DE FASCISTAS Y
MICRÓFONOS
POR JUAN CARLOS MONEDERO
Bertrand Ndongo
y Vito Quiles, durante sus ataques contra
Ana Pardo de Vera y Antonio Maestre.Público
El
fascismo es experto en agredir y, como un acto de prestidigitación, presentar
los actos de defensa de sus víctimas como una agresión. El fascismo es
victimista. Intenta así que te desarmes. Si no te defiendes, gana; si te
defiendes, gana. Luchar contra el fascismo reclama mucha inteligencia. Los
intolerantes siempre se presentan como víctimas de la intolerancia de los
otros. Se mueven como pez en el agua en tiempos de frustración. Si no los paras
a tiempo, luego el sentido común trabaja para ellos.
La
provocación, la bravuconada, el exabrupto y el grito, la agresión y el insulto
ahorran la argumentación. El fascismo siempre ha sido irracional, emocional,
visceral porque con argumentos difícilmente pueden consolidar la idea de que
son mejor que otros, que sus posiciones son superiores, que se les debe
pleitesía porque pertenecen a un grupo de elegidos. El fascismo da órdenes,
pero no acepta preguntas.
La derecha debe de haber estado esperando años que alguien le tirara el micrófono a alguno de sus informadores mercenarios. Hemos visto en estos días a la periodista Ana Pardo de Vera arrancando y tirando al suelo, con hartazgo, el micrófono a un acosador que, además, la estaba insultando. También al periodista Antonio Maestre lanzar como si fuera una jabalina el micrófono de un bravucón hostil e igualmente faltón que le estaba hostigando en la calle. Por supuesto, en ambos casos los fustigadores iban acompañados con gente grabando el momento. Si no puedes victimizarte no vale.
El
hecho de que hayan sido periodistas contra "periodistas" tiene una
parte épica. Gente defendiendo la respetabilidad de su profesión frente al
intrusismo. Pero hay otra parte trágica, ya que van a acusar a esos periodistas
de ser agentes políticos. La trinchera está servida. Aun siendo cierto que lo
que siempre ha buscado la derecha es una respuesta de gente de la política o de
los sindicatos, al tratarse de dos periodistas con posiciones de izquierda
tienen el relato servido.
Es
evidente que las provocaciones y el acoso han estado buscando durante todo este
tiempo que alguien perdiera los nervios e inaugurara un comportamiento que
legitimara sus ganas de violencia. El provocador se crece en la impunidad. No
tiene límite. De manera que, tarde o temprano, tiene que pasar algo.
El
fascismo sabe que tiene siempre en contra, cuando menos, a la mitad de la
población, de manera que necesita mostrar firmeza y convencimiento en lo que
hace y lo que dice. Por eso necesita ir ganando posiciones poco a poco,
logrando que se vaya naturalizando su violencia contra los medios, los
políticos de izquierda, sus militantes o cualquiera que debilite sus
posiciones.
El
fascismo tiene la violencia en su razón de ser y cuando la presenta como
"legítima defensa" ya tiene la alfombra tendida para pisar con
fuerza. Fue uno de los relatos para justificar el golpe de 1936. Asesinan al
guarda de asalto teniente Castillo; en represalia matan al diputado de extrema
derecha Calvo Sotelo; con esos antecedente, los militares golpistas ya tenían
otro pedazo de la justificación para traicionar su juramento de lealtad a la II
República.
Nada
desea más un fascista que una agresión a los suyos y poder, así, justificar, a
partir de ese momento, hacer lo mismo con los que acuse de ser enemigos de su
verdad. El fascismo es un movimiento de reacción. En otras palabras, es
reaccionario. No es, como ocurre con las propuestas revolucionarias de la
izquierda, una respuesta a situaciones de injusticia históricas larvadas en el
tiempo. Al revés, el fascismo es contrarrevolucionario, un movimiento que
reacciona al lado de las élites a cualquier intento, especialmente si es
exitoso, de cambiar el statu quo. El fascismo viene envuelto en alguna
frustración, y las frustraciones cobran más cuerpo cuando tienen el aroma de la
pérdida o de la amenaza de la pérdida.
Sin
provocación, el fascismo no puede expandir sus ideas ni consolidar ningún
dominio. De ahí que la violencia y la guerra de agresión son su caldo de
cultivo. Por eso le gustan las armas, los uniformes -uni-formes-, la estética
agresiva, los músculos, los gritos, las guerras y comerse el corazón de sus
enemigos. ¡Estamos en guerra!, necesitan gritar para justificar cualquier
comportamiento que invada el territorio y la conciencia de los demás. ¿Veis lo
que hacen con nosotros? ¡Vamos a hacerles lo mismo! El fascismo se presenta
como defensivo, pero en verdad es agresivo. Los que están enfrente, cuando se
defienden, son presentados como agresores. Y aunque agresores y agredidos no
son lo mismo, los confunden.
