domingo, 26 de enero de 2025

POETAS QUE SALVAN VIDAS

POETAS QUE SALVAN VIDAS

ENRIQUE UBIETA GÓMEZ.

Un poeta de Fomento, en la provincia de Sancti Spíritus, soñó un proyecto de difusión de libros online, y creó una sala de lecturas digitales, y distribuye las solicitudes por Internet. Los lectores han crecido en el pueblo, aunque el alcance de sus entregas es mucho mayor. En Camajuaní, Villa Clara, otro poeta se empeña en leer libros en las escuelas o en la puerta de las casas y atraer lectores a la suya, donde se reeditan las tertulias decimonónicas. Ya sea con el uso de la tecnología moderna o a la vieja usanza, ambos Quijotes pelean contra la reducción cognitiva que provocan los mensajes de cuatro o cinco líneas, los reels, y otros flash cegadores que se suceden ininterrumpidamente en las redes “sociales”. Ni Cervantes ni Marx, ni José Martí ni Gabriela Mistral, por solo citar algunos nombres, caben en un mensaje de X, y no podemos prescindir de ellos, ni del legado literario y científico que la Humanidad atesora. No solo pelean contra el influjo reductor de las redes sociales, también contra los apagones que provoca el bloqueo estadounidense. Ellos tratan de generar y a la vez saciar otro tipo de hambre en los seres humanos: el de la espiritualidad, el de la verdad y la belleza.

En esos pueblos, la electricidad puede faltar durante ocho o diez horas al día. Pero la madre generosa de otro poeta, compañero de viaje, me ofrece en Vueltas un café hecho a fuego de leña que sabe a gloria, mientras Zizú, el sobrino apasionado, me explica la tesis de licenciatura que escribe sobre las aves de la zona, para proteger su ecosistema. Un país de poetas que no se encierran en torres de marfil, de estudiantes enamorados preocupados por incidir en su entorno, es invencible. En Camajuaní, una mypime que produce zapatos y botas de alta calidad, asociada al Fondo de Bienes Culturales, posee una planta de luz solar, y nunca detiene la producción. El dueño pertenece a la Banda Municipal, y así lo llaman y así se nombra la pequeña fábrica: “El músico”.

Mientras esto sucede, toma posesión de su cargo como Presidente de los Estados Unidos un delincuente convicto —según un tribunal de su país, no de Irán o de Cuba, supuestos enemigos— y su Secretario de Estado, hijo de emigrantes económicos cubanos que abandonaron la isla grande en 1956 (durante el gobierno de Fulgencio Batista), declara que Cuba, el país que toma de pedestal, aunque nunca haya pisado sus calles y campos y de cuyo martirio vive, no debe salir de la lista de países que el imperio —aupiciador del genocidio israelita en Gaza— define como terroristas, para que nadie pueda financiar o invertir en sus proyectos de desarrollo. “No tengo ninguna duda de que cumplen todos los requisitos para ser un estado patrocinador del terrorismo”, dice sin inmutarse, porque los requisitos de los que habla son sus intereses personales y añade, ante la sorpresiva decisión de Biden de excluir a Cuba de la espuria lista en los días finales de su mandato: “Y nada de lo que la administración Biden haya acordado en las últimas 12 o 18 horas vincula a la próxima administración, que comienza el lunes”. Así fue, y en su primer día de mandato Trump declaró, como cualquier capo de mafia, que recuperaría el canal de Panamá y revirtió la decisión de Biden sobre Cuba. Si esa decisión había reconocido lo que la comunidad de inteligencia estadounidense ratificaba, la de Trump evidencia que los intereses valdrán más en su gobierno que la verdad, las leyes y las normas internacionales. Si Biden se lavó las manos como Poncio Pilatos, después de haber mantenido intactas las sanciones de su antecesor y sucesor, ahora llegan los verdaderos gestores y beneficiarios del endurecimiento del bloqueo. Juegan con el pueblo, con el dolor del pueblo, con sus expectativas. Al imperialismo, advirtió el Che, “ni un tantico así”.

En las pequeñas poblaciones de Cuba la vida es más dura. Los salva la solidaridad, el ingenio popular para sortear escollos sin rendirse, para hacer volar los sueños como papalotes sin cordel, los valores de una cultura forjada en la resistencia. El espíritu burlón y creativo de Samuel Feijoo vive en los pueblos del centro de la Isla, e ilumina los instantes más oscuros. La frase de Fidel, “la cultura es lo primero que hay que salvar”, tan repetida, debe citarse en su contexto, porque la identidad que los cubanos defendemos parte de la cultura popular, pero incluye los valores que forjó el socialismo:

“(…) la gente aprendió a convivir con todos esos valores y yo lo he apreciado —decía Fidel en el en el V Congreso de la UNEAC, el 25 de noviembre de 1993—. Todas esas manifestaciones que veo, para mi son manifestaciones de lo profundamente arraigadas que están en nuestra sociedad y en nuestro país determinadas ideas, determinados valores, determinadas creencias que se han puesto aquí de manifiesto; pero lo menos que puedo sugerir aquí es que seamos capaces de mantener nuestro apego y nuestro amor por todos esos valores, en estos tiempos tan difíciles en que tantas cosas nos amenazan, en que tantos riesgos nos amenazan. Y la cultura es lo primero que hay que salvar”.

No se sostendrá sin sostenedores. No la heredarán nuestros hijos si no la conservamos, la reproducimos y la enriquecemos nosotros, aún en medio del asedio imperialista, de las carencias, de la resignación de algunos o el abandono de otros. Donde hay poetas que salen a buscar o a crear lectores, y cumplen la función primaria de acercar y deslumbrar a los necesitados —que es una manera de salvar vidas—, como el Pechero, diría mi nuevo amigo Zizú, estudiante de biología, esa ave endémica de Cuba que atrae con su canto a muchas otras especies; donde hay madres que sostienen con firmeza y ternura el entramado familiar, hay esperanza. Allí donde otros planifican la muerte, Cuba proyecta la vida.

 

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