DONALD 2.0 INAUGURA
LA ERA DE LA REVANCHA
A diferencia de hace ocho años, Trump tiene un plan perfectamente diseñado;
y lo más importante: una legión de seguidores, colaboradores y aduladores que
se arrancarían un brazo antes de no llevarlo a cabo
DIEGO E. BARROS CHICAGO ,
Donald Trump toma juramento como presidente de los Estados
Unidos en 2025. / The White House
Pocos minutos después de la una de la tarde, hora de Washington, bajo un sol radiante y un frío polar, el ya ex primer matrimonio de EEUU, el presidente Joe Biden y su mujer Jill, abandonaban el perímetro de la Casa Blanca en helicóptero. A las escaleras del mismo los habían acompañado el nuevo primer matrimonio, Donald Trump, ya presidente, y su esposa Melania, gélida y bella como el día, sin apenas esbozar una sonrisa y escondida su mirada durante toda la mañana bajo el ala de un sombrero estratégicamente elegido por quien se sabe, una vez más, foco de todas las miradas. Antes que Biden, habían abandonado Washington su hasta ayer vicepresidenta y malograda sucesora, Kamala Harris y su marido. Lamiéndose unas heridas por lo que pudo ser y no fue. Una muesca más de esa ley estadounidense: preferiremos antes a un presidente convicto que a una mujer. Van dos.
Tan
solo unas horas antes de dejar el cargo, el presidente Biden había emitido la
última serie de indultos presidenciales para proteger de manera preventiva
–signifique lo que signifique eso en una supuesta democracia– a una serie de
personas, algunos de ellas cargos públicos, a las que el presidente Trump había
amenazado. Entre los agraciados, estaba el exjefe del Estado Mayor Conjunto, el
general Mark Milley, y el Dr. Anthony Fauci, la cara visible de la lucha contra
el covid en EEUU. “Es innecesario, ya que no he cometido ningún delito”, dijo
Fauci), a los miembros y al personal del comité que investigó el intento de
golpe de Estado del 6 de enero de 2021, y a los agentes de la policía del
Capitolio y del área metropolitana de DC que testificaron ante ese comité.
También a varios miembros de su propia familia, como ya había hecho en la
víspera de Acción de Gracias con su hijo Hunter Biden.
Donald
J. Trump es ya el presidente número 47 de los Estados Unidos. Antes había sido
el número 45. Contra todo pronóstico, pero haciendo buenas todas las señales
que apuntaban a su vuelta, el magnate ha consumado su revancha. El mismo que
hace cuatro años se negaba a ceder el poder a quien de ayer mismo lo recibió,
quien se negó a participar de “lo simbólico” de la propia Inauguración de la
Presidencia de Joe Biden tras organizar y arengar desde los jardines del
Capitolio a sus masas en un akelarre golpista, tan solo unos días antes.
Aquí
estamos: una nueva América y puede que un nuevo mundo; con todos los puentes
que nos unían con aquel salido de la Segunda Guerra Mundial volados
Biden,
al que le llegó la presidencia demasiado tarde si es que alguna vez debió
llegarle, se marcha viendo cómo su legado ha sido demolido a golpe de decreto
en unas pocas horas. Quien entró con traje de Franklin Delano Roosevelt se ha
marchado con el rostro de Jimmy Carter. Sobre sus espaldas, dos guerras, una de
ellas convertida ya en vergonzoso genocidio, cuyo cese temporal se ha atribuido
el propio Trump. Pero nada de eso es comparable a haber sido responsable, él y
toda la élite neoliberal del Partido Demócrata (Obamaboys a la cabeza),
del regreso del fantasma de las legislaturas pasadas. Donald Trump, escribió en
2016 el columnista conservador de The New York Times David Brooks, “es
la respuesta equivocada a la pregunta correcta”. Lástima que sea precisamente
la llamada socialdemocracia mundial la que insista, una y otra vez, en no
atreverse a dar la respuesta correcta aun sabedora de la misma. Y así se ha ido
dejando el campo abierto a la multiplicación, allende los mares, de otros
muchos Trump.
Pero
aquí estamos: una nueva América y puede que un nuevo mundo; al borde de lo
desconocido y con todos los puentes que nos unían con aquel salido de la
Segunda Guerra Mundial volados.
