sábado, 18 de enero de 2025

ORDEÑANDO NUBES POR ENOA

ORDEÑANDO NUBES POR ENOA

QUICOPURRIÑOS

 

(En las montañas de Canarias, hay un misterio que sólo algunos conocen: el mar de nubes y cómo obtener agua de la niebla. Esta es la historia de cómo unos niños descubrieron este secreto)

Se llamaban y se llaman, Claudia, Álvaro y Guillermo. Sus padres, Elena y Adolfo,  eran  agricultores y amaban su tierra y a sus cultivos, pero estaban tristes, pues cada día  les costaba más mantenerlos vivos , porque el agua era cada vez más escasa. más difícil de conseguir. El cambio climático había traído consigo una sequía implacable, que hacía que las lluvias fueran cada vez  menos frecuentes, que las temperaturas subieran sin cesar y que el agua se evaporara rápidamente. El suelo se había vuelto árido, salino e infértil,  la vegetación se había marchitado y las charcas, estanques, pozos y galería se habían ido secando. Ya casi no quedaban ranas y el sapo de la noche, el sapo cancionero,  estaba más triste que nunca pues no sabía a quién entonar sus melodías y vagaba sin rumbo,  grotesco y trovero y sin ánimo de cantar  su amor por La Luna-

. Un día, mientras los hermanitos caminaban por las montañas de Anaga, se fijaron en cómo las nieblas, arrastradas por los Alisios, abrazaban los árboles con su manto húmedo y los cubrían de pequeñas gotas de agua. Se acercaron a sus ramas y observaron cómo el agua resbalaba por sus hojas y caía al suelo, formando un pequeño charco. Se agacharon y tocaron el agua con sus dedos. Estaba fría y limpia. Se llevaron el agua a la boca y la probaron. Estaba dulce y fresca, tanto que se quedaron boquiabiertos ante aquella sorpresa.

Se preguntaron entonces cómo podrían imitar lo que estaban viendo, lo que hacía la naturaleza y se les ocurrió una idea. Pensaron  que si ponían un obstáculo a las nieblas, podría hacer que las gotas de agua se condensaran y cayeran al suelo. Así que se fueron a su casa, en Enoa, y con unos palos, unas cuerdas y unas telas viejas, construyeron unos “cachivaches” que parecían unas cometas gigantes. Las colocaron en lugares adecuados, donde las nieblas eran más frecuentes y densas. Los “cacharros” tenían unas telas que atrapaban las gotas de agua de la niebla y las hacían caer por su propio peso ( por gravedad) a unos baldes. Los baldes estaban conectados por mangueras a unos bidones, donde podían recoger el agua. Habían empezado a ordeñar las nubes y contentos corrieron a compartir su alegría con sus padres que no podían creer lo que sus hijos acababan de hacer, lo que les acababan de contar.

Al principio no estaban muy  seguros de si el invento funcionaría, pero pronto se sorprendieron al ver que los bidones se llenaban de agua día tras día.  Y comprobaron que el agua era pura, transparente y sin sabor, igual que la que habían probado en el árbol  y corrieron acompañados de sus padres  a decírselo a sus abuelos Paco y Nieves, que felices, comenzaron también a usar el agua de niebla para beber, cocinar, lavar, regar sus cultivos y dar de beber a sus animales. El agua hizo que los días recuperaran el brillo, la luz, que ya no fueran grises, ni tristes. Les permitió reforestar su entorno y frenar la desertificación. Pero sobretodo, les ayudó a recuperar la sonrisa y  la alegría.

Y entonces, después de mucho tiempo, volvieron a verse ranas croando en el estanque , en los charcos, pozos y atarjeas  y, a partir de ese día, Claudia, Álvaro y Guillermo pudieron escuchar,  cada tarde, al caer el Sol, al sapo de la noche, entonar  sus melodías de amor por La Luna.-

 

Para Claudia, Álvaro y Guillermo, porque ya son tres.-

 

                                       Santa Cruz a 18 de enero de 2025.-

quicopurriños

 

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