la Carlos III y
exeurodiputada María Eugenia Rodríguez Palop publicaba una tribuna recientemente en El
País en la que describía algunas de las características teóricas de esta
ideología que aspira a domeñar el mundo: paleolibertarismo, pronatalismo,
profamilismo, gran reemplazo, aceleracionismo, jibarización...
En
la misma reflexión, Rodríguez Palop criticaba la falta de reacción de la Unión
Europea ante esta amenaza, que para Europa no solo es exógena, sino también
endógena, pues el auge de las ultraderechas en los propios países europeos es
la mejor garantía de la penetración de todo esto en el Viejo Continente.
"La legislación europea resulta totalmente ineficiente y lenta para
surfear esta ola. No está preparada para contener esta revolución tecnopolítica
ni para adaptarse a su velocidad", advierte la profesora, que añade:
"Más que en sanciones, Europa debería pensar en crear infraestructuras
propias, públicas y competitivas con las que plantar cara al poder
plutocrático que nos acecha". Parece mentira que Emmanuel Macron, que tan
preocupado dice estar por la "internacional reaccionaria", no lidere
este proyecto, infraestructuras tecnológicas europeas. Claro que igual está demasiado
ocupado obstaculizando que gobierne el Nuevo Frente Popular, ganador de las
elecciones legislativas el pasado verano, para lo cual no duda en hacer guiños
simpáticos a la ultra Marine Le Pen.
En
la misma línea de Palop, el exvicepresidente del Gobierno y exdirigente de
Podemos Pablo Iglesias proponía esta semana desde Canal Red "la creación de una red social
pública bajo controles democráticos". Es más, Iglesias, que
tiene unas muy buenas conexiones con América Latina, animaba a Claudia
Sheinbaum (presidenta de México) a Lula da Silva (de Brasil) y a Gustavo
Petro (de Colombia) a impulsar una gran red social pública, vehiculada en
lengua española y portuguesa desde sus potencias regionales.
Hace
ya dos décadas, las redes sociales se convirtieron en el ágora en la cual se
han mantenido buena parte de las conversaciones públicas de nuestra época. Hoy,
estos mentideros están en manos de una oligarquía que, como vemos, centran su
práctica en imponer su ideología sobre las demás y en hacer de la escena
pública el mejor parqué para desarrollar sus negocios. Musk, el hombre más rico
del mundo, y otra piña de semejantes hacen del algoritmo la mejor forma de
dirigir el pensamiento colectivo hacia sus propios intereses. Controlan X
(antes Twitter), Facebook, WhatsApp, Instagram, Amazon, PayPal... El algoritmo
enseña la parte por el todo, y lo que no se ve, no existe.
La
necesidad de un espacio, unos canales y unos foros donde se pueda desarrollar
el debate social sin injerencia de multimillonarios excéntricos y narcisistas
que velan por su lucro personal es evidente. Necesitamos unos espacios de
encuentro democráticos para garantizar la democracia. Unos canales con
capacidad de filtrar la verdad de la mentira, porque la mentira es fácil de
dirigir para los dueños del canal informativo.
"Estamos
viviendo la amenaza reaccionaria y civilizatoria más importante de las últimas
décadas y hay que destacar la importancia de cobrar constancia del momento de
época", el secretario general de CCOO, Unai
Sordo, hacía esta reflexión esta semana junto a Antonio Maíllo,
coordinador federal de IU, en una comparecencia conjunta. El propio Maíllo alerta esta semana
a la Coordinadora Federal de su partido sobre cómo "los
GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y las grandes empresas
tecnológicas de Silicon Valley platean un cambio en el paradigma del poder,
donde el imperialismo se ha digitalizado y sus dirigentes funcionan fuera de
las estructuras democráticas del Estado-nación". Y esto lo hacen
"mediante el control de la narrativa, la capacidad de definir lo
verosímil, los marcos de comprensión y debate, y una suerte de privatización del
espacio público digital", según el dirigente de IU.
En
esas estamos. Quizás esta tribuna semanal tenga la utilidad hoy de insistir en
una idea que se está convirtiendo en necesaria: como en el caso de la sanidad,
también hacen falta unas redes sociales públicas, para que sean
dependientes de la propia ciudadanía, y de calidad, para que puedan garantizar
el debate que sustenta las democracias. Quizás este artículo solo sea una
adhesión al manifiesto que presione a nuestro Gobierno, para que unido a otros
gobiernos democráticos europeos, latinoamericanos y de otros continentes,
construyan una alternativa pública a las redes sociales que nos han robado
estos oligarcas.
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