En
un escenario montado para la ocasión en la Rotonda del Capitolio, el salón
central del edificio, Donald J. Trump juró de nuevo su cargo ante apenas 600
invitados para posteriormente ofrecer su discurso de inauguración. Corto, más
de lo esperado, y comparado con el de 2016, relativamente comedido, aunque
jalonado del condimento estrella: “El declive de América ha terminado”. Y en la
mente de los propios, claro, pero también de muchos ajenos que han corrido
estos días a congraciarse con el nuevo líder, pareció borrarse lo sucedido hace
tan solo ocho años. Un Trump que entonces no se esperaba la victoria anunció en
2016 “el fin de la masacre americana”. En realidad se trataba, ayer como hoy,
de otro de sus abusos retóricos que tanto medios de comunicación como buena
parte de la clase política neoliberal a derecha y a izquierda se han ocupado de
normalizar durante ocho años hasta el punto de convertir lo anormal –y todo lo es,
en EEUU pero también en buena parte de las derechas europeas–, en “revolución
del sentido común”, en una América donde ya “solo brillará el sol”.
Después
de escuchar lo de ayer, muy mal se tienen que poner las cosas para que los
estadounidenses no ingresemos nuestro primer millón a finales de este mismo
mes. Justo después de que el precio de la docena de huevos vuelva a situarse
por debajo de los dos dólares; cifra en la que pronto volverá a estar el galón
de gasolina.
O
no. Ya nada es lo que parece ni mucho menos lo que era como para ponerse a
discernir sobre el verdadero significado de los significantes.
Trump
anunció en su primera alocución una “marea de cambio” a partir de una
demolición descontrolada de la era Biden. “La edad de oro de Estados Unidos
comienza ahora mismo”, afirmó el mandatario fusionando Doctrina Monroe y
Destino Manifiesto para colocar en Marte los límites de la nueva frontera.
Presente entre el público, Elon Musk, dueño de X, muñidor de la vuelta
de Trump, amén de soporte de buena parte de la ultraderecha internacional a
golpe de tuit y talonario, entró en delirio. No se le pasó hasta horas después
ante una masa enfervorecida de 20.000 seguidores MAGA congregados en el estadio
Capital One de DC. Allí profirió, no uno sino dos saludos romanos –nazis,
claro–, simplemente para expresarles su agradecimiento.
El
hombre más rico del mundo que ha convertido la red social más popular para el
debate político en un paraíso nazi, que está apoyado a neonazis en media
Europa, que se ha pasado los últimos meses repitiendo argumentarios y teorías
nazis, ha acabado haciendo el saludo nazi para sorpresa de nadie y regocijo de
sus fans. Ahora lo nazi es simplemente una forma de simpático canallismo.
Conviene no sacar conclusiones anticipadas, dicen.
Fue
el show de Musk la guinda del pastel a un espectáculo televisivo sin
parangón. Porque si espectaculares son todas las inauguraciones presidenciales
estadounidenses en uno de los pocos países capaces de convertir lo simbólico en
ceremonial y lo ceremonial en arte (solo Reino Unido, Francia y el Vaticano
están a la altura), la segunda inauguración de Trump se extendió durante horas
en las pantallas estadounidenses. Allí, un telepredicador, un showman,
un maestro de ceremonias, un prestidigitador de la mentira, y también un
presidente se gustaba y gustaba a los suyos sin necesidad de sacarse un solo
conejo de una chistera que, por anunciada, ya no sorprendía a nadie.
En
resumen: el nuevo presidente confirmó que declarará una “emergencia nacional en
la frontera”, lo que permitirá el despliegue de tropas para frenar la
inmigración. También anunció la aprobación de una ley que designe a los
cárteles del narco como “terroristas”, lo que no hace más que alimentar los
rumores de incursiones armadas estadounidenses en territorio mexicano. Una vez
más, el vecino del sur es objeto de sus provocaciones y por ello emitió un
decreto por el que el Golfo de México se llamará a partir de ahora “Golfo de
América” (el país así apellidado, no el continente). Hillary Clinton, entre los
invitados, y a poca distancia detrás de Kamala Harris, no pudo evitar que se le
escapara una carcajada, mientras el marido de la ya exvicepresidenta hacía
muecas de incredulidad. Acabó Trump por inaugurar una nueva era imperial
estadounidense al anunciar la recuperación del Canal de Panamá. “China está
operando el Canal de Panamá. Y nosotros no se lo dimos a China. Se lo dimos a
Panamá, y lo vamos a recuperar”, dijo, sin especificar cómo: si recurriendo al
histórico manual de EEUU con un país de su invención (hasta en 14 ocasiones
EEUU ha invadido el istmo caribeño, la más seria en 1989), o por la vía de la
diplomacia comercial.
