domingo, 19 de enero de 2025

DE FASCISTAS Y MICRÓFONOS

DE FASCISTAS Y MICRÓFONOS

POR JUAN CARLOS MONEDERO

 

Bertrand Ndongo y Vito Quiles, durante sus ataques contra

Ana Pardo de Vera y Antonio Maestre.Público

El fascismo es experto en agredir y, como un acto de prestidigitación, presentar los actos de defensa de sus víctimas como una agresión. El fascismo es victimista. Intenta así que te desarmes. Si no te defiendes, gana; si te defiendes, gana. Luchar contra el fascismo reclama mucha inteligencia. Los intolerantes siempre se presentan como víctimas de la intolerancia de los otros. Se mueven como pez en el agua en tiempos de frustración. Si no los paras a tiempo, luego el sentido común trabaja para ellos.

La provocación, la bravuconada, el exabrupto y el grito, la agresión y el insulto ahorran la argumentación. El fascismo siempre ha sido irracional, emocional, visceral porque con argumentos difícilmente pueden consolidar la idea de que son mejor que otros, que sus posiciones son superiores, que se les debe pleitesía porque pertenecen a un grupo de elegidos. El fascismo da órdenes, pero no acepta preguntas.

La derecha debe de haber estado esperando años que alguien le tirara el micrófono a alguno de sus informadores mercenarios. Hemos visto en estos días a la periodista Ana Pardo de Vera arrancando y tirando al suelo, con hartazgo, el micrófono a un acosador que, además, la estaba insultando. También al periodista Antonio Maestre lanzar como si fuera una jabalina el micrófono de un bravucón hostil e igualmente faltón que le estaba hostigando en la calle. Por supuesto, en ambos casos los fustigadores iban acompañados con gente grabando el momento. Si no puedes victimizarte no vale.

El hecho de que hayan sido periodistas contra "periodistas" tiene una parte épica. Gente defendiendo la respetabilidad de su profesión frente al intrusismo. Pero hay otra parte trágica, ya que van a acusar a esos periodistas de ser agentes políticos. La trinchera está servida. Aun siendo cierto que lo que siempre ha buscado la derecha es una respuesta de gente de la política o de los sindicatos, al tratarse de dos periodistas con posiciones de izquierda tienen el relato servido.

Es evidente que las provocaciones y el acoso han estado buscando durante todo este tiempo que alguien perdiera los nervios e inaugurara un comportamiento que legitimara sus ganas de violencia. El provocador se crece en la impunidad. No tiene límite. De manera que, tarde o temprano, tiene que pasar algo.

El fascismo sabe que tiene siempre en contra, cuando menos, a la mitad de la población, de manera que necesita mostrar firmeza y convencimiento en lo que hace y lo que dice. Por eso necesita ir ganando posiciones poco a poco, logrando que se vaya naturalizando su violencia contra los medios, los políticos de izquierda, sus militantes o cualquiera que debilite sus posiciones.

El fascismo tiene la violencia en su razón de ser y cuando la presenta como "legítima defensa" ya tiene la alfombra tendida para pisar con fuerza. Fue uno de los relatos para justificar el golpe de 1936. Asesinan al guarda de asalto teniente Castillo; en represalia matan al diputado de extrema derecha Calvo Sotelo; con esos antecedente, los militares golpistas ya tenían otro pedazo de la justificación para traicionar su juramento de lealtad a la II República.

Nada desea más un fascista que una agresión a los suyos y poder, así, justificar, a partir de ese momento, hacer lo mismo con los que acuse de ser enemigos de su verdad. El fascismo es un movimiento de reacción. En otras palabras, es reaccionario. No es, como ocurre con las propuestas revolucionarias de la izquierda, una respuesta a situaciones de injusticia históricas larvadas en el tiempo. Al revés, el fascismo es contrarrevolucionario, un movimiento que reacciona al lado de las élites a cualquier intento, especialmente si es exitoso, de cambiar el statu quo. El fascismo viene envuelto en alguna frustración, y las frustraciones cobran más cuerpo cuando tienen el aroma de la pérdida o de la amenaza de la pérdida.

