INSIGNIFICANTES PERIODISTAS
El periodismo que no se vende — Luiso García
Yo no sé si el periodismo ha caído tan bajo como para que ni los jueces nos crean, o si la judicatura ha caído tan bajo como para despreciar el derecho ciudadano a la información
La insignificancia del periodismo ha llegado a tal grado que los jueces nos llaman a testificar y las evidencias que contamos son ignoradas. Es lo que acaba de hacer el juez Hurtado con los compañeros de eldiario.es y El País sobre la filtración de un correo del novio de Isabel Díaz Ayuso en el que reconocía la comisión de varios delitos y solicitaba un acuerdo para evitar la cárcel. Cómo sabéis, el juez Hurtado ha imputado al fiscal general del Estado por filtrar, presuntamente, un documento auto inculpatorio del churri de Ayuso al que tuvieron acceso decenas de personas. Varios periodistas han declarado que obtuvieron el mail de Alberto Love Amador por otras fuentes y antes que el fiscal. Unas afirmaciones que cerrarían el proceso cual portazo de la caja de Pandora en caso normal. Pero el juez Hurtado no es normal, como tantos jueces, y hace más caso a los delirios de un tiktoker que a la declaración de dos buenos periodistas obligados, como testigos, a decir la verdad. Yo no sé si el periodismo ha caído tan bajo como para que ni los jueces nos crean, o si la judicatura ha caído tan bajo como para despreciar el derecho ciudadano a la información. Me inclino por lo segundo, pero solo en privado.
Periodistas
y jueces nos estamos convirtiendo en más protagonistas de la información que la
gente a la que juzgamos o sobre la que informamos. Que sois vosotros. La
reciente y victoriosa campaña de Donald Trump por la presidencia de EEUU tuvo
un eje central: decirle al pueblo que el periodista es el enemigo.
El otro
día, el negro de Vox, Bertrand Ndongo, acosaba a la periodista Ana Pardo de
Vera. A quién se le ocurre retar así a mi aristoquinqui. Pardo le robó
quinquimente el micrófono a Ndongo y, ya en modo aristócrata, lo arrojó bien
lejos. Como quien le lanza un palo a un perro. No le dio dos bofetadas porque
ese día no llevaba guantes, según me cuentan fuentes solventes. Pocas horas
después, Vito Quiles intentaba meterle un micrófono en la boca al también
periodista Antonio Maestre, que repitió el lanzamiento de micro de Pardo de
Vera pero con menos estilo, como suele ser habitual en él.
El acoso y
asesinato de periodistas es deporte muy practicado desde el principio de los
tiempos. Pero en los países llamados civilizados se hacía de forma disimulada.
Ahora Vox acaba de publicitar un llamamiento para que sus huestes arranquen
micrófonos a periodistas de La Ser, La Sexta y Canal Red. Los dos primeros
medios están escandalizados (Red es tan joven que aún no tiene edad ni para
escandalizarse). No entienden que los persiga un partido filonazi al que
alimentaron. Al que llevaron a sus tertulias y a su día a día como nazismo
normalizable, besable, amable, como en la Canción del elegido.
He
escuchado desde hace mil años, que es más o menos mi edad, a modernos
periodistas preguntarle a gente del PCE y luego IU y después a Podemos qué
piensan de Stalin y sus purgas. Jamás habréis visto a un periodista de las
grandes mercadonas de la información preguntarle a Manuel Fraga, Santiago
Abascal, Ortega Smith o Espinosa de los Monteros qué piensan de Adolf Hitler.
La mercainformación, por ignotas razones, considera que el periodista no debe
incomodar al entrevistado cuando es fascista. Da más morbo y menos miedo
preguntarle a Irene Montero de dónde ha sacado la pasta para comprarse una
casita en las afueras de Madrid, siendo ella una simple ministra y su Amador un
vulgar vicepresidente del gobierno. A ver de dónde han sacado estos
perroflautas dinero para comprarse una simple casa. Esa pregunta sí la hicieron
estos periodistas progres hoy dolidos porque los persiguen sus
propios fachas. Es un descojone descomunal.
Ahora grandes medios se ven
amenazados directamente, sin distinción de sexo, por los nazis a los que dieron
tanta voz antifeminista
Aunque Pao
Aragón intenta sin mucho éxito arrancarme mis instintos heteropatriarcales y
machirulos de señor mayor, a veces no pienso. Y ayer me sentí un poco
avergonzado. Este acoso que hoy denuncian los grandes medios llevan
sufriéndolo, desde que informaron sobre la extinción de los dinosaurios, las
mujeres periodistas. Recuerdo a José María Aznar quitándole el bolígrafo a una
reportera y metérselo en el escote. Imaginad a Pedro Sánchez arrebatándole el
lápiz a Antonio García Ferreras y colándoselo en la bragueta. La persecución al
periodista también tiene sexo.
Y (ya os
vengo diciendo desde siempre que soy muy poco listo) hasta ayer no me di del
todo cuenta de que el acoso al periodista también tiene sexo. Y sentí una
vergüenza machirula muy grande. Bromeé con mi compañera Sarah Santaolalla,
sabiendo que es una tipa dura, sobre la campaña de acoso fascista que lleva
sufriendo desde hace tiempo. Ella no se lo tomó a broma.
Todos
estamos hartos de ver divertidos vídeos en que periodistas (con a: mujeres) son
interrumpidas por hombres haciendo gracietas sexuales ante la cámara,
imposibilitando su trabajo. A nadie le escandalizaba. Es una broma. Ahora
grandes medios se ven amenazados directamente, sin distinción de sexo, por los
nazis a los que dieron tanta voz antifeminista. Y solo hoy se escandalizan.
Dice Sarah Santaolalla que ella contesta a las amenazas en lugar de encerrarse
en casa y llorar. Y yo le pregunto si ha llorado. Me dice que no y yo creo que
miente.
-Dolor, sí.
Pero no lágrimas. Nunca daré esa satisfacción.
Que apunten
la cita esos periódicos que hoy tanto lloran porque Vox haya ordenado a sus
huestes arrebatarles los micrófonos. Ellos han fomentado el dolor y la
desinformación publicitando el fascismo, así que no vengan ahora regándonos con
sus progresistas lágrimas de acosados. El silencio, en periodismo, es el puñal
que hace más daño. Es tiempo de hacer ruido, de defenderse con dolor, pero sin
lágrimas. En plan Sarah, o sea.
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