domingo, 26 de enero de 2025

EL MAYOR ‘REALITY SHOW’ JAMÁS CREADO

EL MAYOR ‘REALITY SHOW’ 

JAMÁS CREADO

Trump es la respuesta a las plegarias de los ejecutivos de cadenas como la CNN o la MSNBC, que se han apresurado a anunciar despidos: ya nadie ve las noticias, justifican. El modelo ahora lo marca X y Meta

DIEGO E. BARROS CHICAGO

Trump firma decretos frente a las cámaras en el Despacho

Oval. / Daniel Torok (The White House)

Trump dice, Trump hace, Trump firma, a todas horas, casi a cada minuto, una alerta nueva que entra en el móvil o se despliega en el fondo de la pantalla de la televisión. Un scroll infinito en el lado oscuro y en el cielo azul que se extiende en la palma de nuestras manos. Imágenes en bucle de una fila de personas esposadas de pies y manos entrando en un avión militar. Gente desde un plató de televisión que las comenta, un hombre esposado y escoltado por un agente del ICE –Servicio de Inmigración y Control de Aduanas– que es introducido en la parte de atrás de un vehículo policial. Enviados especiales al centro de la noticia que preguntan por sus impresiones a una cabeza (negra, marrón, jamás blanca) que grita desde el interior de un vehículo policial. Urgente: “El mensaje de un ilegal para Trump: prefiere a Biden”, dice un tal Sr. Liberal a sus miles de seguidores que, desde España, afilan cuchillos con envidia malsana. Un tertuliano que en CNN argumenta que “A” y al que le responde otra tertuliana señalando que, en realidad, se trata, por supuesto, de “B”. La antitelevisión más barata del mundo, la más rentable y que, sin embargo, parece que ya ha dejado de ser un buen negocio.

Agentes del ICE se instalan a las puertas de una escuela elemental en el vecindario de Back of the Yards (“Packingtown”, hasta los años treinta) en Chicago, el mismo que hace 119 años sirvió a Upton Sinclair de escenario para su novela-denuncia-reportaje, La Jungla, un clásico del realismo social estadounidense. Saben que no pueden traspasar el perímetro del centro educativo. Los trabajadores pobres, inmigrantes recién llegados a los mataderos de la ciudad procedentes de la Lituania, la Polonia o la Alemania de ayer, son los trabajadores de origen hispano de hoy. Mucho ha cambiado Back of the Yards desde entonces. Ya no huele a sangre ni a muerte. Ya no queda rastro de la pestilencia de los mataderos. Hoy sigue siendo un barrio industrial pero fundamentalmente poblado por trabajadores de origen hispano. Todo el suroeste de la ciudad lo es. Gente que trabaja de sol a sol, en silencio. En las cocinas, quitando la nieve en invierno, arreglando jardines en verano. Construyendo nuestras casas, sirviendo nuestras mesas. Cuyos hijos también estudian, son mis estudiantes, los de mi esposa. Algunos con papeles, otros sin ellos. Se trata de amedrentar. Crear un clima de terror que haga posible la barbarie. Píldoras de horror más digeribles para nuestra indiferencia. El miedo de los niños pero sobre todo el miedo de sus padres. Usar a los niños como cebo para “cazar” a personas sin documentos –solo en los últimos dos años, la ciudad ha recibido (y atendido) a 50.000 refugiados procedentes de Venezuela y otros países de Centroamérica– es la estrategia que el ICE parece seguir en una ciudad, Chicago, fundada alrededor de 1780 por un inmigrante haitiano negro y una mujer indígena Pottawattamie. Los agentes de inmigración  saben que no son bienvenidos.

Se trata de amedrentar. Crear un clima de terror que haga posible la barbarie

Brandon Johnson, su alcalde, lo ha dejado claro: “Nuestro departamento de policía no intervendrá ni participará de ninguna manera en labores migratorias. Ninguna de nuestras agencias o departamentos municipales cooperarán o intervendrán de ninguna manera”. Y también: “Ya seas indocumentado, estés buscando asilo o un trabajo bien remunerado, lucharemos y defenderemos a los trabajadores. Seguiremos haciéndolo sin importar quién esté en la Casa Blanca”.

Stephen Miller, subjefe de gabinete y acción política de la Casa Blanca y asesor de Seguridad Nacional, en su segunda intervención en Fox News en los últimos dos días, le respondía a la presentadora, rubia, que le preguntaba impertérrita si es “aceptable” tanto la negativa de las autoridades de la ciudad a colaborar con el ICE, como que sus agentes no puedan entrar en determinados “lugares santuario” (escuelas e iglesias): “No hay santuario para extranjeros criminales en este país”, dijo Miller para luego entrar en una diatriba sin sentido en la que mezcló el tráfico de menores con la protección de estos (solo americanos). No hubo contrarréplica.

No está ninguna presentadora de Fox News, que se hace más blanca y más rubia por momentos, para eso. Y menos para llevarle la contraria, incluso cuestionar los argumentos del más extremista y más abiertamente xenófobo de los lugartenientes de Trump.