Sin provocación, el fascismo no puede expandir sus ideas ni consolidar ningún dominio. De ahí que la violencia y la guerra de agresión son su caldo de cultivo. Por eso le gustan las armas, los uniformes -uni-formes-, la estética agresiva, los músculos, los gritos, las guerras y comerse el corazón de sus enemigos. ¡Estamos en guerra!, necesitan gritar para justificar cualquier comportamiento que invada el territorio y la conciencia de los demás. ¿Veis lo que hacen con nosotros? ¡Vamos a hacerles lo mismo! El fascismo se presenta como defensivo, pero en verdad es agresivo. Los que están enfrente, cuando se defienden, son presentados como agresores. Y aunque agresores y agredidos no son lo mismo, los confunden.

El comportamiento infame del pseudoperiodismo acosador no es nuevo. Muchos periodistas señalen ya a especímenes tan despreciables como Vito Quiles, Javier Negre, Cake Minuesa, Alejandro Entrambasaguas o Bertrand Ndongo porque les abochorna compartir profesión. Está muy bien porque ya era hora. Nadie entiende cómo se les dio pase de prensa en el Parlamento y por qué los periodistas no les han parado antes los pies. Toleran más a otros como Eduardo Inda, que es la misma inmundicia, o a los jefes de esos informadores. Si hay periodistas basura es porque tienen jefes basura. Alfonso Rojo, Ana Rosa Quintana, Francisco Marhuenda, Antonio García Ferreras y tantos otros han financiado y cobijado ese periodismo.

A menudo olvidamos que el acoso ha sido el quehacer cotidiano de la prensa "del corazón" y, también, de los reporteros de esos programas que mezclan la información con el entretenimiento y que han popularizado las tertulias. El acoso es una frontera por la que transita a menudo el trabajo periodístico. Recuerdo que un periodista de La Razón estuvo un día entero persiguiéndome incluso en moto; recuerdo que durante una década esos informadores mercenarios acosaron a políticos de izquierda allá donde fueran sin que nadie les parara los pies; recuerdo que estuvieron en las puertas de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero, grabando dentro de la vivienda e, incluso, subiéndose al muro de la residencia; recuerdo a Susana Grisso cazando a mi padre, de noventa años, para una entrevista con el único objetivo de intentar hacer daño a Podemos.

El corporativismo mata a las profesiones. Está pasando con la judicatura. Igual que son los policías decentes los que tienen que parar, con ayuda de la ley, a los policías indecentes, son los periodistas decentes los que tienen que parar los pies a los informadores indecentes. Ambas cosas son igualmente difíciles porque pagas un precio alto. Podemos encontrarnos a periodistas dispuestos a no tolerar los comportamientos de los informadores acosadores pero que trabajan en medios donde el acoso es el pan nuestro de cada día. Se defienden diciendo: entonces ¿dónde trabajo? No es un gran argumento. Me parece más pertinente asumir que todos tenemos contradicciones y que no siempre está en nuestra mano cambiarlo todo. Saberlo es un comienzo.

Asumir las provocaciones del fascismo es peligroso. Ya hemos visto al ultraderechista Voc proponiendo arrancar los micrófonos de los medios progresistas -aunque es un exceso decir que La Sexta es un medio progresista- como "justa venganza" por lo que le han hecho a sus informadores paniaguados. Si asumimos los planteamientos del conservador Popper, para frenar a los intolerantes conviene razonar primero. Y conviene que sean las leyes quienes no toleren a los intolerantes. Cuando la Policía expulsa a un provocador para evitar un conflicto casi nos ha emocionado.

A los informadores que acosan tendrían que rodearles cada vez la ciudadanía y asaetearles a razonamientos, de manera que no pudiera molestar a sus objetivos. La convocatoria antifascista en la taberna Garibaldi para impedir que el llamamiento de Desokupa saboteara la presentación del libro de Irene Montero va en la dirección correcta. A la provocación se le contestó sin violencia, pero con contundencia. Los provocadores quedaron como lo que son: unos energúmenos bocazas y bravucones cuyo valor solo se expresa cuando están entre ellos. En el País Vasco tienen experiencia en parar a los fascistas.

Es bonito ver volar micrófonos que mercenarios han convertido en dagas. Es legítimo defenderse de un micrófono convertido en un instrumento de agresión. Es esperanzador ver que hay gente que no está dispuesto a tenerle paciencia a los fascistas. Pero, por otro lado, esos comportamientos individuales abren una puerta al precipicio. Desde la teoría del derecho se sabe que los derechos fundamentales se defienden no por la fuerza, sino por el sentido común que concitan. Contra el fascismo necesitamos la batalla cultural que, algunos dicen, no hace falta. A los fascistas con micrófono los detiene un sentido común democrático que sea quien decida no pasarles ni una.

 

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