LA MARAÑA VENENOSA
EN TORNO EL FISCAL GENERAL
En el empeño de derribar al
presidente del Gobierno, los actuantes –jueces y medios–, impulsados por el
llamamiento de Aznar, carecen de límites éticos y jurídicos
El fiscal
general del Estado, Álvaro García Ortiz, durante la toma de posesión del
nuevo Fiscal de Sala Jefe de la sección Penal del TS, el pasado 28 de octubre.
/ Cuenta de Twitter de la Fiscalía General
El
llamamiento de incitación del expresidente Aznar a estamentos profesionales o
institucionales para derribar a los gobernantes legítimos –“El que pueda hacer,
que haga”– y la expresa validación por el actual líder del PP, Núñez Feijóo, de
la vía judicial para llevar a cabo esa tarea es una realidad evidente.
En
ese empeño, los actuantes carecen de límites éticos y jurídicos y cuentan
para su máxima efectividad tanto con organizaciones sin escrúpulos, que son
metralletas de interponer querellas sin fundamento, como con jueces muy
concretos que impulsan ellos mismos vulneraciones gravísimas a las leyes y al
sentido común.
A nivel judicial tienen, básicamente, tres líneas de actuación para cumplir su objetivo de atacar al Gobierno. Dos son directas contra familiares del presidente por asuntos cuyo sentido penal solo existe en la mente perturbada de quienes carecen de moral y buscan un fin obsceno. Son dos casos –el de su esposa y el de su hermano– que no tienen carácter penal, pero que con unos jueces, como Juan Carlos Peinado y Beatriz Biedma, cuya instrucción es surrealista, van cocinándose a fuego lento, disparate a disparate. Los alargarán hasta que caiga este Gobierno. Únicamente generan informaciones grotescas para los medios de ultraderecha, que son legión, y para que dure el escarnio al odiado. Esta es la única finalidad de esos dos togados. Una ignominia.
En
cambio, en el asunto de la cacería al fiscal general como medio para atacar y
hacer caer a un gobierno legítimo, van a toda mecha y la actuación judicial,
desde el inicio, está sembrada de dislates. Han ido embrollando la realidad con
la intención de crear una apariencia delictiva que es disparatada. Solo el hilo
tejido de dos personajes sin honestidad –Miguel Ángel Rodríguez e Isabel Díaz
Ayuso, junto al comisionista novio vividor a base de pufos y a ciertos medios y
periodistas desaprensivos y activistas– ha conducido a crear una sospecha grave
y muy falsa de un delito que habría cometido nada menos que el fiscal general
del Estado.
Pero
lo tremendo es que a ello están contribuyendo con gran implicación varios
jueces que mancillan el honor de su función judicial. No buscan “hacer
justicia” sino que actúan políticamente para cobrar la presa designada por la
política más odiadora y extremista en España. Se trata de ir con todo contra el
presidente del Gobierno. Y eso es golpismo judicial.
Tras
el descubrimiento y reconocimiento de, al menos, dos delitos contra el dinero
de todos los españoles cometidos por un personaje que ejerce de comisionista –y
al mismo tiempo pareja de la máxima dirigente autonómica madrileña, que riega
de dinero a los que hacen negocios con él–, la estrategia de Ayuso fue la de
presentarse desde el primer momento como víctima, con esa capacidad constante
de mentir y fingir de la que hace gala.
El
Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad está copado al 100% por jueces de
total confianza del PP-Vox
Esa
estrategia, combinada con su salida al contraataque, tuvo un apoyo fundamental
en diversos libelos, pero también en el siempre receptivo estamento judicial.
Entre los inflamados de patriotismo por el llamamiento del expresidente,
siempre están en posición de firmes esos magistrados, con sus puñetas de
ganchillo y sus nudillos prestos a hacérsela a quienes se pongan en el punto de
mira.
Inicialmente,
el asunto lo llevó un juzgado de instrucción y el Tribunal Superior de Justicia
de la Comunidad. Este órgano está copado al 100% por jueces de total confianza
de PP-Vox. Igual sucede con la Audiencia Provincial, donde la colonización
total de planteamientos ultraconservadores es una garantía de que cualquier
asunto será tratado como debiera, y donde el juez Peinado tendrá siempre
protección total.
En
el primer órgano citado, un asunto tan delicado fue resuelto con enorme rapidez
por el juez, siempre activista, de la APM, García Goyena, que elaboró en solo
dos meses y en apenas nueve folios una exposición razonada al TS considerando
más que acreditado –sin haber practicado pruebas– que debía incriminar al fiscal
general del Estado por un supuesto delito de revelación de secretos. ¡Con un
par! El guion estaba escrito.
