DESAHUCIO ES MÁS QUE UNA PALABRA
POR DAVID
TORRES
Imagen de X@InquilinatoMad (Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid)
Han desahuciado a un hombre. Han bajado las pensiones. Han dejado sin efecto las ayudas a los afectados por la DANA de Valencia. Leídas así, de carrerilla, sobre la prosa aséptica de los periódicos o dichas como recitativos por uno de esos locutores que equivocaron la carrera de cantante de ópera, estas noticias no significan nada. Por lo general, las palabras por sí solas casi nunca significan nada; por eso hay que acompañarlas de hechos o de imágenes; por eso es realmente tan difícil escribir un poema, un cuento, una novela, un reportaje. Uno de los primeros consejos que doy a mis alumnos en un taller de escritura es que desconfíen de las abstracciones, de las reflexiones y de los grandes conceptos, que desciendan a ras de tierra, que sacudan al lector mediante sensaciones, visiones, experiencias de primera mano, términos de andar por casa. Lo único real son los detalles.
Han
desahuciado a un hombre. Lo han echado a la calle porque dejó de pagar 45
euros. No me pregunten de qué va la movida, cómo funciona la justicia de un
país que permite una atrocidad semejante por un puñado de monedas, una deuda de
chiste que yo mismo habría prestado sin demasiado esfuerzo, no digamos ya el
montón de vecinos y activistas que por tres veces intentaron detener esta
ignominia. No me refiero a esa clase de detalles, las cifras, la economía, la
turbia mecánica de las transacciones bancarias y el dorado resplandor del
dinero. Hablo más bien de Mariano Soler, de un hombre con la salud agujereada,
la tensión alta y problemas cardíacos, que llevaba más de medio siglo viviendo
en un piso de renta antigua y que tiene que dormir enchufado a una máquina de
oxígeno. Hablo de los cinco furgones policiales, el medio centenar de
antidisturbios y las dos dotaciones de bomberos que llegaron ayer jueves a la
calle Magret del Mar 8, en Vallecas, para desalojar a los activistas y vecinos
que ayudaban a Mariano y ejecutar el desahucio.
Ejecutar
es un término involuntariamente apropiado para esta clase de atropellos
procesales, estas barbaries jurídicas que los magistrados firman sin que les
tiemble un pelo y que los policías llevan a cabo porque ellos, ya se sabe, sólo
obedecen órdenes. No van a inventarle una doctrina Botín a un tipo que no tiene
donde caerse muerto. Incluso los periodistas que mencionan el caso, salvo unas
pocas excepciones, pasan de puntillas sobre los pormenores -la enfermedad, el
abuso, el ridículo, la flagrante injusticia- y desembocan rápidamente en el
último partido de Champions, el problema de los okupas o la próxima ceremonia
de los Oscar. Mariano, por desgracia para él, no juega al fútbol, y su
desahucio en directo no es uno de esos melodramas tontos con final feliz made
in Hollywood, sino una desgracia cruda y repugnante con un montón de sicarios
de uniforme a la orden de una estirpe de aristócratas.
Porque
hay que mencionar al otro extremo del desahucio para poner las cosas en
perspectiva y explicar la agilidad de una justicia que habitualmente tarda
varios años en vestirse la toga. Los Elzauburu son lo que se conoce como gente
bien, una familia de señoritos poseedora de al menos trece viviendas, varios
hoteles, el club Puerta de Hierro y cuatro cotos de caza. Si será imponente el
apellido que, a la boda de la actual propietaria del inmueble, Carmen
Elzauburu, acudió de invitado nada menos que Francisco Franco. Mucho hablar de
los Oscar, sí, pero aquí hay montada una película de Berlanga sin risas y sin
coñas, una de esas tragedias neorrealistas en las que un vagabundo recoge
colillas de la calle y debe ponerse a torear con el Bombero Torero, o en la que
unos ricachones muy cristianos invitan a un pobre a su mesa en Nochebuena para
echarlo por Navidad al frío de la puta calle. Qué triste es descubrir que, en
España, tercer milenio, año 2025, gobierno socialista, aún vivimos en plena
posguerra. El frío, por cierto, sólo es otra palabra.
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