MEJIDE ACOJONADO
PO JUAN TORTOSA
Risto
le debe su carrera al desprejuicio con el que practica la insolencia, a la
grosería y habilidad para el desprecio, a su capacidad para ensañarse con
jóvenes concursantes en concursos televisivos. Punto. Por eso me produjo cierta
ternura verlo descompuesto el otro día cuando la eurodiputada Irene Montero
denunciaba, en el programa que el reputado publicista presenta ahora en Cuatro,
el peligro de dar voz a neonazis desokupas en los medios de comunicación
contribuyendo así al blanqueo de actividades delictivas.
Desencajado, Mejide recurrió a sus peores artes cuando se vio desbordado por los argumentos de una representante pública que no se arruga a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Montero había sido invitada para valorar la querella contra ella de un fascista de Desokupa quien, tras amenazar con que iría a montar el pollo a la presentación de su libro, finalmente no acudió. El problema no son los neonazis que amenazan y se lucran con el odio, vino a decir, sino quienes como Ana Rosa Quintana, dueña de más de cuarenta pisos, les facilitan difundir sus mensajes, blanquean la violencia que ejercen echando a gente de sus casas, los legitiman y contribuyen a envalentonarlos.
Ahí
fue cuando al tal Mejide le salió el pendenciero que lleva dentro: que si la ex
ministra estaba aprovechando para soltar un mitin, que si se empeñaba en
convertir la entrevista en un lodazal, que si este programa no es tu ariete
personal, que si no estoy dispuesto a permitir… Como Irene no se amedrentaba y
continuaba respondiéndole con educación pero con firmeza, Mejide acabó
recurriendo al tono paternalista y condescendiente: “¿Has dicho ya todo lo que
tenías que decir, Irene?”, le soltó con la impune agresividad que le hizo
famoso como jurado televisivo.
Tan
esperpéntico episodio me lleva a plantear aquí algunas cuestiones: ¿Habría
actuado Risto del mismo modo si, en lugar de haber sido Ana Rosa Quintana la
presentadora aludida por Montero, la persona citada hubiera pertenecido a otra
cadena televisiva que no fuera Mediaset? ¿Le tiene miedo a Ana Rosa, se lo tuvo
quizás a los dueños de Telecinco, temió por el futuro de su programa si no
saltaba a la yugular de la entrevistada, habilidad que, por cierto, este
profesional de la intimidación tiene sobradamente demostrada?
¿Cómo
es posible que un señor a quien no ha elegido nadie trate con esa falta de
consideración a una representante pública? ¿por qué parece comúnmente admitido
que sea tabú nombrar a según qué personas sin perífrasis ni sobreentendidos,
dar a conocer a la ciudadanía sus actividades para que ciertas cosas se
entiendan mejor? ¿Por qué hablar con claridad hay a quien le parece una osadía?
Cuando
se recurre al amilanamiento como hizo Risto durante su entrevista a Irene
Montero, por lo general suele ser por miedo a las consecuencias que podrías sufrir
si deja hablar libremente y no interrumpes. Las artes que empleó para ello
fueron una falta de respeto de libro a una eurodiputada. ¿Alguien se imagina a
Risto Mejide ante Feijóo espetándole “Alberto, no te voy a permitir…” por
muchas barbaridades y mentiras que el todavía líder del PP pudiera llegar a
decir? ¿Se habría atrevido a hacer algo parecido con Abascal, Aznar o Aitor
Esteban por ejemplo? Porque claro, que Irene sea mujer seguro que no tuvo nada
que ver. Lo habría hecho igual con Cayetana, Ayuso o Gamarra, ¿verdad, Risto?
¿Se habría puesto tan chulo en estos casos como lo hizo cuando le dijo
textualmente a su invitada “Admito que no te guste como soy, pero no pienso
cambiar porque me digas que no te gusta”?
Si
algo deja claro el episodio Montero-Mejide es la necesidad de que las denuncias
públicas sobre quienes en última instancia mueven los hilos de la crispación
necesitan muchas más ventanas para que las verdades desnudas lleguen frescas al
común de los mortales y estos cuenten con suficientes datos para reflexionar y
elaborar criterio propio.
Como
ocurre cada vez que hablan en defensa de los más débiles y señalan el origen de
los problemas de desigualdad en este país, hay que agradecer a representantes
públicos como Irene Montero que no se cansen de poner el cuerpo para defender
sus ideas y difundirlas. La desinformación no puede ganar la batalla, por eso
es imprescindible que los medios dejen de estar solo en manos de profesionales
de la mordaza o de sicarios asustados por las posibles consecuencias si dejan
hablar libremente a quienes entrevistan.
El
pobre Risto Mejide pasará, incluso Ana Rosa pasará, pero las ideas que defiende
Irene Montero contra viento y marea seguirán vivas y con gentes dispuestas a
defenderlas. Por eso el sistema se resiste e interviene sin disimulo a través
de sus terminales mediáticas, con marionetas a su servicio como el
desprejuiciado publicista metido ahora a presentador de programas televisivos,
que por una vez no ha sabido disimular cuando le ha entrado el canguelo.
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