A AYUSO LE ARDEN LOS CUERNOS
Isabel Díaz Ayuso — Eduardo Parra / Europa Press
A su gente le encanta que provoque. Que gobierne para cabrear rojos. Que no se hable de su novio, que es un defraudador particular
En
su delirium tremens que no cesa, Isabel Díaz Ayuso acaba de
dejar sin efecto la ley con la que hace 30 años Alberto Ruiz Gallardón prohibía
explícitamente el toro embolao y el toro enmaromao.
Para los que no seáis adeptos a las salvajadas, aclarar que estas dos formas de
fiesta consisten, respectivamente, en colocar teas ardientes en los cuernos del
animal, una, y en atarle la cabeza para que no pueda bajar la cornamenta
mientras se le infligen todo tipo de perrerías, otra.
Ayuso ha convertido la
provocación en una forma de hacer política, quizá en su única forma de hacer
política
He de añadir que el responsable de eventos taurinos de la Comunidad de Madrid es el consejero de Medio Ambiente, y Carlos Novillo es su gracia. Colocar a un tipo que se apellida Novillo al frente de la tauromaquia es algo que solo se le podría ocurrir a nuestra Ayuso, que no da estocada sin hilo de sangre.
Ayuso ha
convertido la provocación en una forma de hacer política, quizá en su única
forma de hacer política. Si mañana le saliera un divertículo (el dios de la
coprología no lo quiera), avisaría a sus fotógrafos de corte para que la
inmortalizaran entrando en una clínica Quirón del brazo de su Amador en busca
de cura. Y presumiendo de ir de gratis. Ella es así. Y un millón seiscientos
mil madrileños, que la votan, así la quieren. Un 47,3% de madrigatos sufragan
más toro embolao y menos sanidad pública. Ya se curarán ellos
solos las cornadas. A lametazos felinos.
Gracias a
los drones, sabemos que a las corridas de toros ya no va casi nadie. Sucede
mucho en Las Ventas, que es La Meca universal del toreo. A menudo, en las
retransmisiones televisivas dan imágenes de una sola parte del tendido. Y
parece que la plaza está llena. Pero los malditos drones de los putos
animalistas han acabado con la mentira, y no hacen más que sacar en redes
proyecciones aéreas de la plaza. Y vemos el resto del círculo vacío de público,
o como solo habitado por toreros muertos. Es una imagen tan cómica como
inquietante, así, a vista de pájaro. Y que me dice mucho de mi país, aunque no
sé exactamente lo que me dice. En plan Buñuel, o sea.
Vivimos tiempos en los que el
logotipo tiene más poder de convicción que el verbo
Isabel
Díaz Ayuso solo se explica en la fuerza de esa minoría que se arrejunta feroz
en una porción reducida del tendido para dar idea de que son muchos y muy
preservadores de la sacrosanta hematocultura española. Les da igual que ya
nadie quiera ver matar un toro, que la gente prefiera divertirse con el
exterminio de niños palestinos por televisión. Quizá son pocos, pero se creen
símbolo. Y en eso radica su fuerza. Vivimos tiempos en los que el logotipo
tiene más poder de convicción que el verbo. Y el que se cree símbolo con convicción,
en plan Klu-Klux-Klan, lleva mucho terreno ganado.
Isabel
Díaz Ayuso ha sabido aglutinar todas estas delicadas sensibilidades recién
descritas, y gobierna para ellas, aunque sean minoría. Funciona como los
equipos de fútbol, que alimentan al 5% de violentos y racistas de las gradas de
animación porque meten más ruido y más miedo al rival que el 95% de
espectadores civilizados. Temible lógica.
Yo creo
que jamás he conocido fenómeno de márquetin como el de Ayuso, así de silvestre.
Porque a Evita Perón y Diana de Gales ya les venía el glamour medio
sembrado. Ayuso ha logrado ser, ella misma, su propio logotipo moviente, su
forma de sonreír, de mirar al vacío, de titubear, de vestir, de apartarse el
rizo de la mejilla y sacudir el cuello hacia atrás, y de gobernar cara al
tendido.
Yo no sé
la que se puede montar si el verano que viene los concejales de Vox de la
Comunidad de Madrid exigen incluir en los festejos el toro embolao,
pues están en su derecho. Pero a IDA eso no le importa. Lo que necesita es
provocar aquí y ahora, que está muy soso el debate. Y a su gente le encanta que
provoque. Que gobierne para cabrear rojos. Que no se hable de su novio, que es
un defraudador particular. O que se hable, qué coño importa. Creo que aun no se
ha reunido con las familias de los 7.291 ancianos muertos en las residencias
sin la atención sanitaria que estaba obligada a prestarles la Comunidad de
Madrid. A mí me aterra creer que ese desprecio también es del agrado de esa
potente minoría para la que gobierna Ayuso. Pero lo creo. Cuando su minoría
necesite otro chute de adrenalina, obligará a los colegios públicos a enseñar
la teoría creacionista explicada por Jaime Mayor Oreja. Y a una mayoría
conservadora le dará más o menos igual, porque no les afecta mucho
personalmente. Y hasta les hace gracia que Ayuso toque tanto los cojones al
maniquí de Pedro Sánchez. Lo interpretan como un acto de rebeldía. Es la
libertad guiando al pueblo con una caña en lugar de una bandera. Es el símbolo
de que la derecha quiere y puede hacer lo que le dé la gana. Es perfecta, como
un producto de inteligencia artificial. Y le arden los cuernos, como a los
toros embolaos y al diablo. Espero que su éxito nos lo expliquen
los historiadores del futuro.
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