INVESTIR A UN DELINCUENTE
MANUEL FRANCISCO REINA
Tal vez porque el hecho diferencial más
característico de lo humano como especie sea el habla, el lenguaje, eso que los
científicos y antropólogos llaman “el hecho cultural”, hay
realidades metafóricas que tienen un correlato en nuestra realidad como
especie, en nuestra historia. Mientras era investido presidente, por segunda
vez, el inefable Donald Trump, ardía por los cuatro costados
Los Ángeles, arrasando incluso con algunos de los lugares más reconocidos de la
meca del cine, de Hollywood.
Pues bien, la realidad es que no ha
hecho falta ni eso. Un delincuente convicto, con treinta y cuatro condenas
penales y responsable del asalto al Capitolio, ha llegado con el apoyo de las
élites conservadoras religiosas, armamentísticas, y tecnológicas, y con el voto
incomprensible de millones de votantes. No hay guion de ficción que se
hubiera atrevido a tanto.
Las primeras víctimas, el español, que se hizo desaparecer de la web de la casa Blanca-no se enteran todavía de que su nación se construyó en gran medida en español-, la deportación masiva de inmigrantes, los aranceles, en los que pretende meter también a España, soflamas belicistas y colonialistas sobre panamá y Groenlandia, y, por supuesto, el cambio climático.
Hay una vieja teoría, acuñada desde la
época clásica y luego asumida en parte por la filosofía “hippie” y
la cultura “New Age” de los setenta, en la que militaron
escritores como Michael Moorcock, Edgar Rice Burroughs-padre
literario de Tarzán-, Ray Bradbury, o J.R.R.
Tolkien, que puede apreciarse en su trilogía de “El señor de los
anillos” en la contraposición del bien en armonía con la naturaleza y
el mal desconsiderado con la misma, sobre la existencia de una consciencia
planetaria. Le llaman la teoría de Gaya y, básicamente, como
el mito de la diosa madre Gea, presupone que el planeta tierra
tiene un alma y una consciencia universal.
No
deja de ser una teoría hermosamente literaria pero, lo cierto, es que no es la
primera vez que observamos cómo, a pesar de las tremendas agresiones que sufre
el planeta azul, éste se defiende como puede, sobre todo del llamado “Homo
Sapiens”, el peor de todos sus depredadores y que, a menudo, hace poco
honor a su cacareada inteligencia. Yo empiezo a dudar de que el actual
presidente de los EEUU, el señor Donald Trump, sepa leer-dudo
incluso de su pertenencia al género humano dado su naranja color mutante-, pero
alguno de sus asesores debería pasarle los informes sobre los vientos de Santa
Ana, la falta de recursos públicos para hacer frente a las catástrofes
naturales y el caliento global. El enorme desequilibrio de Trump va a
desequilibrar también el frágil equilibrio climático y geopolítico, ya
complicado del mundo.
No
es la primera vez que la tierra se hace oír, aunque hay quien se haga el sordo.
De otra forma, acabaremos enterándonos por las bravas. No es la primera vez.
Pregúntenles a los dinosaurios. Yo, de momento, amante del flamenco, he
recuperado unas letras por alegrías, que se me ocurrieron cuando fue investido
el actual impresentable, perdón, delincuente aunque presidente, de los EEUU, la
primera vez, y que llamé “Alegrías del Apocalipsis”: “Tiriti Trump,
Trump, Trump; Tiriti Trump, Trump, Trump; Tiriti Trump, Trump, Trump…”.
Investir a un delincuente , podría ser el capítulo de esta presidencia, en la
que podrían hacer versión cinematográfica…
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