LA REVUELTA DE LOS
SIMIOS
JONATHAN
MARTÍNEZ
El exministro
del Interior Jaime Mayor Oreja interviene en el acto de presentación de la
organización NEOS. Imagen de archivo. - César Arxina / Europa Press
Algunas
veces pienso en El planeta de los simios e imagino que el coronel George
Taylor viaja en su cápsula supersónica a través del espacio y el tiempo hasta
aterrizar en un universo paralelo, un territorio hostil e inexplorado que se
parece demasiado al nuestro pero que alberga otras civilizaciones. En mi
versión, sin embargo, el pobre astronauta no encuentra la Estatua de la
Libertad enterrada en la playa ni da puñetazos desesperados contra las olas —yo
os maldigo a todos— justo antes del fundido a negro. En esta ocasión
prefiero una variante realista, lejos de la ciencia ficción, en la que los
astronautas de aquellos años sesenta aterrizan inadvertidamente en el hoy y en
el ahora.
En nuestros días, una floreciente comunidad de simios ha acaparado el debate público y se encarama con antropoide agilidad en las butacas de los gobiernos. No me refiero, Dios me libre, a los pobres monos aulladores que amenizan las selvas del Brasil ni tampoco a los bonobos que se aparean con despreocupación en las inmediaciones del río Congo. Estoy hablando de otra categoría de primate, un homínido de nuevo cuño que ha decidido por propia voluntad renunciar a los avances y ha comenzado el viaje de retorno hacia los eslabones más remotos de la escala evolutiva. Pido disculpas de antemano si algún simio legítimo se siente herido por la comparación.
Si
George Taylor cayera por azar en los cuarteles del Partido Republicano
encontraría a Donald Trump rodeado de su flamante ejecutivo, una camarilla de
negacionistas climáticos, conspiracionistas y bebedores de lejía. Todos ellos,
cómo no, montadísimos en el dólar. La simiocracia estadounidense no es una
jaula de tarados o incapaces, sino una élite adinerada que ve en el progreso un
enemigo de la acumulación de capital. Es por eso que Christ Wright, futuro capo
de la energía, apuesta por los combustibles fósiles y abogaría por hacer fuego
chocando pedernales si eso le reportara mayores ganancias.
El
trumpismo chapotea en los bulos como un gorrino en una chochiquera y nunca
habría llegado a nada sin sus legiones de magufos, su gorritos de papel de
aluminio, sus conspiranoias y sus supersticiones. Basta recordar el asalto al
Capitolio, urdido en las cloacas delirantes de QAnon, para entender de qué
material están hechos los autoritarismos de este siglo. No es que el
terraplanista Robert F. Kennedy Jr. esté poco cualificado para ejercer como
secretario de Salud, sino que cuenta con el currículum idóneo para su verdadero
cometido: desacreditar a la comunidad científica y desbaratar lo poco que quede
en pie de sanidad pública.
En
este planeta de los simios, los micos mayores han establecido sucursales por
los rincones más recónditos de la geografía. La nave del coronel George Taylor
bien pudo haber caído sobre Kampala, a las puertas del Parlamento de Uganda,
durante la aprobación reciente de una ley contra la homosexualidad que enviará
al paredón a los gays más recalcitrantes. Suena tentador pensar que Akello
defiende la recuperación de nuestros orígenes cuadrúmanos, pero la ciencia lo
desmiente. El Imperial College de Londres ha demostrado que los macacos
mantienen relaciones homosexuales sin que ningún gobierno troglodita ande
dándoles la murga.
En
orgullosa representación de Uganda, la parlamentaria homófoba Lucy Akello ha
aterrizado estos días en el Senado español para enumerar los beneficios de
darle matarile al libertino. Alguien tendrá que proteger a los niños. ¿Por qué
la Internacional Regresista celebra una cumbre contra el aborto en la Cámara
Alta? Porque la democracia española cuenta con insignes simiófilos que sueñan
con volver a la posguerra, con sus inviernos de sabañones y mesa camilla, con
una añoranza imperial de los Tercios de Flandes y de los Reyes Católicos, tanto
monta y monta tanto, cuando en los dominios de Carlos V no se ponía el sol. Los
llaman PP y Vox pero desprenden el inequívoco aroma del Movimiento Nacional.
Aún
recuerdo cuando Jaime Mayor Oreja era la niña de los ojos del establishment
y hasta el PSOE lo tenía por candidato en coalición a lehendakari con la
bendición de Fernando Savater. Años después se negaba a condenar el franquismo
porque le parecía un periodo "de extraordinaria placidez". Ahora
Mayor Oreja se congratula de que se esté imponiendo "la verdad de la
creación frente al relato de la evolución". En fin, que el ala
antidarwinista del PP ni siquiera defiende una regresión en la línea evolutiva
porque en su imaginación no existe nada que preceda al homo sapiens.
Solo Yahvé con su varita mágica
En
perfecta consonancia con el orejismo, un diputado barbudo de Vox ha dicho en el
Congreso que Francisco Franco inauguró una etapa de "reconstrucción,
progreso y reconciliación". Y que los jovenzuelos más avispados están
descubriendo el pastel gracias a las redes sociales. Al fin y al cabo, los
libros de historia y las prospecciones académicas son más sosas que un chiste
contado por Ángel Gabilondo. La realidad es cosa de boomers. Lo que la
muchachada necesita son toneladas de memes nacionalcatólicos, chamanes de Tik
Tok, tradwives de sonrisa azucarada e influencers con menos luces
que La Nave del Misterio.
El
porvenir pinta tan negro que la clase dominante ha decidido seducirnos con
melancolías de épocas que nunca fueron mejores. La vieja táctica de prohibirnos
el futuro e idealizar el pasado para abrir paso a los abanderados de la
nostalgia, los curanderos, los exorcistas, los charlatanes de feria que venden
friegas milagrosas contra la peste bubónica. Retrocede a la Edad Media, da un
paso atrás hacia la prosperidad de Bizancio, glorifica los esplendores
palelolíticos y regresa una vez más a la bucólica sencillez del mandril hasta
que un día nos aterrice una nave espacial y sus viajeros del tiempo descubran
en qué trasnochado lodazal hemos convertido el mundo.
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