EEUU
produce ya más crudo del que es capaz de consumir, lo que no ha servido para
bajar los precios en los surtidores
Anunció
también una “emergencia energética nacional”, para impulsar la producción de
hidrocarburos finiquitando la apuesta por las energías verdes de la
Administración Biden: “Perfora, baby, perfora”, repitió. Estados Unidos,
autosuficiente energéticamente, ha batido récords de producción de petróleo con
Biden. De hecho, EEUU produce ya más crudo del que es capaz de consumir, lo que
no ha servido para bajar los precios en los surtidores.
Antes
de darse el baño de multitudes en el recinto del Capital One, su verdadera
inauguración, Trump se dio el gusto de hablar una vez más ante sus invitados en
el Capitolio. Junto a Biden, todos los expresidentes vivos –Bill Clinton,
George W. Bush y Barack Obama–, los líderes del Congreso, sus principales
aliados políticos y, por supuesto, sus grandes donantes: Elon Musk, Mark
Zuckerberg y Jeff Bezos. También otros magnates tecnológicos, señores de este
nuevo feudalismo tecnológico que han rendido pleitesía a su líder. Por primera
vez unos pocos líderes extranjeros, estrellas también de esta nueva
ultraderecha canallita, como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y
los presidentes de Argentina, Javier Milei, y de El Salvador, Nayib Bukele. Se
ausentó el húngaro Viktor Orbán.
No
apareció, pese a lo anunciado a bombo y platillo, Santiago Abascal, líder de
Vox. Puede que fuera porque hacía falta madrugar, pero la cabeza de la
ultraderecha española tuvo que contentarse con ver la toma de posesión del
referente como la inmensa mayoría de los mortales: por la tele. Ni siquiera
llegó a poner los pies en el Capitolio. Para ese viaje no hacían falta estas
alforjas, la verdad. Desde Washington, en la sede de uno de esos think tanks
de ultras, se dedicó a enviar un par de declaraciones manufacturadas por su
cuenta de X.
Ante
sus invitados más allegados y la prensa, Donald Trump no desperdició la ocasión
para volver a improvisar otro discurso con su habitual ausencia de orden ni
concierto. Eso sí, volvió a reiterar que las elecciones de 2020 “estaban
completamente amañadas” y que él es “el presidente más votado de la historia”.
Obviamente ni lo uno ni lo otro es cierto, pero qué más da ya todo.
Por
la tarde, el mandatario desplegó el espectáculo final: instalado en un
escritorio en el escenario del Capital One Arena, el estadio cubierto desde el
que sus fieles siguieron su toma de posesión matinal, se puso a firmar sus
primeros decretos. Para entonces la multitud llevaba horas esperándole,
enardecida por actuaciones musicales de lo más variopinto, y los dos saludos
nazis de Musk, entre otras cosas. Cuando el mandatario hizo su aparición fue
recibido con gritos de “U-S-A”. También con el ya icónico “¡lucha, lucha,
lucha!”, palabras que pronunció el propio Trump tras el intento de asesinato el
pasado julio que acabó por catapultar su carrera presidencial.
Por
la tarde, el mandatario desplegó el espectáculo final: instalado en un
escritorio en el estadio Capital One Arena, se puso a firmar sus primeros
decretos
Si
Adolf Hitler tuvo un Nuremberg 1934, a Trump le faltó una Leni Riefenstahl. Por
lo demás, contó con esas 20.000 gargantas enfervorecidas. Desde la tribuna,
rodeado por miembros de su familia y de su equipo, presenció también un desfile
de tropas de casi una hora, encabezado por el casco y el uniforme del bombero
que murió aquel día del atentado. En todo movimiento autoritario hay un mártir.
Tras un discurso en el que volvió a presumir (llegó incluso a vestirse de
elegido por Dios) se sentó en un trono rojo donde había un montón de carpetas
apiladas y comenzó a firmar decretos. Por menos de esto al venezolano Hugo
Chávez lo llamaron autoritario, mientras que la fotografía de Nicolás Maduro
ilustra ya la definición del concepto dictador.
Y
más espectáculo interactivo ya que el presidente comentaba a la par que firmaba
tumbando políticas, deshaciendo consensos. El primero, la derogación de 78
órdenes ejecutivas de Joe Biden. Pum, de un plumazo. Le siguió la congelación
regulatoria para todas las agencias federales. En tercer lugar congeló las
contrataciones de funcionarios y en cuarto, suprimió el teletrabajo para los
funcionarios que todavía conservan su puesto. En su quinto decreto pidió a las
agencias del Gobierno trabajar para combatir la inflación, sea lo que sea lo
que eso signifique. Continuó con la retirada de EEUU del Acuerdo de París y
otro decreto para, aparentemente, restaurar una libertad de expresión que nadie
en EEUU sabía que había sido suprimida. Y así un largo etcétera entre los
aplausos de sus MAGA. El más esperado fue el que perdonaba a los más de 1.500
condenados por el asalto del Capitolio de hace cuatro años. Casi se cae el
estadio.