Primera semana y ya podemos decir con casi toda seguridad que la segunda legislatura de Donald Trump al frente de la Casa Blanca no es una presidencia. Es un espectacular reality show televisado 24/7 y del que todas las cadenas son cómplices y principales beneficiarias. Es Trump la respuesta a todas las plegarias de los ejecutivos de cadenas de noticias como la CNN o la MSNBC que ya se han apresurado a anunciar despidos esta misma semana: ya nadie ve las noticias, justifican. La gente se informa por otros medios, hay que repensar el modelo. El modelo lo marca ese territorio en constante evolución llamado X, antes Twitter, dominio del supuesto hombre fuerte, el hacedor de Trump 2.0, Elon Musk. El modelo lo marca Facebook, ahora Meta, donde antes contactabas con gente a la que no ves desde hace décadas y cuya vida no te importa lo más mínimo, pero la tuya a ellos lo suficiente para hacerte partícipe de la última teoría que prueba que, en realidad, hay una invasión en curso, y que, o ponemos pie en pared, o tu hija acabará por vestir hiyab y hablando español porque in America we speak English.

Por suerte, ha anunciado Tik Tok, Trump “ha salvado” a la plataforma de su final en territorio estadounidense. Hay 90 días para que la matriz china y un conglomerado de inversores estadounidenses lleguen a un acuerdo. Así lo quiere el presidente que ha pasado de aborrecer las redes sociales a tener en ellas a su más fiel cohorte de seguidores y, más importante, financiadores.

Es agotador.

Si Trump convirtió la inauguración de su presidencia el lunes 20 de enero en un Nuremberg hortera y chabacano en el que la falta de una Leni Riefenstahl fue compensada por tipos como Kid Rock pidiendo la “guillotina” para todos los que durante los últimos años “han hecho sufrir” (?) al magnate, su primera semana ha sido un interminable Aló Presidente. Ruedas de prensa en la Casa Blanca. Declaraciones en la escalerilla del Air Force One. Rueda de prensa en North Carolina para valorar las ayudas y los trabajos de reconstrucción tras el paso del huracán Helene en noviembre; más declaraciones desde el aeropuerto, vamos a pensarnos lo de FEMA (la agencia federal de respuesta a catástrofes naturales); y amenaza a California: si no legislan como a mí me gusta no habrá ayudas federales. Rueda de prensa más tarde en California, donde vino a decir que la culpa de los incendios que han asolado Los Ángeles las últimas semanas, amén de la responsabilidad de las autoridades locales encabezadas por un gobernador demócrata, es de que, claro, hay árboles y los árboles, además de arder, se quedan con toda el agua. Declaraciones de nuevo en la Casa Blanca, un par de nuevos decretos.

La primera semana de Trump en la Casa Blanca ha sido un interminable Aló Presidente

A su lado, siempre, y esto es novedad en los últimos cuatro años, Melania. Fría como siempre, impertérrita, tras unas gafas de sol enormes. En silencio desafiante.

Y así vuelta a empezar en ese scroll infinito en pantallas de televisión y móviles de millones de personas allende los mares. Donald Trump se gusta, sabe que gusta. No es un presidente sino un jugador de cartas con un constante farol entre las manos. Un vendedor de humo, un prestidigitador de la mentira que ha encontrado su momento en una época en que la distinción entre esta y la realidad es pura coincidencia: pura cuestión de libertad de expresión. Niño rico malcriado, carne de reality y Supremo Charlatán. Da lo mismo, todo se le compra, todo se le analiza y al que la prensa liberal, sabedora de estar absolutamente en fuera de juego desde hace años, mantiene entre algodones: juntos de la mano hacia la extinción –la de la institución de la prensa tal y como la conocíamos.

Nada más terminar su discurso de inauguración, Trump se lanzó a su actividad favorita: colocarse detrás de los micros, delante de los focos. En la primera rueda de prensa que dio en su vuelta a la Casa Blanca, Trump se despachó a gusto. Ningún tema quedó en el tintero: Ucrania, Gaza, Venezuela. Incluso se permitió bromear sobre una incursión militar en territorio mexicano: “Cosas más extrañas se han visto”, llegó a decir. Y comenzó a sacarse conejos de la chistera. El primero fue la tradicional carta que todo presidente deja en el escritorio a su sucesor y comenzó a agitarla en el aire. Pero no la abrió. No leyó su contenido ni dio pistas sobre el mismo. Simplemente dejó que todas cámaras siguieran sus aspavientos, el resplandor de un objeto en la mano del mago. En un momento, Trump se dirigió a Peter Doocy, corresponsal de Fox News en la Casa Blanca y le preguntó: “¿Alguna vez hizo Biden conferencias de prensa como esta? ¿Cuántas conferencias de prensa ha hecho como esta, Peter?”

Doocy, veterano y encantado, contestó: “¿Como esta? Ninguna, cero”. Risas.