Rápidamente,
con la pieza ya capturada, el Alto Tribunal, para ellos “el Altísimo”, se puso
a la tarea de hacer efectiva la estrategia diseñada desde fuera. Aquí se
produjo un movimiento relevante, pues esa “exposición razonada”, remitida por
el magistrado mencionado, sería cambiada por la mano larguísima de Marchena, y
si inicialmente la incriminación hacía referencia a la difusión del comunicado por
parte de la Fiscalía General (donde no hay delito alguno), la investigación
pasaría a referirse a las supuestas filtraciones de la información. Y ahí, de
manera deliberada, es donde se lía más la maraña.
Los
asuntos judiciales no pueden desvincularse de quien los lleva y de cómo los
lleva, porque no pocas veces es reflejo de algo. En el caso del juez Ángel
Hurtado, lo que está haciendo desde que asumió la instrucción responde a unos
antecedentes que le inhabilitan claramente para llevar con rectitud este asunto
y cuyas actuaciones demuestran que está conduciendo una instrucción nada
imparcial.
Debe
tenerse muy presente que el juez Hurtado no debería haber llegado nunca al
Tribunal Supremo. Aterrizó allí exclusivamente por su defensa sin pudor del
Partido Popular y de sus intereses. Así de claro. Tenía ya otras actuaciones en
las que siempre se alineó con lo que esta organización política quería. Tanto
en calumnias llenas de odio a Pilar Manjón como en el caso del asesinato de
José Souto, el juez Hurtado no ha tenido recato en ser manifiestamente
deshonesto a la exigencia de imparcialidad. No sólo no deja su ideología en la
mesilla, sino que es ella la que le lleva a adoptar el sentido de sus
resoluciones. Él también sigue el guion.
Mas
su culmen llegó con ocasión de ser, en su destino anterior, en la Audiencia
Nacional, presidente de la Sala que habría de enjuiciar la gran corrupción del
PP en una de sus derivadas de la trama Gürtel. Primero insistió en que no
compareciese Mariano Rajoy, luego en que no fuese de cuerpo presente sino a
través pantalla de plasma y luego colocándole en estrados, a su vera, junto a
la verita suya, en una posición inédita para cualquier testigo. Y luego
llegaría su actuación en el turno de las preguntas. Impidió que se le hicieran
muchas a un testigo, calificándolas de “improcedentes”. Visionar esas
grabaciones y cómo se comportaba crea una mezcla de irritación o de momento
Wyoming. Incluso se atrevió a reñir al abogado que osó preguntarle al testigo:
“¿Sabe usted quién es Eme punto Rajoy?”. Imperdonable que nos hurtara una
de esas tonterías tan de la casa que producían el efecto de sonrisas con
Marianico.
Tras
el juicio, y demostrada la implicación criminal del PP, según dos magistrados,
él, por supuesto, tenía que discrepar. Hizo un voto particular como si hubiera
estado en un juicio diferente. Acaso no tiene mesilla de noche donde dejar su
ideología.
Poco
después sería ascendido –¡oh, milagro!–, por un CGPJ cuyo mandato había
caducado, al Supremo. Así, se cumplirían dos efectos: 1) agradecimiento por los
servicios prestados y 2) garantía de que seguiría siendo fiel a sus principios
(políticos). Era tan importante Hurtado que en un CGPJ de mayoría absolutísima
de la derecha, y siendo de análoga composición la Sala II, no tuvieron reparo
en esa misma sesión plenaria en ceder dos plazas para magistrados progresistas
a cambio de colocar a Hurtado. Había hecho muchos méritos y era de total
fidelidad.
Un
juez tiene que estar abierto a hacer justicia y, para eso, buscar la verdad. En
este caso, no es así
Su
actuación en el asunto del fiscal general está muy marcada por algo que es
inmensamente contrario a la imparcialidad: haber tomado una decisión antes de
empezar. Un juez tiene que estar abierto a hacer justicia y, para eso, buscar la
verdad. Esto es tarea del instructor y de los juzgadores. En este caso, no es
así. Desde el minuto cero, el personaje ha ido con una idea preconcebida:
cargarse al fiscal para hacer daño al Gobierno. Para ello, ha tomado decisiones
que han vulnerado el derecho de defensa, rechazando practicar numerosas pruebas
que podían entorpecer su objetivo ya preconcebido (no citar al denunciante, no
descargar el móvil de quien causó todo, MAR, etc.) y minusvalorando y no
aludiendo siquiera a las que dejaban en evidencia al mal juez. En el último
auto llega al paroxismo de asumir incluso una defensa del propio querellante
cuando aquí no se dilucida nada sobre el supuesto “honor” de este.
Lo
que está sucediendo en la judicatura española es grave y muy triste. Como al principio
apunté, se nota muchísimo la mano, la influencia, la protección y la seguridad
de Manuel Marchena de que la Sala, cuando haya de resolver tras el juicio (el
pre-juicio ya está hecho), no va a dejar a Ángel Hurtado con el culo al aire
porque para eso está, también, la toga: para tapar las vergüenzas de quienes no
la tienen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario