martes, 21 de enero de 2025

LA HAINE

LA HAINE

JOAQUIN LUCENA:

"...El odio de clase si no trasciende más allá de expresiones individuales resulta ser algo estéril y solo se queda en eso, un destello que libera tensiones y que tan solo nos satisface momentáneamente..."

El odio de clase si no trasciende más allá de expresiones individuales resulta ser algo estéril y solo se queda en eso, un destello que libera tensiones y que tan solo nos satisface momentáneamente

En la historia de una sociedad que se cae lo importante no es la caída…sino el aterrizaje. Película: La haine (El odio) 1995

Cuando en la magnífica novela de Miguel Delibes -adaptada al cine por Mario Camus- “Los Santos Inocentes”, Azarías cuelga de un árbol al Señorito Iván, hijo de la Señora Marquesa, por haber matado a tiros a su “Milana bonita” todos sentimos alegría al ver reconfortados nuestros deseos de justicia frente a tantas ofensas y agravios cometidos contra unos pobres inocentes que soportaban con resignación la crueldad y el desprecio de sus Señoritos que abusando de unos privilegios otorgados por su origen y el poder de la riqueza acabaron por provocar un fatal desenlace.

Dejando la ficción al margen, algo parecido ha ocurrido cuando un guapo chico de clase acomodada -Luigi Mangione- que, imitando a Roobin Hoot, se ha erigido en el justiciero de tanta afrenta cometida por una avariciosa Empresa de seguros médicos llamada United Healthcare Group cargándose de tres balazos a su Director ejecutivo -Brian Thompson-. Negar que, ante lo ocurrido, la inmensa mayoría de la gente de a pie ha disfrutado de un sentimiento de gozo seria mentir y, por tanto, de una gran hipocresía.

Todo esto tiene una explicación y no es otra que, aunque no lo queramos reconocer, casi todos traemos de fábrica un determinado sentimiento de odio de clase. Ese odio puede ser consciente o inconsciente, de los de arriba hacia los de abajo, de los desheredados hacia los ricos o, incluso equivocadamente, hacia los de tu propia clase. ¿Y por qué ocurre esto?. Pues ni más ni menos porque el odio es un sentimiento elemental, instintivo, que nos retrotrae a nuestra condición primigenia de animales en donde en estado natural el miedo, el odio, la aversión, el dolor o, incluso, el afecto etc. nos pueden salvar la vida ante condiciones naturales que no controlamos.

Sentir odio de clase no implica tener conciencia de clase –sea la que sea-, pero sin ese odio primario, cuando es consciente, no se puede tener conciencia. Se diferencian  entre sí porque la conciencia de clase es un acto de elaboración mental puro, mientras que, por el contrario, el odio sale o se instala en las tripas, es un sentimiento visceral valga la redundancia. Partimos entonces de una premisa fácil de comprender que consiste en el hecho de que para adquirir conciencia social el odio de clase es condición necesaria, pero no suficiente.

Ya los clásicos del Materialismo explicaban como a través de las propias leyes del Sistema inherentes al capitalismo se generan y profundizan una serie de contradicciones sociales que directamente aumentan la posibilidad de explosiones que ponen en riesgo la continuidad del Sistema, o incluso revoluciones, que si culminan, sepultarían a ese mismo Sistema para alumbrar otro nuevo que lo superará tanto en conquistas de nuevos derechos como en un reparto más igualitario de la riqueza, logros que redundarán en un mayor bienestar de la sociedad en general. Contradicciones como la de una cada vez mayor producción social y un reparto privado y privativo de la riqueza que se concentra en cada vez menos manos hace que aumenten las diferencias sociales arrojando a capas cada vez más amplias a la tesitura de tener que venderse para subsistir incluso en la pobreza a la par que en el otro polo social aumenta la riqueza y la ostentación suntuaria provocando un descontento cada vez creciente tan solo amortiguado con una cada vez mayor inversión de Capital en medios para distraer, alienar e idiotizar a los futuros sepultureros de esta Sociedad. Pero por mucho que inviertan en esto último no pueden evitar el odio que generan. Este odio no sale de la envidia ni del resentimiento, sino de que en la propia naturaleza humana está genéticamente instalado el sentido de la igualdad, del reparto equitativo de los bienes disponibles y de que, por lógica, el que produce debiera disponer. Todo esto no viene de cuestiones morales, éticas etc, sino que son reminiscencias de un pasado que duró cientos de miles de años y en los que se practicaba lo que se conoce como Comunismo Primitivo. En éste tipo de organización primaba la cooperación, el apoyo mutuo, el sentido de pertenencia al grupo etc. Ahí está la clave que permitió a la humanidad alzarse sobre sus propias limitaciones y proyectarla hacia una evolución simpar acompañada de un desarrollo exitoso sobre sus competidores en la naturaleza.