Cuando
se cansó, Trump, que para eso es presidente plenipotenciario, volvió a la Casa
Blanca a firmar más decretos. En uno retiró a Estados Unidos de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) y en otro del acuerdo de la OCDE para establecer un
impuesto mínimo del 15% a las multinacionales. También, por supuesto, uno que
llevaba el título de “Defensa de las mujeres frente al extremismo ideológico de
género y restauración de la verdad biológica en el gobierno federal”. En EEUU
“solo hay dos géneros, masculino y femenino”, había dicho por la mañana, lo que
hizo que me acordara de la primera persona con la que compartí piso en EEUU, un
cristiano copto de Egipto, extremadamente amable y educado, que me insistía en
que en su país no existía la homosexualidad, que era una cosa de los países
occidentales.
Por
supuesto, decretos apuntalando las fronteras y cerrando las puertas a la
emigración. En otro decreto, Trump puso fin a la ciudadanía por derecho de
nacimiento para los niños nacidos en Estados Unidos de padres sin estatus
legal. Esta orden, que sin duda será impugnada en los tribunales, contraviene
la 14ª Enmienda constitucional y en sí misma puede suponer el fin de algo tan
americano como la mismísima bandera. Es precisamente en materia migratoria
donde se esperan las primeras acciones del nuevo ejecutivo desde que el viernes
varios medios de comunicación anunciaran que hoy mismo se efectuarían redadas
antiinmigrantes en las principales ciudades del país comenzando por Chicago,
urbe santuario desde los años ochenta, y uno de los objetivos de los ataques
más encarnizados del presidente. Fue en la ciudad del viento, la tercera del
país, la única en la que Trump tuvo que suspender un mitin de campaña ante las
protestas. Una afrenta que nunca jamás ha perdonado.
A
diferencia de hace ocho años, este Trump 2.0 tiene un plan perfectamente
diseñado; y lo más importante: una legión de seguidores, colaboradores, y
aduladores que se arrancarían un brazo antes de no llevarlo a cabo. El plan
está perfilado en las páginas del famoso Project 2025 (28 de sus 28 autores
tienen ya asignado un rol en la nueva administración), y del America First
Transition Project. Ambos documentos contienen más de un millar de iniciativas
listas para ser implementadas por un presidente que, al menos durante los
próximos 18 meses, carece de contrapesos (supermayoría en el Tribunal Supremo y
en ambas cámaras). Russ Vought, cerebro del Project 2025, y que volverá a ser
director de la Oficina de Gestión y Presupuestos, es uno de los ideólogos de la
“teoría ejecutiva unitaria”, que no busca otra cosa que dotar al presidente de
un poder omnímodo vía la eliminación de cualquier procedimiento o traba
burocrática. En el fondo, tal y como ha advertido Kevin Roberts, presidente de
la ultraconservadora Heritage Foundation, estamos a las puertas de una “Segunda
Revolución Americana”. Está por ver si esta, como la primera, será sangrienta.
Y
lo peor: a diferencia de hace ocho años, cuando casi todos se debatían entre la
vergüenza, el horror y el desprecio, hoy ya hay todo un mundo que se debate
entre el aplauso, el silencio y, puede que peor, la indiferencia.
Como
presidenta del Comité Bipartidista y Bicameral Conjunto del Congreso para las
Ceremonias Inaugurales, la senadora demócrata Amy Klobuchar (Minnesota) fue la
encargada ayer de ejercer como maestra de ceremonias de la 60ª Inauguración
Presidencial. Durante su alocución, precisamente el día en el que EEUU
conmemora a Martin Luther King, Klobuchar recordó a los presentes en la Rotonda
del Capitolio: “El experimento estadounidense basado en el Estado de derecho ha
perdurado”. Por un momento todos casi pudimos olvidar que estábamos asistiendo
a la coronación de Donald Trump: el primer presidente estadounidense condenado
como autor de 34 delitos de falsificación de facturas, cheques y registros
contables para ocultar los pagos de 130.000 dólares a una actriz porno a cambio
de su silencio durante las presidenciales de 2016.
Una
vez más, el pensamiento mágico estadounidense en todo su esplendor.
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