EL CAPITALISMO SE ECHA A DORMIR
El cambio de ciclo político,
consagrado con la segunda victoria de Trump, ha demostrado que las empresas se
limitaban a responder a determinados estímulos. Ahora responden a otros. El
caso más sonado ha sido el de Meta
Mark Zuckerberg
practicando artes marciales. / Instagram (@zuck)
En
medio del ruido informativo que nos persigue, nos empuja y nos intenta agarrar,
hay argumentos cuya falsedad se demuestra sola. Basta con esperar el tiempo
suficiente. Ni siquiera suele ser mucho.
¿Alguien
recuerda toda la saliva, tinta y electricidad que se malgastó en argumentar que
Israel no podía haber sido responsable del lanzamiento de un misil a un
hospital en Gaza en octubre de 2023? Bueno, solo ha pasado un año y medio desde
entonces.
Algo
así ha sucedido con la idea de que la promoción del ecologismo, el feminismo,
el antirracismo o los derechos LGTBIQ+ formaba parte de un plan procedente de
las élites económicas para debilitar la civilización occidental o confundir a
la clase obrera, según el tono parduzco de quien lo dijera.
El cambio de ciclo político, consagrado con la segunda victoria electoral de Donald Trump, ha demostrado que las empresas se limitaban a responder, dentro de sus márgenes y muchas veces con trampas, a determinados estímulos por parte de las instituciones y el público consumidor. Ahora responden a otros.
Las
empresas se limitaban a responder a determinados estímulos por parte de las
instituciones y el público
El
caso más sonado ha sido el de Meta. La empresa de Mark Zuckerberg, propietaria
de Facebook, Instagram y WhatsApp, ha anunciado cambios en su política de
moderación. Entre otras cosas, elimina el fact checking en sus
plataformas, por ahora en Estados Unidos, al considerarlo “inútil” y
políticamente sesgado. Sus nuevas normas comunitarias permiten llamar enfermas
mentales a las personas LGTBIQ+. Se trata de una excepción expresa, es decir,
no es que ahora se permita llamar enfermo mental a cualquiera, es que no se
permite salvo que te refieras a las personas LGTBIQ+, “dado el discurso político y
religioso sobre transexualidad y homosexualidad”.
Zuckerberg
ha aparecido en el podcast de Joe Rogan defendiendo la necesidad de más
“energía masculina” en las empresas. Ha incluido en la junta directiva de Meta
a Dana White, el dueño de la UFC (donde pelea Topuria), cercano a Trump. Existe
un vídeo de White agrediendo a bofetadas a su esposa, Anne White, en público.
En
lo personal, Zuckerberg se ha puesto fuerte, ha empezado a practicar artes
marciales y le ha dado por el Imperio romano. En lo económico, se comenta que no
le viene mal la ayuda de la Administración Trump
contra las investigaciones por monopolio en Estados Unidos, la regulación
europea y la competencia china. Cada cual puede fijarse en la faceta que más le
interese, pero el caso es que, por muy poderoso que sea el individuo Zuckerberg
(el tercero más rico del mundo), esto forma parte de una tendencia, al menos,
en Estados Unidos.
Meta
ha anunciado el fin de sus programas de diversidad, inclusión y equidad para su
fuerza laboral, pero también han hecho anuncios similares empresas con una
cantidad de personas empleadas mucho mayor, como Amazon, Walmart o McDonald’s.
La
prensa económica lleva un par de años dándole vueltas a si hemos alcanzado el peak
woke, el techo de la conciencia social, por así decirlo. Un artículo
reciente de The Economist argumentaba que esto había sucedido en Estados
Unidos entre 2021 y 2022 y lo acompañaba de cifras como un descenso del uso de
palabras como “privilegio blanco” en el New York Times; del porcentaje
de la población que piensa que las diferencias raciales se deben a la
discriminación, o de las menciones a la diversidad, equidad e inclusión en las
ofertas de trabajo. Cabe destacar que todas estas posturas woke habían
crecido exponencialmente desde 2015, debido en gran parte, según la propia
revista, a los movimientos Me Too y Black Lives Matter y siguen
siendo mucho más populares que hace diez años. Además, estas posturas están
mucho más presentes en la gente joven.