Hablar sobre el odio resulta es necesario y tiene sentido, pero resulta desagradable, está mal visto, no goza de buena prensa, está estigmatizado. Tanto es así que está legalmente prohibido, pero no por ello deja de ser legítimo que los pobres –los obreros- odien a los ricos –los burgueses- entre otras cosas porque sobran los motivos para ello. El ordenamiento jurídico de la burguesía ante las presiones que suben desde abajo pueden admitir el delito de odio hacia los vulnerables, pero una vez instalado en el código penal lo que hace el Poder, al ser el administrador de las leyes, es apropiárselo, instrumentalizarlo en beneficio propio dándole la vuelta y persiguiendo toda expresión donde los vulnerables demuestran fehacientemente su odio hacia los abusos del Poder.

El Capitalismo es un organismo vivo que tiene la capacidad de fagocitar y mercantilizar casi todo lo que surge desde abajo que, en su origen, puede resultar contestatario como por ej. el Flamenco, el Reggae, los grafities etc. Pero a corto plazo esas expresiones de rebeldía, de rabia contra la sociedad o contra la desigualdad, si no trascienden la individualidad, el Sistema los metaboliza y las rentabiliza económica, política e ideológicamente. Tal es el caso de la figura de Luigi Mangione al que se presenta como un pobre chico bien intencionado aunque equivocado. Los medios circunscriben el caso a las diferencias entre dos tipos, ocultando que, precisamente este “incidente” no es otra cosa que el producto de un mal sistémico. En la práctica, la empresa que contrató por 10,2$ millones anuales al ejecutivo sin escrúpulos para que consiguiera por cualquier medio un incremento en sus ganancias de cerca de 4.000$ millones, una vez muerto pondrá a otro que cumpla la misma tarea, pero proporcionándole una mayor protección. Hoy en día se estima que en USA fallecen innecesariamente 68.000 personas para que determinados ejecutivos de las compañías de seguros pasen a ser multimillonarios. Lo mismo ocurre en cualquier campo económico que miremos: la vivienda, la asistencia a los mayores, la alimentación, el entretenimiento etc. no solo en USA, sino en cualquier parte del Mundo. Todo esto provoca la ira de cualquiera que tenga un mínimo de conciencia, pero la venganza individual resulta inoperante pues el Sistema puede tranquilamente reparar los daños ocasionados. El odio de clase si no trasciende más allá de expresiones individuales resulta ser algo estéril y solo se queda en eso, un destello que libera tensiones y que tan solo nos satisface momentáneamente.

Otra cosa distinta sería si cualquier de estos hechos producidos por héroes solitarios fuesen obra de un colectivo organizado. Eso ya no lo puede digerir el Sistema. De ahí que la lucha siempre deba ser colectiva y organizada. Por eso es prioritario sembrar conciencia en un terreno abonado por las contradicciones y desesperación producidas por el Sistema. Ese mismo Sistema que cada día que pasa produce además más obreros.

Marx decía que “La clase obrera posee ya un elemento del triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber”. Es decir, que por muchos que seamos si no nos organizamos y no aplicamos la teoría revolucionaria como guía para la acción poco podremos hacer frente a un Sistema que tiene la capacidad de asimilar múltiples golpes individuales, pero no de recuperarse de un golpe certero dado con un millón de puños.

Joaquín Lucena

 

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