Ese es Trump, maestro del espectáculo, dominador del suspense. El miércoles 22 de enero, la Casa Blanca decidió abrir la carta de Biden en exclusiva para Doocy. El contenido resultó ser de lo más anodino, pero el acto de Trump fue suficiente para mantener el interés informativo durante 48 horas.

Una ilusión colectiva que, encima, parece gustar a una mayoría de estadounidenses. Trump se convirtió en enero de 2017 en el primer presidente que comenzaba su mandato con ratings negativos. Ocho años después, una mayoría de ciudadanos aprueba su llegada. Harry Enten, entusiasmado en la CNN, se deshacía en elogios hacia Trump: “Es una señal de que al pueblo estadounidense, al menos al principio, le gusta lo que está viendo”.

Trump ha procedido al despido de hasta una docena de inspectores federales independientes, siguiendo el plan para eliminar cualquier contrapeso

El último conejo: desclasificar los expedientes de los asesinatos de John Fitzgerald Kennedy, en 1963; su hermano Robert, exfiscal general y candidato presidencial, y el reverendo Martin Luther King, ambos en 1968. Bombo, platillo, fanfarrias en platós y en los móviles. Sueño húmedo de todo conspiranoico. Fue el jueves. Noticia vieja ya. Casi olvidada. En realidad, no. La orden presidencial requiere que el director de Inteligencia Nacional, se espera que Tulsi Gabbard, desarrolle un plan para la publicación de los documentos de JFK en quince días. Dispondrá de otros 45 días para elaborar un plan para la desclasificación de los expedientes de los otros dos.

Circo por el día, palo por la noche. Ayer nos despertamos con una nueva purga. Trump había procedido al despido de hasta una docena de inspectores federales independientes, siguiendo el plan para eliminar cualquier contrapeso que ponga en duda su control absoluto sobre todas las ramas del gobierno federal. La lista de purgados incluye a los inspectores generales de los departamentos de Estado, Agricultura, Interior, Transporte, Vivienda y Desarrollo Urbano, Educación, Trabajo y Defensa, así como la Administración de Pequeñas Empresas, el Departamento de Energía y la Agencia de Protección Ambiental. Se trata de trabajadores federales independientes encargados del control y supervisión de miles de millones de dólares de dinero de los contribuyentes. Está por ver si la forma del despido, vía email, y sin la correspondiente notificación obligatoria previa al Congreso (con 30 días de antelación), convierte en irregular el movimiento.

Es Trump el canallita rubio platino y tez dorada que ha elevado a los altares a la canalla de siempre, la misma que ha pasado de esconderse a presumir de inhumanidad. En realidad nada nuevo pero sí diferente. Escribe Alberto Toscano en Late Fascism (Verso Books, 2023): “El fascismo es, en efecto, una cuestión de retornos y repeticiones, pero no es la mejor aproximación al mismo hacerlo en términos de pasos o verificaciones dictadas por lecturas selectivas del ventennio italiano o el Tercer Reich”. Es por eso que el pensador italiano insiste en que cualquier aproximación al fenómeno, especialmente a su nueva y actual cara, debe venir de la mano de un previo entendimiento de los vínculos entre este y los requisitos de la dominación capitalista, los cuales, mutables y a veces contradictorios, mantienen cierta consistencia en su seno. A este núcleo permanente, nos recuerda Toscano, W.E.B. Dubois lo denominó “la contrarrevolución de la propiedad”. Si en el pasado, las derechas radicales soñaban con una dominación basada en la fantasía de una modernidad supremacista blanca, industrial y patriarcal, este nuevo fascismo jalonado de bytes, redes sociales, inteligencia artificial y sobre(des)información proyecta sus fantasías sobre las mujeres (natalidad), la naturaleza (la destrucción de) y una nueva era de expansión colonial, ya sea esta terrenal (Panamá, Groenlandia) o espacial (Marte).

“El avance de la IA va a requerir cambios en el contrato social”, ha dicho esta misma semana, sin especificar demasiado, Sam Altman, CEO de Open AI. “Toda la estructura de la sociedad será objeto de debate y reconfiguración”. Lo ha señalado tras la firma, el martes, del proyecto Stargate, una inversión de 500 mil millones de dólares en el sector privado para construir infraestructura de inteligencia artificial en Estados Unidos, algo que, por otro lado, no ha gustado nada a Musk, archienemigo de Altman, al que parece haberle entrado un ataque de celos.

En mitad de su ataque de cuernos, ayer mismo Musk decidió pasarse (virtualmente) por un mitin de campaña del partido neofascista alemán AfD. En una atropellada intervención de cuatro minutos, el dueño de X trajo a Julio César (?) para decir que “está bien sentirse orgulloso de ser alemán”, al tiempo que advirtió de que “hay demasiado enfoque en el pasado y tenemos que dejarlo atrás”, dijo. “Los niños no deben sentirse culpables de los pecados de sus padres, y menos de sus bisabuelos”.

Supongo que para que así puedan repetirlos.

 

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