El
comportamiento infame del pseudoperiodismo acosador no es nuevo. Muchos
periodistas señalen ya a especímenes tan despreciables como Vito Quiles, Javier
Negre, Cake Minuesa, Alejandro Entrambasaguas o Bertrand Ndongo porque les
abochorna compartir profesión. Está muy bien porque ya era hora. Nadie entiende
cómo se les dio pase de prensa en el Parlamento y por qué los periodistas no
les han parado antes los pies. Toleran más a otros como Eduardo Inda, que es la
misma inmundicia, o a los jefes de esos informadores. Si hay periodistas basura
es porque tienen jefes basura. Alfonso Rojo, Ana Rosa Quintana, Francisco
Marhuenda, Antonio García Ferreras y tantos otros han financiado y cobijado ese
periodismo.
A
menudo olvidamos que el acoso ha sido el quehacer cotidiano de la prensa
"del corazón" y, también, de los reporteros de esos programas que
mezclan la información con el entretenimiento y que han popularizado las
tertulias. El acoso es una frontera por la que transita a menudo el trabajo
periodístico. Recuerdo que un periodista de La Razón estuvo un día
entero persiguiéndome incluso en moto; recuerdo que durante una década esos
informadores mercenarios acosaron a políticos de izquierda allá donde fueran
sin que nadie les parara los pies; recuerdo que estuvieron en las puertas de la
casa de Pablo Iglesias e Irene Montero, grabando dentro de la vivienda e,
incluso, subiéndose al muro de la residencia; recuerdo a Susana Grisso cazando
a mi padre, de noventa años, para una entrevista con el único objetivo de
intentar hacer daño a Podemos.
El
corporativismo mata a las profesiones. Está pasando con la judicatura. Igual
que son los policías decentes los que tienen que parar, con ayuda de la ley, a
los policías indecentes, son los periodistas decentes los que tienen que parar
los pies a los informadores indecentes. Ambas cosas son igualmente difíciles
porque pagas un precio alto. Podemos encontrarnos a periodistas dispuestos a no
tolerar los comportamientos de los informadores acosadores pero que trabajan en
medios donde el acoso es el pan nuestro de cada día. Se defienden diciendo:
entonces ¿dónde trabajo? No es un gran argumento. Me parece más pertinente
asumir que todos tenemos contradicciones y que no siempre está en nuestra mano
cambiarlo todo. Saberlo es un comienzo.
Asumir
las provocaciones del fascismo es peligroso. Ya hemos visto al ultraderechista
Voc proponiendo arrancar los micrófonos de los medios progresistas -aunque es
un exceso decir que La Sexta es un medio progresista- como "justa
venganza" por lo que le han hecho a sus informadores paniaguados. Si
asumimos los planteamientos del conservador Popper, para frenar a los
intolerantes conviene razonar primero. Y conviene que sean las leyes quienes no
toleren a los intolerantes. Cuando la Policía expulsa a un provocador para
evitar un conflicto casi nos ha emocionado.
A
los informadores que acosan tendrían que rodearles cada vez la ciudadanía y
asaetearles a razonamientos, de manera que no pudiera molestar a sus objetivos.
La convocatoria antifascista en la taberna Garibaldi para impedir que el
llamamiento de Desokupa saboteara la presentación del libro de Irene Montero va
en la dirección correcta. A la provocación se le contestó sin violencia, pero
con contundencia. Los provocadores quedaron como lo que son: unos energúmenos
bocazas y bravucones cuyo valor solo se expresa cuando están entre ellos. En el
País Vasco tienen experiencia en parar a los fascistas.
Es
bonito ver volar micrófonos que mercenarios han convertido en dagas. Es
legítimo defenderse de un micrófono convertido en un instrumento de agresión.
Es esperanzador ver que hay gente que no está dispuesto a tenerle paciencia a
los fascistas. Pero, por otro lado, esos comportamientos individuales abren una
puerta al precipicio. Desde la teoría del derecho se sabe que los derechos
fundamentales se defienden no por la fuerza, sino por el sentido común que
concitan. Contra el fascismo necesitamos la batalla cultural que, algunos
dicen, no hace falta. A los fascistas con micrófono los detiene un sentido
común democrático que sea quien decida no pasarles ni una.
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