La
prensa económica lleva un par de años dándole vueltas a si hemos alcanzado
el peak woke
Si
hemos alcanzado algún tope en lo woke, el activismo de la extrema
derecha ha tenido algo que ver en ello. Desde denuncias en los tribunales
contra los programas de inclusión, alegando que son discriminatorios, a pollos
mediáticos contra cualquier empresa que lanzara una campaña publicitaria de
apariencia inclusiva.
A
quienes leemos esta revista quizás nos resulte difícil de asimilar, pero Larry
Fink, CEO de Blackrock, la mayor
gestora de fondos de inversión del mundo, accionista de todo lo que te puedas
imaginar y más, lleva años siendo duramente atacado por ser woke en
espacios como el programa de Fox de Tucker Carlson. Las administraciones
públicas de los estados de Florida y Texas, bajo control republicano, han
retirado inversiones de Blackrock.
El
motivo es que Fink ha defendido los criterios de inversión ESG y en 2020 osó
declarar que “el cambio climático es un riesgo financiero”. Los criterios ESG,
promovidos por la ONU, se popularizaron a partir del Acuerdo de París en 2015.
La teoría es que las inversiones en sectores como las energías renovables
serían más rentables a largo plazo, debido a la necesidad de adaptarse a la
crisis climática, y que las empresas más diversas presentarían una mayor
fortaleza en el escenario global. Obviamente, esto ha dado lugar a múltiples
engaños, hipocresías y greenwashing. Sin embargo, en el fondo, está
ampliamente reconocido que el cambio climático es un factor a tener en cuenta,
por eso cada vez es más difícil y caro asegurar una vivienda en Florida o
California, por ejemplo.
Blackrock
ha pasado de votar a favor de los criterios ESG en el 40% de las juntas de
accionistas en 2021 a solo el 8% en 2023, siguiendo la tendencia general de los
inversores estadounidenses, pero de forma más acusada.
En 2023, Fink anunció que dejaría de usar el término ESG porque se ha
“politizado” y la compañía triplicó la partida asignada a seguridad para su
CEO. Este 10 de enero Blackrock se ha retirado de la alianza de gestores de
fondos por el Net Zero (de emisiones de carbono), impulsada por la ONU,
y esta ha procedido a suspender sus actividades.
En
el sector del entretenimiento, el CEO de Disney, Bob Iger, declaró en 2023 que
“los creadores perdieron de vista cuál debería ser su objetivo número uno… lo
principal es entretener… esto no va de mensajes”. Estos días hemos visto
reflexiones similares en la industria de los videojuegos.
El
dibujante Mauro Entrialgo, en un ensayo reciente, identifica y describe una
tendencia que él llama “malismo”. Una
actitud chula y autoritaria, de matón, que detecta en el estilo comunicativo de
políticos como Trump o Ayuso, en la publicidad o incluso en los nombres de los
restaurantes de Madrid. De forma intuitiva, Entrialgo atribuye parte de su
éxito a las redes sociales. Considera que las redes han servido para
introducir, a través de los trolls, estos discursos irrespetuosos y
agresivos en la esfera pública y comprobar su potencial.
“Me
siento liberado”, le confiesa un banquero de inversión de forma anónima al Financial
Times, “podemos decir ‘retrasado’ y ‘gallina’ sin miedo a que nos cancelen…
Es un nuevo amanecer”.
No
sé si echaremos de menos el greenwashing y el pinkwashing. Como
hemos visto ya muchas veces, en el entorno actual, para una persona o
institución sometida a presiones por las diferencias entre el discurso y los
hechos, es más práctico cambiar el discurso que los hechos.
Es
muy probable que nada de esto tenga un gran impacto en la vida de la persona
que está leyendo esto, pero en este proceso salen perdiendo mujeres, personas
racializadas, LGTBIQ+, personas con discapacidad o, en general, personas que no
sean hombres blancos heterosexuales normativos. Esas que, precisamente, han liderado el resurgir sindical en
Estados Unidos. El mercado, simplemente, sigue a lo suyo.
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