ANGELA MERKEL COMO (MAL) SÍNTOMA
POR ANA PARDO DE VERA
La excanciller alemana, Angela Merke.l
La
identificación entre inmigración (pobre) y delincuencia es el mantra
estrella del neofascismo global, llámese Donald Trump, Georgia Meloni,
Viktor Orbán, Santiago Abascal, Marine Le Pen, Alice Waidel o Javier
Milei. Las mentiras y manipulaciones sobre los residentes extranjeros han
alcanzado cotas insoportables con las deportaciones y el tratamiento inhumano
que se está dando a personas que ejercen su derecho a escapar de la muerte, la
esclavitud, la tortura, el hambre, la guerra, la emergencia climática o los
riesgos para sus hijos/as.
Y sí, la falta de complejos de los Trump y compañía, en Europa y América, resulta insufrible, pero estas salvajadas, aunque fueran de tapadillo, llevan cometiéndose desde hace años y por parte de democracias tan ilustres como las que integran la Unión Europea: Libia o Turquía ejercen desde hace mucho años como sicarios de unos países que se escandalizan con la brutalidad, en forma y fondo, del nuevo presidente de EE.UU., pero que no han dudado en pagar millones de euros a los gobiernos de estos dos países -entre cuyas virtudes no se encuentra, precisamente, el respeto a los derechos humanos- para que frenen como sea a los migrantes que tratan de pasar a Europa.
No
existen actos inhumanos pequeños, ni una gradación de la xenofobia, así que lo
que hace la UE es tan cruel como las deportaciones que está llevando a cabo
Trump y su intención de encerrar a las víctimas en Guantánamo. Una vez se
ha abierto la espita del maltrato al extranjero (pobre), es imposible ponerle
límites, por más que existan dos formas de abordarlo: sacando pecho, sin
complejos, como la extrema derecha, o haciendo como que no se hace,
disimulando; pretendiendo que la retención de migrantes en centros de
internamiento de Turquía o Libia a cambio de dinero (mucho) no parezca lo que
es: un atentado contra los derechos de esos hombres y mujeres, niños y niñas
desesperadas. Xenofobia y/o aporofobia.
La
espita contra la inmigración (pobre) se abrió, pues, hace mucho tiempo y no
debe sorprendernos que ese caldo de cultivo por parte de instituciones
democráticas devenga ahora en bandera política de los neofascistas, una vez
se ha sembrado el miedo, la inseguridad o el simple rechazo al igual, pero
vulnerable, en las distintas poblaciones. Lo del encierro de inmigrantes en
Guantánamo -símbolo universal de las violaciones de derechos humanos más
elementales en democracia avanzadas (un decir)- ha sido un aldabonazo en nuestras
conciencias maquilladas, ¿pero acaso las deportaciones de Meloni a campos de
concentración en Albania, previo pago, no son lo mismo y fueron elogiadas por
el principal partido de la oposición en España, el Partido Popular? ¿De qué nos
sorprendemos ahora? ¿De que Trump es una mala bestia, que parece (pa-re-ce)
funcionar por instinto y un lenguaje aberrante y déspota contra quienes no
considera ni sus iguales ni merecedores de derecho alguno?
El
regreso de Guantánamo como símbolo de inhumanidad y el grito de Angela Merkel contra su partido, la
CDU, por pactar con los neonazis de AfD medidas xenófobas, todo
en pocas horas, es uno de los últimos avisos que Europa puede recibir a estas
alturas de la brutalidad humana latente y patente en demasiadas instituciones.
La CDU ha sido de las pocas derechas europeas que ha ido manteniendo el cordón
sanitario contra la extrema derecha… salvo que se llame Netanyahu, o
sea, por el carácter neonazi que los fascistas tienen en su país, aunque, por
las mismas razones -su memoria histórica incrustada de nazismo- son
incapaces de condenar al citado primer ministro corrupto y ultrasionista en sus
justos términos (la cárcel) Las contradicciones de las democracias, su dejadez
en la defensa de los derechos humanos -que se supone su razón de ser-, sus
complejos ante derechas extremas oscilantes y poco claras nos han traído hasta
aquí, con Merkel como voz de la conciencia. Cómo estaremos…
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