DESPERTARES
DUNIA
SANCHEZ
Un sol
irradia el camino. La brisa es tacto en su prieto abrazo. Levanta el alma, un
alma en la sonoridad del callar. Evolucionamos a ser astros de la memoria
perdida. Los campos verdes se lían al andar por nuestras carnes deshabitadas.
Buscamos ese oasis donde columpiar los sentidos y nos abatimos en espejos donde
dicen la pesadez de las estaciones, de esos años mezcolanza del olvido. Y nos
damos cuenta que tenemos que despertar, desparramar toda esa pobreza que nos
aquieta, que nos hace estático aliento al despertar cuando el crepúsculo de
aves pacificas son concierto de un pellizco de alegría. Y despertamos, aquí, en
este lugar donde los calderones siguen su ruta, donde el invierno se hace
primavera, donde los ojos son faros al encuentro de la bienvenida de nuestros
deseos. Una anciana camina por las calles, harapienta. Una mujer hinchada en un
vino que la pudre, que la asesina para el alcance de la verticalidad. Su rostro
cae a las aceras podridas, donde el sonoro canto del desánimo baila con el
adiós. Un perro pasea a su dueño, sus ladridos son enfoque de una felicidad a
la vez que un taxista consume las historias de las gentes que suben, así como
si fueran a su médico. Aquí, el alma levanta, un alma en la sonoridad del
callar. Supera ese largo sueño y se sienta en su realidad, una realidad que lo
aboga a ser desheredado de la conversación. Sola, atraviesa las mareas, los
riscos, se sienta bajo un drago y comienza su avistar de las sensaciones que le
ambulan por sus arterias. Y se vuelve a levantar, un alma en la sonoridad del
callar. Olisquea el horizonte, mira ese verde sol que asciende hasta la manía
de la esperanza. Si, la manía de la esperanza. Una esperanza que se vuelve
consejera de cada uno de sus actos, de cada uno de sus pensamientos. Y el verde
sol ahí, viviendo entre un amasijo de materia interestelar, observando cada
respirar que se enciende en esta cultura. Una mujer , no pude más, el alcohol asesta sobre ella y
ahí en el letargo y fatigo se convierte parte de la calle. Y el perro que pasea
su dueño, vuelve bajo su techo, con la sonrisa de un niño. El taxista deja su
servicio, para presentarse en otro donde la charla se hará en un mínimo espacio
de tiempo. Y los otros en lo pequeño de isla esfera somos desamparados de un
cosmos misterioso, desconocido. Una turbulencia ciega del verde sol nos llega y
levantamos, es invierno, auroras boreales en pleno océano. Y otra ve aquí, donde la sonoridad de la
soledad nos alcanza, nos habla, nos entiende. Y seguimos ese camino que irradia
el sol e intentamos abrazar a la brisa y dejamos que las aves canten, salten ya
que en su brío está ese placer de los pequeños instantes.
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